De la inculturación a la Iglesia del Establishment (II)
El nacionalcatolicismo catalán se gesta, nace y adopta vigor por las relaciones de dependencia que se reconocen mutuamente un sector del clero de Barcelona con la clase política, de familia católica, forjada en la lucha antifranquista y que accede y copa el poder con la llegada de la Transición.
Estos sacerdotes sacrificaron, en su evangelización de los jóvenes durante los años cincuenta y sesenta, la dimensión integral del cristianismo católico a una ideología, en este caso la idea nacional, “prediquem la catalanitat”, dirán.
Este empobrecimiento es un caso particular de una concepción ultra-temporalista de la Fe cristiana, en boga en la Europa en los años inmediatamente anteriores al Concilio Vaticano II, que solo concebía y analizaba las estructuras de la sociedad olvidando la dimensión espiritual e individual de la persona humana. “Vemos estructuras, juzgamos sobre estructuras, actuamos para cambiar las estructuras”.
Dos generaciones se enlazaron en el marco de un cristianismo que cuanto mas auténticamente estructuralista deseaba ser más secularizado se convertía. La primera solo atenderá a las estructuras político-nacionales (la escuela Batlles-Bardés), la segunda a las socio-económicas (la escuela Cervera-Lligadas).
La intromisión abusiva de estos sacerdotes en el campo de lo político/socio-económico concreto en la evangelización de sus jóvenes lesionó la sana autonomía de lo temporal, al respeto de la cual están llamados los consagrados. Así mismo, comprometió su independencia como eclesiásticos, libertad desde la que reprender los errores de la clase política que forjaron cuando estos trascienden a la esfera de lo religioso. Si no les llamaron a una vida cristiana integral sino sólo a un compromiso político o social, se hizo y se hace imposible cualquier llamada a posteriori a la coherencia.