InfoCatólica / Fides et Ratio / Categoría: Iglesia

25.07.10

Santiago Apóstol

Défensor alme Hispániae,
Jacóbe, vindex hóstium Tonítrui
quem fílium Dei
vocávit Fílius

Huc caeli ab altis sédibus
Convérte dexter lúmina,
Audíque laeti débitas
Grates tibi quas sólvimus.

Grates refert Hispánia,
Felix tuo quae nómine,
Te gloriátur júgiter,
Dignáta sacris óssibus.

Tu, caeca nox atque ímpia.
Nos cum téneret vánitas
Lucem salútis prímitus
Oris Ibéris ímpetras.

Tu, bella cum nos cíngerent,
Es visus ipsi in praélio,
Equóque et ense acérrimus
Mauros furéntes stérnere.

Freti tuo nos pígnore,
Largum tuo te múnere
Rogámus omnes, ut tuae
Spe prótegas praséntiae.

Deo Patri sit glória,
Ejúsque soli Fílio,
Cum Spíritu Paráclito,
Et nunc, et omne in saéculum.

Amen.

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24.07.10

Desobediencia justa a las leyes injustas

Este respeto al poder constituido no puede exigir ni imponer como cosa obligatoria ni el acatamiento ni mucho menos una obediencia ilimitada o indiscriminada a las leyes promulgadas por ese mismo poder constituido. Que nadie lo olvide: la ley es un precepto ordenado según la razón, elaborado y promulgado para el bien común por aquellos que con este fin han recibido el poder.

Au Milieu des Sollicitudes, 31. Papa León XIII

Por consiguiente, jamás deben ser aceptadas las disposiciones legislativas, de cualquier clase, contrarias a Dios y a la religión. Más aún: existe la obligación estricta de rechazarlas. Esto es lo que el gran obispo de Hipona, San Agustín, expuso claramente con estas elocuentes palabras: «Algunas veces… los gobernantes son rectos y temen a Dios; otras veces no le temen. Juliano era un emperador infiel a Dios, apóstata, inicuo, idólatra; los soldados cristianos sirvieron a un emperador infiel; pero, cuando se trataba de la causa de Cristo, no reconocían sino a Aquel que está en los cielos. Si alguna vez ordenaba que adorasen a los ídolos y les ofreciesen incienso, ponían a Dios por encima del emperador. Pero cuando les decía: ¡A formar, en marcha contra tal o cual pueblo!, obedecían inmediatamente. Sabían distinguir entre el Señor eterno y el señor temporal, y, sin embargo, vivían sometidos incluso a su señor temporal por consideración al Señor eterno» (SAN AGUSTÍN, Enarrationes in Ps. 124,7). Nos sabemos que el ateo, abusando lamentablemente de su razón, y más todavía de su voluntad, niega todos estos principios. Pero el ateísmo es, en definitiva, un error tan monstruoso, que, dicho sea en honor de la humanidad, nunca podrá suprimir en la conciencia humana los derechos de Dios ni podrá substituir a Dios con la idolatría del Estado.

Au Milieu des Sollicitudes, 32. Papa León XIII

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20.07.10

Elegí ser postergado en la casa de Dios antes que habitar en las tiendas de los pecadores

Para no alargarme demasiado, teniendo en cuenta, sobre todo, que yo os hablo sentado, mientras que vosotros os fatigáis de estar de pie, os diré: sabéis todos o casi todos que en esta casa, llamada casa episcopal, vivimos de tal manera que, en la medida de nuestras fuerzas, imitamos a aquellos santos de quienes dice el libro de los Hechos de los Apóstoles: Nadie llamaba propia a cosa alguna, sino que todas les eran comunes. Como tal vez algunos de vosotros no os habéis esmerado en examinar nuestra vida para conocerla como yo quiero que la conozcáis, voy a explicaros lo que dije antes brevemente.

Yo, en quien por misericordia de Dios veis a vuestro obispo, vine siendo joven a esta ciudad. Muchos de vosotros lo sabéis. Buscaba dónde fundar un monasterio para vivir con mis hermanos . Había abandonado toda esperanza mundana y no quise ser lo que hubiera podido ser; tampoco, es cierto, busqué lo que soy. Elegí ser postergado en la casa de Dios antes que habitar en las tiendas de los pecadores. Me separé de quienes aman el mundo, pero no me equiparé a los que gobiernan a los pueblos. Ni elegí un puesto superior en el banquete de mi Señor, sino el último y despreciable, pero le plugo a él decirme: Sube más arriba. Hasta tal punto temía el episcopado que, cuando comenzó a acrecentarse mi fama entre los siervos de Dios, evitaba acercarme a lugares donde sabía que no tenían obispo. Me guardaba bien de ello y gemía cuanto podía para salvarme en un puesto humilde antes que ponerme en peligro en otro más elevado. Mas, como dije, el siervo no debe contradecir a su Señor. Vine a esta ciudad para ver a un amigo al que pensaba que podría ganar para Dios viviendo con nosotros en el monasterio. Vine tranquilo, porque la ciudad tenía obispo, pero me apresaron, fui hecho sacerdote, y así llegué al grado del episcopado.

San Agustín, Sermón 355,2. Ed. BAC. Obras completas de San Agustín, XXVI

16.07.10

15.07.10