10.01.18

¿Qué está pasando en la Pontificia Academia para la Vida?

Como sabrán los lectores, en los últimos dos años se ha llevado a cabo una reforma radical de la Pontificia Academia para la Vida, fundada por el Papa Juan Pablo II en 1994 y cuyo primer Presidente fue el candidato al Nobel y admirable católico Jerome Lejeune. En 2016, Mons. Vinzenzo Paglia, uno de los fundadores de la Comunidad de San Egidio, fue nombrado nuevo Presidente de la Academia, probablemente para realizar esta reforma.

Según los estatutos aprobados por Juan Pablo II, los miembros ordinarios de la Academia lo eran de forma vitalicia y debían firmar una declaración de aceptación de la enseñanza de la Iglesia. Con la reforma esto cambió, de manera que los miembros lo serían solamente por cinco años y dejó de exigirse que declarasen su aceptación de la enseñanza de la Iglesia. A eso se sumó que todos los antiguos miembros, nombrados por Juan Pablo II o Benedicto XVI, fueron expulsados. Algunos de ellos serían readmitidos posteriormente, pero casi cien quedaron fuera de forma permanente (entre ellos, el filósofo Josef Seifert).

Una reforma de este calado indica, necesariamente, que en algún sentido se quiere dar por completo la vuelta a una institución, especialmente cuando se prescinde de gran cantidad de los antiguos miembros. ¿Qué es lo que se quiso cambiar en este caso? No es fácil verlo. Podríamos citar algunas de las declaraciones públicas a este respecto, pero por desgracia son tan políticamente correctas que su contenido informativo se aproxima al cero absoluto. Ciertamente, en la antigua Academia hubo en varias ocasiones problemas y tensiones, pero nada que justificase un cambio tan radical. Quizá podamos conseguir un poco de luz considerando a algunos de los nuevos miembros:

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23.12.17

El pastorcillo dormilón

Como ya es tradicional, tengo el gusto de felicitar a los lectores del blog la Navidad con un villancico compuesto y cantado en familia, bien aderezado, por supuesto, con su barullo, algazara, jolgorio, barahúnda, bullicio, algarabía, bataola y guirigay. Que el Niño recién nacido, cuyo nombre es salvación, les dé la alegría verdadera, que nadie les podrá quitar.

El villancico es una canción que una pastora canta a su hijo para que despierte en Nochebuena y vaya a adorar al Señor recién nacido. Quizá podamos imaginar que la Virgen nuestra Señora nos lo canta a nosotros, para que despertemos de una vez del sueño de la tibieza, el tedio y la desesperanza y abramos los ojos a la maravilla de las maravillas, que se nos regala gratis.

¡Feliz y santa Navidad a todos!

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12.12.17

7.12.17

Dios no manda imposibles

«Ninguna dificultad puede presentarse que valga para derogar la obligación impuesta por los mandamientos de Dios, los cuales prohíben todas las acciones que son malas por su íntima naturaleza; cualesquiera que sean las circunstancias, pueden siempre los esposos, robustecidos por la gracia divina, desempeñar sus deberes con fidelidad y conservar la castidad limpia de mancha tan vergonzosa, pues está firme la verdad de la doctrina cristiana, expresada por el magisterio del Concilio Tridentino: “Nadie debe emplear aquella frase temeraria y por los Padres anatematizada de que los preceptos de Dios son imposibles de cumplir al hombre redimido. Dios no manda imposibles, sino que con sus preceptos te amonesta a que hagas cuanto puedas y pidas lo que no puedas, y Él te dará su ayuda para que puedas" [50].

La misma doctrina ha sido solemnemente reiterada y confirmada por la Iglesia al condenar la herejía jansenista, que contra la bondad de Dios osó blasfemar de esta manera: “Hay algunos preceptos de Dios que los hombres justos, aun queriendo y poniendo empeño, no los pueden cumplir, atendidas las fuerzas de que actualmente disponen: fáltales asimismo la gracia con cuyo medio lo puedan hacer" [51]».

Pío XI, encíclica Casti connubii de 31 de diciembre de 1930

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2.12.17

El juramento hipócrita… digo hipocrático

Supongo que todos los lectores habrán oído hablar del Juramento Hipocrático. Se trata del juramento tradicional que hacen los nuevos médicos al incorporarse a su profesión y que contiene una serie de compromisos éticos relativos al ejercicio de la medicina. Fue redactado, parece ser, por Hipócrates o un discípulo suyo en el siglo IV antes de Cristo.

Desde hace más de dos mil años, los médicos se comprometen a actuar, de diversas formas, para el bien de sus pacientes y a no perjudicarlos. Con el cristianismo, se realizó en el juramento un cambio importante: modificar el encabezamiento, de forma que ya no se jurase por Apolo, Esculapio, Panacea y los demás dioses, sino ante Dios, de forma que dicho juramento fuera no solamente solemne, sino también real y significativo. De este modo, los médicos comprendían que, debido a su profesión, adquirían un compromiso ante los hombres y también ante Dios.

El resto del juramente, sin embargo, permanecía inalterado. A fin de cuentas, la verdadera moral, lo que es bueno y lo que es malo para los seres humanos, no cambia con el tiempo, sino que es propio de la naturaleza humana. Matar a un inocente es igualmente rechazable para hombre moderno, un cruzado, un bárbaro germano o un hombre de las cavernas.

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