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18.06.11

Más reflexiones en torno al Concilio Vaticano II: Enrico Maria Radaelli

Fuente: Sandro Magister.

Una propuesta por los cincuenta años del Vaticano II

LA VÍA SOBRENATURAL PARA RECOBRAR LA PAZ ENTRE EL PRE Y EL POST CONCILIO

por Enrico Maria Radaelli

La discusión que se está desarrollando en el sitio web de Sandro Magister entre escuelas de posiciones diferentes y opuestas sobre reconocer si el Concilio ecuménico Vaticano II representa continuidad o discontinuidad con la Tradición, aparte de llamarme a participar directamente desde los primeros movimientos, toca de cerca algunas páginas preliminares de mi reciente libro “La belleza que nos salva".

El hecho largamente más significativo del ensayo es la comprobada identificación de los “orígenes de la belleza” con las cuatro cualidades sustanciales - verdadero, uno, bueno, bello - que santo Tomás de Aquino afirma que son los nombres del Unigénito de Dios: identificación que debería aclarar de una vez por todas lo fundamental y el vínculo ya no más eludible que un concepto tiene con su expresión, es decir, el lenguaje con la doctrina que lo utiliza.

Me parece necesario intervenir y hacer algunas aclaraciones para quien quiere reconstruir la “Ciudad de la belleza” que es la Iglesia y retomar así el único camino (esta es la tesis de mi ensayo) que puede llevarnos a la felicidad eterna, es decir, que nos puede salvar.

Completaré mi intervención sugiriendo el pedido que ameritaría hacerse al Santo Padre para que - recordando con monseñor Brunero Gherardini que en el 2015 se cumplirá el aniversario cincuenta del Concilio (cfr. “Divinitas", 2011, 2, p. 188) - la Iglesia toda aproveche de tal extraordinario acontecimiento para restablecer la plenitud de aquel “munus docendi", de aquel magisterio, suspendido hace cincuenta años.

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16.06.11

La Misa y el sacerdote

Diversos modos de celebrar la Misa

Ante nuestra vista debe permanecer siempre esta idea: Cristo es el sacerdote principal en el Sacrificio de la Misa; el sacerdote debe aspirar a una unión siempre actual y más íntima con Él. Frente a esto tenemos los modos tan diferentes de celebrar la Misa: Misa sacrílega, Misa rapidísima, Misa correcta al exterior, pero sin espíritu de fe; Misa diaria y piadosamente celebrada, y Misa de los santos. Así me lo ha hecho notar en conversación el fundador de la Congregación «Fraternidad Sacerdotal». Es digno de meditarse.

En la Misa sacrílega el corazón del celebrante está separado de Dios, separado de Cristo – sacerdote principal -. Tal celebración indigna es pecado mortal gravísimo.

Sin embargo, la Misa conserva todo su infinito valor, tanto por parte de la víctima ofrecida como del principal oferente. Incluso posee valor infinito de adoración, de reparación, impetración y acción de gracias el acto teándrico del oferente principal, vivo siempre para interceder por nosotros.

Si el estado interior de tal sacerdote fuera patente a los fieles, el escándalo sería colosal y sus consecuencias incalculables.

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6.06.11

3.06.11

2.06.11

Nuestra vida «desde ahora escondida con Cristo en Dios»

Cristo, que había prometido que sus discípulos llegarían a ser con Él uno en Dios, que había prometido que estaríamos en Dios y Dios en nosotros, ha realizado ya esta promesa para nosotros. De manera misteriosa llevó a término esta gran obra, este sorprendente privilegio. Parece que lo realizó al subir al Padre, en su ascensión corporal y su descenso espiritual, y que la asunción de nuestra naturaleza hasta Dios es al mismo tiempo el descenso de Dios hasta nosotros. Se podría decir que nos ha llevado verdaderamente hasta Dios y ha hecho que Dios se llegara a nosotros.

Así pues, cuando san Pablo dice que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, se podría entender con ello que nuestro principio de existencia ya no es un principio mortal y terrestre, tal como el de Adán después de la caída, sino que somos bautizados y escondidos de nuevo en la gloria de Dios, en esta pura luz de su presencia, la cual perdimos con la caída de Adán. Somos creados de nuevo, transformados, espiritualizados, glorificados en la naturaleza divina. Por Cristo estamos impregnados de santidad y de inmortalidad.

Beato John Henry Newman.
Magnificat, Junio 2.011, nº 91, pág. 47