Québec y Barcelona (1ª parte)
El año pasado el periodista quebequés Antoine Robitaille publicaba en Le Devoir el artículo “Est-ce la fin de l’Église catholique au Québec?”, (¿Es el fin de la Iglesia católica de Québec?) donde aporta los siguientes datos referidos al Canadá francófono:
"Entre 1957 y 2000, el índice de fieles que participan los domingos de la Misa ha descendido del 88% al 20%. En el caso de los jóvenes, el fenómeno és aún más acentuado, en la franja de edad de los 18 a los 34 años, sólo practican el 5% en el año 2000. Prácticamente en todas las diócesis, la edad media de los sacerdotes supera los 70 años. En la archidiócesis de Québec, desde 1997 a 2010, el número de párrocos y de equipos pastorales ha pasado de 166 a 73".
Estos aterradores datos son similares a los de la mayor parte de la actual Cataluña con la diferencia que el porcentaje que iba a Misa los domingos en 1957 en nuestra tierra no creo que fuera tan elevado pese al marco franquista.
Para el profesor E.-Martin Meunier, de la universidad de Ottawa y especialista en los cambios culturales experimentados en la francofonía canadiense, la Iglesia del Québec ha estado dominada intelectualmente y de forma abrumadora durante los últimos decenios por católicos que han “ marché à plein dans le renouveau personnaliste et communautaire du catholicisme post-Seconde Guerre mondiale ”(caminado plenamente dentro de la renovación personalista y comunitaria del catolicismo después de la Segunda Guerra Mundial) . Es decir por las sendas del personalismo y comunitarismo de Emmanuel Mounier y su intento de conciliar el materialismo marxista con el cristianismo. Lo mismo que sucedió en las católicas Barcelona y Cataluña Central. Lo mismo que sucedió en la catoliquísima Bélgica.
En Bélgica, Cataluña y el Québec, los hijos de ciertos estratos urbanos católicos que en un par de generaciones saltaron del campo a la ciudad; de la miseria a la clase media o a la burguesía; del analfabetismo a la universidad; de la devoción más piadosa a la confrontación con los grandes problemas sociales de este mundo, se sintieron atraídos por el gran sistema filosófico del marxismo que aparentemente lo explica todo. Una filosofía de la Historia, una explicación de la realidad social del mundo presente, una causa por la que luchar.
Pero el marxismo era demasiado materialista para quienes habían frecuentado la parroquia, para quienes se habían precavido de las buenas causas en las que se implica la Iglesia. Mounier , con su espiritualización del marxismo, facilitaba el engarce con el cristianismo. Todo ello en medio de una angustia vital y de episodios de autoflagelación intelectual por sentirse hijos de unos padres que con su “particular” catolicismo “tradicional” habían colaborado a la explotación de esa categoría monolítica y hipostasiada marxista llamada Pueblo.
Como matar a los padres es muy feo, y un pecado, había que cargarse el catolicismo que los progenitores vivían, un catolicismo tradicional que envilecido y falseado por los siglos se había distanciado del de aquellos primeros cristianos. Había que recuperar el comunitarismo de aquellas comunidades de tiempos apostólicos, donde se vivía un cristianismo “auténtico” y puro donde ya se encarnaba el comunismo que se anhelaba para los tiempos presentes.
Recuperar ese primitivismo pedía una víctima, cargarse la Iglesia “tradicional”, el sacrificio para hacer compatible el cristianismo con el marxismo. Un proceso de autodeconstrucción que, engendrado la década anterior a la II Guerra Mundial en pequeños círculos de intelectuales católicos, se puso en marcha a gran escala la que se superó el trance de la postguerra.
Después de 1945 el mundo sabía a qué conducía los totalitarismos nacionalsocialista y fascista. Unos sistemas deslegitimados por la derrota y las imágenes de Auschwitz. En cambio, el comunismo aparecía victorioso, vencedor, mostrando con su aparato de propaganda las virtudes del colectivismo y escondiendo Gulags y Laogais. La fascinación por el omniexplicativo y omniresolutivo comunismo penetró como un tsunami en las facultades de letras de la Europa occidental católica y vía Francia, también hacia el Québec. A Sudamérica, el maremoto llegaría más tarde en forma de teología de la liberación.
Le pari personaliste :Bélgique, Catalogne, Québec
Una de las figuras señeras de este “pari” (apuesta) emprendida por una nueva generación de sacerdotes y seglares engagés fue el dominico quebequés George Henri Lévesque (1903-1980) . Su trayectoria vital resume la deriva que ha llevado a la Iglesia católica quebequesa a su casi autoliquidación.
El padre Lévesque simboliza el catolicismo de una sociedad profundamente católica que se enfrenta al problema social empobreciendo hasta la secularización la vida interior y trascendente del creyente (y sacerdotal en los ordenados) y espiritualizando el análisis marxista. No parece una casualidad que Lévesque este estudiando en Lovaina cuando Emmanuel Mounier empieza a publicar la revista L’Esprit en 1932 y los dominicos franceses de la escuela de Le Saulchoir (Chenu, Congar…) aún están en Bélgica.
En la reciente entrevista en la Vanguardia de 09/VII/2011 a Roser Bofill, editora de El Ciervo, la entrevistada manifestaba que a su publicación la comparaban con la Esprit francesa. Bélgica, Cataluña, Québec, aparecen enlazados por unos mismos fenómenos, una emergente y extendida burguesía profundamente católica nacida de un substrato rural aún más católico, en países donde el Estado no se visualiza como enemigo explícito del catolicismo, y que se enfrenta, dicha burguesía, a los modernos problemas sociales urbanos derivados de la industrialización: mayor riqueza pero mal distribuida, explotación obrera, degeneración de costumbres… Todo ello ignorando o pasando del Magisterio social cristiano, tirado por la borda como reliquia inútil del pasado o porque desautoriza al marxismo. Ignorancia en unos casos, complejos en otros, soberbia en algunos.
9 juin 2009, la 32 e Assemblée annuelle des prêtres de la diocese de Rimouski (Québec)
El padre Lévesque, después de ser ordenado sacerdote, empezó a enseñar Filosofía Social en el colegio de los dominicos de Ottawa, en la universidad de Montréal y finalmente en la prestigiosa Universidad Laval -la católica de Québec (fundada en 1663)-. En esta última, como profesor de Economía y Filosofía fundó la facultad de Ciencias Sociales donde se formaron muchos de los cuadros dirigentes del actual Québec.
Desde su tribuna en l’ École des Sciences sociales de l’Université Laval, Lévesque (en la fotografía) pasó a convertirse en un ardiente promotor de una explícita “laicización del saber” que en la práctica se convirtió en un eufemismo de emanciparse del Magisterio de la Iglesia.
El programa de Lévesque representa a nivel filosófico el percorso de una sociedad que en medio siglo secularizó, a la práctica y de forma brutal, todo el edificio construido por sus antepasados desde el siglo XVII (hospitales, escuelas, congregaciones religiosas, sindicatos, cooperativas y colegios profesionales católicos… para llegar al final a tocar el ámbito de la familia, el orden sacerdotal y la vida de los consagrados). Toto ello mediante lo que se conoce en el Canadá francófono como la Revolution tranquille.
El ejemplo de los institutos de religiosas
Como ejemplo de los estragos que estos caminos han acarreado podemos aproximarnos a una de las realidades más sensibles a la salud de la vida de la Iglesia : la situación de los institutos de religiosas.
Nos centramos en aquellos fundados en Canadá por canadienses, es decir fundaciones que no dependen de casa generalícias en otros países.
Desde la aparición a mediados del siglo XVII del Québec como colonia de población francesa ( la Nouvelle France ) se fundaron los institutos de:
- (1653) La Congregation de Nôtre Dame de Montréal , fundada en Montréal en 1653 por Santa Margarite Bourgeoys (1620-1700)
- (1737) Las Soeurs de la Charité de Montréal , fundadas por Santa Margarite d’Youville (1701-1771)
- (1840) Las Souers de la Charité de Saint Hyacinthe , fundadas en Saint Hyacinthe por Marie Michel Arcange Thuot (1787-1850), fundadora del Hôtel Dieu de Saint Hyacinthe.
- (1843) Las Soeurs de la Providence , fundado en Montréal por la beata Emilie Tavernier Gamelin (1800-1851)
- (1843) Las Soeurs des Saints Noms de Jesús et Marie , fundado en Longueuil por la beata Marie Rose Durocher (1811-1849)
- (1848) Las Soeurs de la Miséricorde de Montréal , fundadas en Montréal (Québec) por la Sierva de Dios Rosalie Cadron-Jetté (1794-1864)
- (1849) Las Souers de la Charité de Québec , fundado en la ciudad de Québec por Marcelle Mallet (1805-1871)
- (1850) Las Soeurs de Sainte Anne , fundadas en Vaudreuil por la beata Marie Anne Blondin (1809-1890)
- (1854) Las Souers de la Charité d’Ottawa , fundadas en Ottawa por Élisabeth Bruyère (1818-1876)
- (1856) Las Soeurs du Bon Pasteur , fundadas en la ciudad de Québec por Marie Josephte Fitzbach (1806-1885)
- (1861) Las Soeurs Adoratrices du Précieux Sang , fundadas en la ciudad de Saint Hyacinthe (Québec) por Catherine Aurelie Caouette (1833-1905)
- (1877) Las Soeurs du Saint Joseph , fundadas en Saint Hyacinthe por la venerable Élisabeth Bergeron (1851-1936)
- (1880) Las Petites Sœurs de la Sainte-Famille , fundadas por la beata Marie Leonie Paradis (1840-1912) y con casa generalicia en Sherbrooke (Québec)
- (1891) Las Soeurs du Saint Rosaire , fundadas en Imouski en 1891 por Élisabeth Turgeon (1840-1881)
- (1895) Las Servantes de Jésus-Marie , fundadas por Zita (Éleonore) Potvin (1865-1903) y Alexis Louis Mangin (1856-1920) en Gatineau (Québec)
- (1901) Las Soeurs Oblates de Béthanie , fundadas por el sacerdote Éugene Prévost (1860-1946)
- (1902) Las Soeurs Missionnaires de l’Immaculée Conception , fundadas en 1902 por la Venerable Delia Tétreault (1865-1941)
- (1945) Les Dominicaines Missionnaires Adoratrices , fundado en el arrondissement de Beauport, Québec (Canada) por la Madre Julienne du Rosaire Dallaire (1911-1995).
Entre impresionante floración de santidad en tierra canadiense, que parece un calco de la catalana, viose acompañada de la proximidad espiritual de otros no menos venerables pastores, sacerdotes y obispos, como el beato François de Montmorency Laval, obispo de Québec, Ignace Bourget, obispo de Montréal o el beato Louis-Zephirin Moreau, obispo de Saint Hyacinthe.
El marchitado estado actual de este impresionante edificio es testimonio de la vida eclesial canadiense del último medio siglo. No se escapan de ello las agustinas hospitalarias que regentan el hospital general de Québec, el primero de America del Norte fundado en 1639 por la beata Catherine de Saint-Augustin Simon de Longpré (1632–1668) ni las ursulinas fundadoras de la primera escuela de niñas del nuevo continente, iniciada por la beata y mística Marie de l’Incarnation Guyart (1599-1672) con ayuda de Madeleine de la Peltrie.
Víctimas, inocentes muchas veces, otras no tanto, de la secularización de la vida comunitaria y interior como religiosas; de la vida interior sacerdotal de muchos sacerdotes que las has dirigido o las dirigen; de la emancipación respecto a la doctrina de la Iglesia , del decaimiento de la vida espiritual en el interior de las familias y las parroquias; de la deserción respecto al acompañamiento espiritual por parte de los pastores; de la desorientación generalizada… la mayoría de estos institutos de religiosas son desgraciadamente poca cosa mas que casas de solteronas solidarias en vías de extinción.
Solo se salvan las pocas que se han apartado o han podido apartarse lo suficiente del main stream de la vida eclesial quebequesa de las últimas décadas, básicamente las escasas comunidades contemplativas que no han hecho suficientemente el burro. El Québec católico, aislado y con vocación de autorreferencia, languidece.
Es este ambiente de autoliquidación donde creció y forjó Marc Ouellet, actual prefecto de la Congregación de los obispos.
Quinto Sertorius Crescens