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29.03.09

De la inculturación a la Iglesia del Establishment (II)

El nacionalcatolicismo catalán se gesta, nace y adopta vigor por las relaciones de dependencia que se reconocen mutuamente un sector del clero de Barcelona con la clase política, de familia católica, forjada en la lucha antifranquista y que accede y copa el poder con la llegada de la Transición.

Estos sacerdotes sacrificaron, en su evangelización de los jóvenes durante los años cincuenta y sesenta, la dimensión integral del cristianismo católico a una ideología, en este caso la idea nacional, “prediquem la catalanitat”, dirán.

Este empobrecimiento es un caso particular de una concepción ultra-temporalista de la Fe cristiana, en boga en la Europa en los años inmediatamente anteriores al Concilio Vaticano II, que solo concebía y analizaba las estructuras de la sociedad olvidando la dimensión espiritual e individual de la persona humana. “Vemos estructuras, juzgamos sobre estructuras, actuamos para cambiar las estructuras”.

Dos generaciones se enlazaron en el marco de un cristianismo que cuanto mas auténticamente estructuralista deseaba ser más secularizado se convertía. La primera solo atenderá a las estructuras político-nacionales (la escuela Batlles-Bardés), la segunda a las socio-económicas (la escuela Cervera-Lligadas).

La intromisión abusiva de estos sacerdotes en el campo de lo político/socio-económico concreto en la evangelización de sus jóvenes lesionó la sana autonomía de lo temporal, al respeto de la cual están llamados los consagrados. Así mismo, comprometió su independencia como eclesiásticos, libertad desde la que reprender los errores de la clase política que forjaron cuando estos trascienden a la esfera de lo religioso. Si no les llamaron a una vida cristiana integral sino sólo a un compromiso político o social, se hizo y se hace imposible cualquier llamada a posteriori a la coherencia.

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26.03.09

Memoria histórica

El cómico seudónimo A. de Folguera Alta va publicando raquíticas deposiciones semanales en la enésima página web dedicada a Germinans. En la última de sus evacuaciones, el nick. Folguera Alta pretende hacer un ejercicio de memoria histórica, al descubrir que el Cardenal Carles ensalzó la figura de Franco, al morir el anterior Jefe del Estado. Visto así parece que el predecesor de Sistach en la archidiócesis de Barcelona fuese un conspicuo franquista. O el único conspicuo franquista. Lo que obvia Folguera Alta es que manifestaciones de igual (o peor) índole las realizaron la totalidad de los prelados catalanes.

Vamos a refrescar la memoria, aportando los links de los palimpsestos, pues si algo nos distingue de Folguera y sus antecesores es que desde Germinans no acostumbramos a discutir sin pruebas.

Agua va:

El Cardenal de Barcelona, Narcís Jubany:

Hemos constatado su gran espíritu patriótico y hemos admirado su total dedicación al servicio de España. Ahora, el alma del egregio difunto ha traspasado ya los umbrales de la eternidad, llevando consigo el gran bagaje de su trabajo, de sus solicitudes, de sus esfuerzos, de sus decisiones, de sus actos, muchos de ellos de gran trascendencia histórica para este país

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24.03.09

La Misa Romana. Capítulo 19: “Hanc igitur”

El “Hanc igitur” es una oración intercesora más dentro del canon y, como tal, añadida al canon primitivo. Lo está gritando la fórmula final “Per Christum Dominum nostrum”. Sin embargo, no por esto deja de ser una oración antiquísima, registrada ya por los primeros documentos que poseemos de la misa romana.

Es necesario recurrir a una interpretación histórica para entender porqué se ha añadido otra oración de petición pues con el mero análisis de su forma actual no nos conduce a la causa.

Al fijarnos en la función que realizan los nombres nos daremos cuenta que no son los de los oferentes sino los de las personas por las que se ofrece. Pongamos un ejemplo: en las misas de los escrutinios bautismales se nombraban en el Memento los padrinos, que habían encargado la misa, y en el Hanc igitur, los candidatos al bautismo. Otro ejemplo instructivo: en la misa que se ofrecía por las mujeres estériles como no convenía que asistiesen personalmente a la misa, otros ofrecían por ellas. Su nombre se pronunciaba en el Hanc igitur y no en el Memento. Finalmente, el Hanc igitur fue la oración en que se nombraban especialmente los difuntos, por los que se ofrecía el sacrificio.

Estos ejemplos nos dicen que el Hanc igitur era una oración propia de las misas votivas. De no ofrecerse el sacrificio por una intención especial, como en los domingos y fiestas, no había Hanc igitur.

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La Misa Romana: Capítulo 18: El “memento” y el “communicantes”

Orígenes y evolución

Acerca de la introducción de la costumbre de leer los nombres de los oferentes en el mismo canon, tenemos noticias concretas de principio del siglo V. Hasta entonces se hacía durante la oración general de los fieles, inmediatamente antes de empezar la plegaria eucarística. En el año 416 el papa Inocencio I escribe una carta al obispo Decencio en que le dice que le parece menos conveniente leer los nombres antes de haberse iniciado el acto sacrificial porque esto equivale a querer comunicar a Dios quiénes son los que han contribuido con sus ofrendas al sacrificio, como si Él no lo supiera. En cambio de la otra manera parece más acertado porque tiene el sentido de encomendar a Dios a los donantes. Este el fin dominante en el “Memento” actual: dar expresión litúrgica a la verdad dogmática de que las ofrendas tienen valor impetratorio y hacer vivir esta verdad, añadiendo una breve oración por los oferentes.

En nuestra liturgia romana el “Memento” recoge el grupo de los vivos que se encomiendan a la oración del sacerdote y el “Communicantes” inmediatamente posterior recoge la lista de los santos que están unidos a nosotros.

Recordemos que si en algún momento y lugar, la mención pública de los oferentes tuvo aspecto honorífico, esta lo perdió en el momento en el que la liturgia actual pasó a rezarse en voz baja a partir del siglo XI. Además dio libertad al celebrante para encomendar a quien quería sin reglamentación alguna como cuando todo era público.

Justo después de recordar y mencionar a los oferentes, el celebrante nombra a los “circumstantes”, es decir, los asistentes a misa. La costumbre general durante los diez primeros siglos fue la de estar de pie, circundando el altar en semicírculo frontal, facilitado por el hecho de la colocación del altar en el límite entre la nave y el presbiterio.

Para encomendar a los oferentes y a los circumstantes se afirma de ellos en primer lugar que “su fe y devoción es conocida por Dios” y en segundo lugar que son ellos los que le ofrecen a Dios “este sacrificio de alabanza rindiéndole sus votos”. Asoma aquí el eco del versículo 14 del salmo 49: “Sacrifica a Dios tu sacrificio de alabanza y rinde al Altísimo tus votos”.

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10.03.09