En los países donde la Iglesia Católica es perseguida, profesar la fe católica es un hecho que distingue. Se sabe donde están las Iglesias y los fieles que asisten a ella. En los países musulmanes los católicos son ciudadanos de tercera. En definitiva podríamos decir que el carácter que les imprime el bautismo es conocible por el mundo.
Otro tanto, sin llegar a los extremos anteriores pero también significativo, ocurría no hace mucho tiempo en países de marcado carácter protestante. Para ellos el catolicismo implicaba una cierta dependencia del individuo a Roma que podía afectar a la soberanía de la nación. Por ejemplo, el Venerable Newman, cuando el Romano Pontífice Pío IX proclamó el dogma de la infalibilidad papal, fue objeto de innumerables ataques - además de los motivados por su conversión, of course -, ya que políticos como Gladstone estaban convencidos de que los católicos no podían ser súbditos de la Gran Bretaña dignos de confianza: el Santo Padre tenía ascendencia moral sobre ellos - O tempora, o mores! – por lo cual el gobierno civil se podía ver dañado cuando se produjese una discrepancia entre el poder civil y la conciencia del individuo. Newman, como no podía ser de otra manera, contestó magistralmente en su «Carta al Duque de Norfolk» (la encíclica Veritatis Splendor de Juan Pablo II cita dos veces esta obra).
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