El pasado sábado, mientras el Papa celebraba la Santa Misa en la explanada de los Inválidos, con ocasión de su viaje pastoral a Francia, en A Pastoriza se celebraba la trigésimo primera Romaxe de Crentes Galegos.
El contraste no deja de ser significativo.
Mientras que el Santo Padre ejercía su ministerio de pastor universal, estos «romeros», por llamarlos de alguna manera, promueven «conjugar la fe con la galleguidad, o, lo que es el mismo, el sentirse creyente con el sentirse gallego», es decir, uncir nacionalismo con –ojo al detalle – creencia. Evidentemente, esto no tiene nada que ver con la Iglesia católica, esto es, universal, ellos lo único que quieren ser es creyentes, como si Cristo se hubiera encarnado para salvar a los gallegos (pero, ¿habrá algún purasangre gallego más allá del mito?).
Resulta, por otra parte, curioso que estos grupos de teología radical no dejan de vociferar la separación de la Iglesia y el Estado, cuando en el fondo lo que quieren no es otra cosa que su unión: la unión total entre estado nacionalista e Iglesia, donde la Iglesia deja de ser católica para ser convertida en un buey que are bajo el yugo del político nacionalista de turno. Por eso la ponen a servir como una vulgar chacha al servicio de sus fines bastardos.
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