No confundamos la salida con la llegada
Madrid es una ciudad bastante aficionada a correr. No me refiero a los coches (aunque también es cierto), sino a las carreras de atletismo. A la antigua usanza, con un pie delante de otro y mucho sudor y esfuerzo.
Quizá la más popular de las carreras que tienen lugar en Madrid es la San Silvestre Vallecana, llamada así porque se corre el 31 de diciembre, el día de San Silvestre, papa del s. IV. En esta carrera, que atraviesa una buena parte de la ciudad, suelen participar unos 15.000 madrileños. Los lectores que la hayan visto o hayan participado en ella conocerán bien la aglomeración que supone una multitud de quince mil personas saliendo todas del mismo sitio y corriendo unas junto a otras.
Voy a proponer a los lectores un experimento. Imagínense que un año, por una confusión, en lugar de que todos los corredores saliesen del mismo sitio y corriesen en la misma dirección, unos empezasen por el principio y otros por el final, cada uno corriendo en su propia dirección. Sería el caos. No es fácil imaginar los detalles, pero, sin duda, ese día tendrían trabajo extra la policía, intentando solucionar los altercados entre corredores, e incluso las ambulancias, por los accidentes que se ocasionarían al chocar unos participantes con otros.
Con esta imagen en mente, me ha parecido muy afortunada la comparación que ha hecho Benedicto XVI en Sidney del ecumenismo con una carrera. Es un símil que ha utilizado en un encuentro ecuménico que tuvo lugar el otro día, con representantes de otras confesiones cristianas, en la cripta de la catedral de Santa María de Sydney.