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1.06.11

Vísperas de la Ascensión del Señor

Hubiera podido el Señor, unigénito y coeterno del Padre, en la forma de siervo y en cuanto siervo, si necesario fuera, orar en silencio; mas quiso aparecer como suplicante ante el Padre, acordándose de que era nuestro Maestro. Y así, la oración que hizo por nosotros nos la dio a conocer a nosotros, ya que no sólo las pláticas a ellos dirigidas por tan excelente Maestro, sino también su oración por ellos al Padre servía de edificación a los discípulos. Y si era de edificación para ellos, que la escuchaban, también había de serlo para nosotros, que la habíamos de leer escrita. Por tanto, al decir: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, manifestó que todos los tiempos, y cuando había de hacer o dejar de hacer algo, eran dispuestos por Aquel que no está sujeto al tiempo; porque todas las cosas que han de ser, cada cual en su tiempo propio, tienen su causa eficiente en la sabiduría de Dios, en la cual no existe el tiempo. No se crea, pues, que esta hora vino al acaso, sino por la ordenación de Dios. Como tampoco una fatal necesidad sideral determinó la pasión de Cristo, porque no se puede pensar que las estrellas forzasen a morir a Cristo, su Creador. No fue, pues, el tiempo el que impelió a Cristo a la muerte, sino que El determinó el tiempo en que había de morir, como determinó el tiempo en que había de nacer de una Virgen, juntamente con el Padre, del cual nació sin tiempo. Según esta verdadera y sana doctrina, dice asimismo el apóstol San Pablo: “Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo"; y Dios por el Profeta: “Te he escuchado en el tiempo propicio, y en el día de la salvación te presté mi ayuda"; y otra vez el Apóstol: “Ahora es el tiempo aceptable, ahora es el día de salvación". Diga, pues: Padre, ha llegado la hora, quien con el Padre ha ordenado todas las horas, como diciendo: Padre, ha llegado la hora que conjuntamente hemos ordenado para glorificarme por y entre los hombres; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti.

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13.04.11

Cosas perdidas (y recuperadas) del Domingo de Pasión

Los que tuvieron la suerte de asistir el pasado Domingo a Misa Usus Antiquior, escucharon el Evangelio del Primer Domingo de Pasión – denominación que ha perdurado en el pueblo; en el NO se denomina Quinto Domingo de Cuaresma -, que corresponde al capítulo octavo, versículos cuarenta y seis a cincuenta y nueve. Parte del mismo lo podrán escuchar el próximo jueves, los que asistan a misa NO (Io 8, 51 – 59). El texto completo, no pasó la criba de la reforma litúrgica y en el camino se dejaron atrás unos cuantos versículos, en concreto estos:

En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios. Respondieron los judíos y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros que eres samaritano y tienes el demonio en el cuerpo? Yo no tengo demonio, sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí. Yo no busco mi gloria, hay quien la busque y juzgue

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2.04.11

30.03.11

6.03.11