El precedente quebequés


Ahora que los convergentes se han quitado la careta (¡después de 35 años!) y se han declarado abiertamente independentistas, vuelve a relucir el precedente quebecois. No en vano, el fundador de la dinastía Pujol ha declarado en muchas ocasiones que su apuesta política para Cataluña era una "solución tipo Quebec". Eso sí, él era más joven y el siguiente en el orden dinástico no había descubierto "las aguas podridas".

Son numerosas las similitudes catalanas con la zona francófona canadiense. Ya nos ilustró para ello el compañero Quinto Sertorius Crescens en su escrito "Quebec y Cataluña". Vamos a pegarles un somero repaso:

- Análogo número de habitantes y zona muy grata para el turismo.

- Gran número de ciudadanos anglófonos (especialmente en la urbe de Montreal), si bien los escolares pueden acabar sus estudios sin tener nociones de inglés, merced a unas leyes lingüísticas que han impuesto el monolingüismo francés en la provincia.

- Antisemitismo. También muy presente en el primigenio catalanismo de Prat de la Riba y Valentí Almirall.

- Destacado y fortísimo control de la Iglesia católica sobre la sociedad civil, como instrumento de la afirmación nacional francocanadiense. Incluso su principal ideólogo fue un abad, el clérigo de San Viator Lionel Groulx. Por cierto, ferviente petainista.

- La ciudad de Montreal se correspondió con la metrópolis más dinámica y cosmopolita de Canadá, si bien el empobrecimiento causado por la llegada al poder del nacionalismo ha provocado que Toronto (anglófona) la haya desplazado como centro económico del estado.

- Solo falta el referéndum por la independencia. Y que lo pierdan como en el Quebec.

Para el caso que nos ocupa en este portal, la unión Iglesia católica-nacionalismo fue tan fundamental en Quebec como en Cataluña. En la provincia francófona el poder de la Iglesia católica fue tan considerable, que no es casual que Hitchcock ambientara allí su película Yo confieso, en el año 1952. Pero al igual que ha sucedido en Cataluña, la exagerada connivencia entre el nacionalismo y el poder eclesial trajeron una vertiginosa secularización, que vació sus iglesias y debilitó hasta el extremo las vocaciones. Como pasó aquí, al móvil nacionalista se unió el post-conciliarismo más progresista, con sus funestos y estériles frutos. En el caso del Canadá incluso el Papa Juan Pablo II tuvo que recriminar en el año 1983 a la Conferencia Canadiense de Obispos Católicos por sus posturas abiertamente contestatarias.

Cuando merced a la activa política del pontífice polaco el progresismo fue reculando en la Iglesia, también el Canadá católico fue lentamente declinando en sus excesos. De forma nuevamente semejante a cuanto aconteció en Cataluña. Incluso las equivalencias han llegado a sus dos archidiócesis más importantes: Montreal y Barcelona.

Efectivamente, tanto el cardenal Turcotte como nuestro prelado Martínez Sistach son dos mitrados centristas y componedores. Idénticos rasgos tienen en su cursus honorum episcopal. El canadiense, nacido el 26 de julio de 1936, fue designado obispo auxiliar de Montreal con 46 años y Sistach auxiliar de Barcelona con 50. Los dos fueron después residenciales de su diócesis, que en ambos casos era también su población natal, aunque Sistach pasó previamente por Tortosa y Tarragona, mientras que Turcotte ha permanecido 22 años en Montreal.

Desconocemos si también será equiparable la aceptación de la renuncia por edad en un caso y otro. Acaba de serle admitida al de Canadá, tan solo ocho meses después de cumplir los 75 años. Y se ha designado como sucesor a monseñor Christian Lepine que era su obispo auxiliar. Con una particularidad: había sido nombrado en julio de 2011. Casi al mismo tiempo en que Turcotte cumplía la edad de jubilación.

Parece evidente que la sustitución del cardenal Turcotte ha sido especialmente diseñada. Seguro que para una promoción tan rápida como desacostumbrada en estos casos ha debido ser decisiva la influencia del cardenal Ouellet, que fue arzobispo de Quebec y hoy preside la Congregación vaticana para los obispos. Sin embargo, el nuevo arzobispo no era un desconocido para el hasta ahora cardenal de Montreal, pues había sido su secretario particular entre los años 1996 y 1998. Eso sí, Lepine es mucho más conservador que su predecesor.

Se acerca el 29-A y no hay ninguna señal respecto a la sucesión del cardenal Martínez Sistach. Parece que no existe una remoción preparada a conciencia como en el caso de Montreal, pero el precedente quebequés si deja claro que no hay normas claras y específicas en cuanto a la prórroga del mandato cardenalicio. Tan riguroso y exacto -como buen teutón- que es el actual pontífice acerca de otros protocolos, no sigue norma idéntica en la jubilación de los cardenales. Tanto puede haber prórroga pública (Tettamanzi, Policarpo) como tácita (Rouco), como designación de coadjutor (Amigo) o sucesión acelerada (Turcotte).

Tampoco se inclina el proceso por la sustitución de Sistach por su auxiliar Taltavull, aunque una parte no desdeñable del clero barcelonés estaría encantado con su promoción y están tomando partido por ella. Con el voto en contra del cardenal. Si sería ideal para nuestro prelado (caso de no accederse a la prórroga que es su verdadero anhelo) que se designase a un auxiliar como en Montreal. Grato a su persona, en la fecha de su jubilación y con la vista puesta a ser su sucesor. ¿Se imaginan el candidato?

Ha quedado claro que las similitudes con Quebec no sólo se hallan presentes en el imaginario nacionalista. También se observan en el devenir eclesial y muy especialmente en la persona de los últimos arzobispos de Montreal y Barcelona. Sólo falta examinar si acontecerá también en el proceso de renuncia. El 29-A empieza la función.

Oriolt