La cuota eclesiástica de la Creu de Sant Jordi
Acabamos de celebrar la fiesta de Sant Jordi, tan típicamente catalana. En la festividad del santo patrón, la Generalitat tiene la norma de condecorar “a aquellas personas que se hayan distinguido en la promoción de la lengua y cultura catalanas, así como por su proyección exterior”. La distinción es impuesta por el Presidente de la Generalitat, celebrándose la ceremonia el día de Sant Jordi.
La condecoración ha topado a veces con algunos patinazos, como cuando fue retirada a Enric Marcó, por haberse inventado su estancia en campos de concentración nazis o cuando el genial Albert Boadella se negó a recibirla porque: “Vaig agrair al tripartit que se’n recordés de mi, però els vaig fer veure que no era la persona adequada per rebre un premi que Jordi Pujol va inflar fins al punt que l’únic que ens podem preguntar avui és qui no té la Creu” (“Quiero agradecer al tripartito que se acordase de mi, pero les quiero hacer ver que no era la persona adecuada para recibir un premio que Jordi Pujol infló hasta el punto que lo único que nos podemos preguntar hoy es quién no tiene la cruz”).
La posesión del galardón concede el derecho a tener esquela gratuita a la muerte del condecorado. Por obra y gracia de la laicidad reinante, actualmente dicha esquela mortuoria carece de cruz. A pesar de distinguirse el premio con conceptos tan poco laicos como una cruz y de Sant Jordi. Así se ha podido ver recientemente, sin cruz, la esquela de todo un Abad emérito de Montserrat.