Cluny y la refundación de la sociedad cristiana
Si algo se puede decir del actual Romano Pontífice es que no da puntada sin hilo. Nos encontramos ante una figura portentosa, brillante, el mejor teólogo sin duda de los últimos tiempos, muy por encima del resto. Un intelectual de primera fila, que sólo la animadversión a la Iglesia de Cristo puede tapar lo que es una realidad evidente.
Aunque los no cristianos puedan no estar de acuerdo con Benedicto XVI, es indudable que sigue siendo una voz a la que hay que prestar atención.
En la audiencia general del pasado miércoles, el Santo Padre habló de Cluny y lo que representó esta orden para la Iglesia y la historia de la humanidad. Como dice Benedicto XVI:
En ese momento (nota: en el que surge Cluny) el monaquismo occidental, que floreció algunos años antes con san Benito, había decaído mucho por diversas causas: las inestables condiciones políticas y sociales debidas a las continuas invasiones y devastaciones de pueblos no integrados en el tejido europeo, la pobreza difundida y sobre todo la dependencia de las abadías de los señores locales, que controlaban todo lo que pertenecía a los territorios de su competencia. En este contexto, Cluny representó el alma de una profunda renovación de la vida monástica, para reconducirla a su inspiración original.
En Cluny se restauró la observancia de la Regla de san Benito con algunas adaptaciones ya introducido por otros reformadores. Sobre todo se quiso garantizar el lugar fundamental que debe ocupar la Liturgia en la vida cristiana (…). Se reservó mucha importancia a la liturgia, porque los monjes de Cluny estaban convencidos de que esta era participación en la liturgia del Cielo. Y los monjes se sentían responsables de interceder ante el altar de Dios por los vivos y los difuntos, dado que muchísimos fieles les pedían con insistencia que se les recordara en la oración.
(…) Muchos principios y Papas pidieron a los abades de Cluny que difundieran su reforma, de modo que en poco tiempo se extendió una tupida red de monasterios ligados a Cluny o con verdaderos y propios vínculos jurídicos, o con una especie de afiliación carismática. Se iba así dibujando una Europa del espíritu en las varias regiones de Francia, Italia, España, Alemania, Hungría.
El éxito de Cluny fue asegurado ante todo por la elevada espiritualidad que allí se cultivaba, pero también por algunas otras condiciones que favorecieron su desarrollo. A diferencia de cuanto había sucedido hasta entonces, el monasterio de Cluny y las comunidades dependientes de él fueron reconocidas exentas de la jurisdicción de los obispos locales y sometidas directamente a la del Romano Pontífice. Esto comportaba un vínculo especial con la sede de Pedro, y gracias precisamente a la protección y al ánimo de los Pontífices, los ideales de pureza y de fidelidad, que la reforma cluniacense pretendía perseguir, pudieron difundirse rápidamente. Además, los abades eran elegidos sin injerencia alguna por parte de las autoridades civiles, a diferencia de lo que sucedía en otros lugares.La reforma cluniacense tuvo efectos positivos no sólo en la purificación y en el despertar de la vida monástica, y también en la vida de la Iglesia universal. De hecho, la aspiración a la perfección evangélica, representó un estímulo a combatir dos graves males que afligían a la Iglesia de aquella época: la simonía, es decir, la adquisición de cargos pastorales previo pago, y la inmoralidad del clero secular Los abades de Cluny con su autoridad espiritual, los monjes cluniacenses que se convirtieron en obispos, alguno de ellos incluso Papas, fueron protagonistas de esta imponente acción de renovación espiritual. Y los frutos no faltaron: el celibato de los sacerdotes volvió a ser estimado y vivido, y en la asunción de los oficios eclesiásticos se introdujeron procedimientos más transparentes.
También hoy estamos en una situación de crisis. No nos deben doler prendas en decir que igual que hay un clero que busca la santificación suya y de los fieles, existe un clero corrupto – como demuestran los casos tan dolorosos de pederastia -, que vive su sacerdocio – antológicamente distinto al de los fieles – de manera indigna, que destroza la Liturgia y que holla la doctrina de la Iglesia. Porque el fruto de esta renovación fue el redescubrimiento del celibato, hoy sacado y puesto en duda como una carga para el sacerdote, cuando realmente es una bendición.
Y la nueva simonía. Si antes los señores feudales consideraban que el poder religioso tenía que estar sometido al poder civil, y eran ellos los que nombraban Obispos, quedándose con parte del dinero que los feligreses daban para la sustentación del clero, hoy se da una nueva forma de simonía, donde el poder político no controla directamente a los obispos, pero sí indirectamente, a través de subvenciones y conciertos, gracias a la educación, reglada totalmente por el Estado y que llega hasta la manipulación de las conciencias con asignaturas tipo EpC.
El santo Padre pues, está explicando con esta catequesis su propio programa para la reforma de la Iglesia, la que él está llevando a cabo, empezando por la Liturgia y continuando por la renovación de la vida espiritual todo garantizado por la especial unión que tenía Cluny con la Cátedra de Pedro. Con Pedro y bajo Pedro.
También esta reforma en la que estamos inmersos tuvo su reflejo en la sociedad. Como recuerda el Santo Padre, el carácter que impuso Cluny no sólo afectó a la Iglesia, sino también a la sociedad:
En una época en la que sólo las instituciones eclesiásticas proveían a los indigentes se practicó con empeño la caridad. En todas las casas, el limosnero se dedicaba a hospedar a los viandantes y a los peregrinos necesitados, los sacerdotes y los religiosos de viaje, y sobre todo a los pobres que venían a pedir alimento y techo por algún día. No menso importantes fueron otras dos instituciones, típicas de la civilización medieval, promovidas por Cluny: las llamadas “treguas de Dios” y la “paz de Dios”. En una época fuertemente marcada por la violencia y por el espíritu de venganza, con las “treguas de Dios” se aseguraban largos periodos de no beligerancia, con ocasión de determinadas fiestas religiosas y de algunos periodos de la semana. Con la “paz de Dios” se pedía, bajo pena de una censura canónica, el respeto de las personas inermes y de los lugares sagrados.
En la conciencia de los pueblos de Europa se incrementaba así ese proceso de larga gestación, que habría llevado a reconocer, de modo cada vez más claro, dos elementos fundamentales para la construcción de la sociedad, es decir, el valor de la persona humana y el bien primario de la paz. Además, como sucedía para las demás fundaciones monásticas, los monasterios cluniacenses disponían de amplias propiedades que, puestas diligentemente a fructificar, contribuyeron al desarrollo de la economía. Junto al trabajo manual, no faltaron tampoco algunas típicas actividades culturales del monaquismo medieval, como las escuelas para niños, la puesta en marcha de bibliotecas, los scriptoria para la transcripción de los libros.
De este modo, hace mil años, cuando estaba en pleno desarrollo el proceso de formación de la identidad europea, la experiencia cluniacense, difundida en vastas regiones del continente europeo, ha aportado su contribución importante y preciosa. Reclamó la primacía de los bienes del espíritu; tuvo elevada la tensión hacia los bienes de Dios; inspiró y favoreció iniciativas e instituciones para la promoción de los valores humanos; educó a un espíritu de paz. Queridos hermanos, oremos para que todos aquellos que están preocupados por un auténtico humanismo y el futuro de Europa, sepan descubrir, apreciar y defender el rico patrimonio cultural y religioso de estos siglos.
De todo lo expuesto magistralmente por el Santo Padre, yo colijo que de Cluny podemos extraer todo un programa de reforma de la sociedad.
En un artículo de hace unos meses, hablé de la posibilidad de crear comunidades donde fuese posible vivir una vida buena, en definitiva donde sea posible la vida moral mediante las virtudes. Para ello habría que segregarse de alguna manera, o más bien aislarse sin cerrarse totalmente, rodeado como de una barrera permeable, para que, viviendo en dichas comunidades y desde las mismas, salir y fermentar el mundo.
Sé que es difícil, pero si los monjes de Cluny lo hicieron, ¿por qué nosotros no?
Fuente para la audiencia: Zenit.
8 comentarios
Yo creo que esas comunidades ya están inventadas. Se llaman PARROQUIAS (mírate la etimología también).
Urge reavivar la vida parroquial.
Por cierto que Benedicto XVI está sirviéndose de los benedictinos para impulsar la reforma litúrgica, véanse por ejemplo el gesto que tuvo en las vísperas que presidió en París con los monjes de Le Barroux, o el encargo a la abadía de Montecassino de celebrar las misas en las dos formas.
Pero además, el espíritu de Cluny hacía mucho que había sido abatido, y su reforma había sido barrida de una sociedad que se proclamaba católica.
Sin desestimar su loable intención, Isaac, yo creo que la hora actual impone desafíos inéditos, como inédita es la realidad contemporánea.
"En un artículo de hace unos meses, hablé de la posibilidad de crear comunidades donde fuese posible vivir una vida buena, en definitiva donde sea posible la vida moral mediante las virtudes. Para ello habría que segregarse de alguna manera, o más bien aislarse sin cerrarse totalmente, rodeado como de una barrera permeable, para que, viviendo en dichas comunidades y desde las mismas, salir y fermentar el mundo."
Ésta es la definición de PARROQUIA.
Ya sé que me vais a decir que de eso nada, que tú dentro del Camino eres como seas, etc. pero realmente los movimientos lo que han provocado es una segregación dentro de los creyentes.
Las deficiencias de las estructuras parroquiales habrá que sanarlas desde dentro.
¿Estructuras más amplias que las parroquias? ¿Las diócesis acaso? También está inventado.
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