InfoCatólica / Germinans germinabit / Categoría: La Misa Romana

2.12.08

La Misa Romana: Historia del Rito. Capitulo 8º: Un elemento restaurado y otro desaparecido: las preces y la despedida de los catecúmenos


El pasaje de la misa que más cambios ha sufrido a través de los siglos es, sin duda, el comprendido entre el evangelio y el prefacio. Más todavía. Mientras en otros trozos, p. ej. en la comunión, aunque trastocados se han conservado por lo menos los principales elementos primitivos, entre el evangelio y prefacio desaparecieron sin dejar apenas rastro de sí dos ritos de importancia. Nos referimos a la despedida de los catecúmenos y a la oración común de los fieles, restaurada con la reforma litúrgica de 1969.

Hurgar en la historia de estos dos ritos nos permite ver mejor algunos de los problemas, aunque quizá los de menor importancia comparados a otros, que hoy se plantean en el tema de la misa.

La despedida de los catecúmenos

Cuando las lecturas llegaron a formar una unidad más estrecha con el culto eucarístico, hubo que buscar una solución que permitiera a los catecúmenos seguir asistiendo a las lecturas sin que por esto estuvieran presentes en la parte sacrificial. Esto explica la introducción, entre lecturas y oración eucarística, de un acto especial para dar la bendición y la despedida de los catecúmenos. Pero como a las lecturas seguía un acto oracional de la comunidad, se planteó la cuestión de si se podía admitir a él a los catecúmenos o si sería mejor despedirlos antes, pensando que este acto era ya el ejercicio de una función exclusiva de los fieles por poseer estos al Espíritu Santo. Establecieron pues, una diferencia semejante entre la oración de un simple fiel y la del sacerdote.

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25.11.08

La Misa Romana: Historia del Rito. Capítulo 7º: Credo


Al evangelio sigue actualmente en muchas misas el Credo. Cuadra perfectamente con el final de la función dedicada a la instrucción religiosa el que los fieles, como contestación a la doctrina recibida, respondan a una pública profesión de fe.

No en todas las liturgias se dice el Credo después del evangelio; ni siquiera dentro de la liturgia romana se reza en todas las misas, únicamente los domingos y solemnidades. Tal vez indicio de que se introdujo bastante tardíamente no sin vencer paso a paso ciertas dificultades. En efecto, el Credo no es un texto propio de la liturgia. Su redacción en singular lo está diciendo: Creo…, que denota una profesión de fe personal e individual. Lo confirma la Historia, que pone fuera de duda que se trata de un texto que sirvió a los candidatos al Bautismo para profesar individualmente su fe.

El texto primitivo: el símbolo oriental y el occidental.

El Credo niceno-constantinopolitano (el más extenso de los dos hoy en día litúrgicamente aprobados para su recitación durante la misa) aparece por primera vez en las actas del Concilio de Calcedonia, como confesión de los ciento cincuenta Santos Padres reunidos en Constantinopla. Se trata de una combinación de las dos fórmulas de los dos concilios anteriores de Nicea (325) y Constantinopla (381). Sin embargo la fórmula de Nicea, que termina con la frase “Et in Spiritum Sanctum”, difiere notablemente aún en los demás del texto del Credo actual, y en las actas del Concilio de Constantinopla no se encuentra fórmula alguna. En consecuencia, en el actual Credo tenemos la fórmula que, entre las diversas redacciones, se divulgó más y fue aprobada por el concilio de Calcedonia.

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18.11.08

La Misa Romana: Historia del Rito. Capítulo 6º: La homilía


Durante un largo periodo de tiempo el pueblo fiel se acostumbró tanto a las ceremonias de las llamadas “misas privadas” que llegó a tomarlas por norma, de tal manera que parecía que la homilía después del evangelio no formaba parte de la misa propiamente dicha, si no que era más bien una adición circunstancial y fortuita. La obligación de predicar en todas las misas de domingos y fiestas de precepto parecía eximir de hacerlo los restantes días del año litúrgico. Una de las novedades, a mi juicio maravillosamente positivas, de la reforma litúrgica es el fomento de la predicación homilética en las misas feriales especialmente en los llamados “tiempos fuertes” del año litúrgico. Aconsejable también, aunque sea muy brevemente, en todas las celebraciones. Sin embargo este fomento de la homilética se ha visto frustrado en doble vertiente: por el escaso interés de los sacerdotes en llevarlo a cabo y en la poca preparación y cultivo de las homilías en sí mismas, muchas veces convertidas en cualquier cosa menos en una auténtica homilía, a expensas de la formación de los creyentes y de la misma dignidad del culto.

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11.11.08

La Misa Romana: Historia del Rito. Capítulo 5º: Las lecturas Parte 3ª: El Evangelio


Con la lectura del evangelio, la llamada Liturgia de la Palabra llega a su punto culminante. Su situación al final de las otras lecturas subraya el sitio de honor que le está reservado. El aprecio de la lectura de la Buena Noticia se expresaba en los antiguos manuscritos con la escritura de su texto en letras mayores y más arcaicas, sobre más finos y dorados pergaminos así como con tapas de marfil, plata u oro puro en el evangeliario, libro este que era el único que podía descansar sobre el altar, lugar del sacrificio y trono del Santísimo Sacramento.

Su carácter especial y superior hizo que su lectura no se confiara desde el principio a un simple lector, sino al diácono, quien para ello, a partir del siglo VIII, se quitaba la planeta y enrollada se la ponía a modo de banda sobre el hombro izquierdo. De aquí después el uso diaconal de la estola atravesada sobre el pecho y espalda. En algunas liturgias antiguas y en ciertas ocasiones leía el evangelio el mismo obispo o celebrante. Leer el evangelio en la misa del Gallo era en la baja Edad Media privilegio de los emperadores.

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30.10.08

La Misa Romana: Historia del Rito. Capítulo 5º: Las lecturas. Parte 2ª: La salmodia, el verso aleluyático y el tracto o aclamación al evangelio


Los cantos que hasta ahora hemos conocido deben todos su origen o a la necesidad de llenar pausas originadas por las procesiones (como el de entrada o introito) o son aclamaciones puestas en música posteriormente (como los kyries o el Gloria). En cambio, en el gradual o salmo responsorial y el verso aleluyático, nos encontramos por vez primera con auténticos cantos, que como tales se introdujeron desde el principio en la liturgia para expresar en forma poética los sentimientos de admiración y agradecimiento por la doctrina recibida en las lecturas. En estos cantos intermedios tenemos pues, los genuinos y más antiguos cantos litúrgicos. Prescindiendo de las misas feriales, nos encontramos hoy dos cantos antes del evangelio: el gradual o salmodia y el verso aleluyático o en sustitución suyo, el tracto o aclamación al evangelio. En principio el gradual o salmo seguiría a la primera lectura y el verso aleluyático a la epístola. Cuando únicamente hay una lectura, permanece la salmodia y el verso aleluyático uno detrás del otro, como permaneció durante el periodo en el que en las misas festivas y dominicales sólo quedó la lectura de la epístola y el evangelio (hasta el Novus Ordo de Pablo VI). Lo cual no impide que actualmente se considere el verso del aleluya más bien como anuncio del evangelio.

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