6.08.08

Otra caída del caballo

Al leer la experiencia de Victoria, otro lector, Cruz, ha querido enviar su propia experiencia de conversión.

No deja de maravillarme los caminos humanamente tan extraños que Dios usa para conducirnos a él: una asociación gnóstica, las cartas de San Pablo leídas a palo seco, las exigencias de un cura, un pobre catequista primerizo que hablaba fatal…

El que quiera seguir siendo ateo o agnóstico no puede bajar la guardia ni un segundo. Dios se sirve de absolutamente todo.

Escuchando estas dos experiencias no puedo evitar alegrarme al pensar que, pase lo que pase, al final la Victoria será siempre de la Cruz de Cristo.

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4.08.08

Hace 32 años encontré un tesoro

Una lectora, Victoria, me ha enviado este relato de su conversión y vuelta a la Iglesia.

Lo que más me ha gustado es su experiencia de que Dios no exige, para querernos, que seamos perfectos y “buenos", sino que nos ama como somos y es su misericordia y su presencia en nuestras vidas lo que nos cambia, para librarnos de la esclavitud del pecado.

También me ha llamado la atención la acción del Espíritu Santo que, como a San Pablo en el camino de Damasco, hizo que la vida de Victoria diese un giro completo.

Espero que les guste.

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29.07.08

Mondoñedo, hórreos en ruinas y la gloria de los justos

Este último fin de semana, algo más largo de lo habitual, aprovechamos mi mujer y yo, junto con nuestros hijos, para dar una vuelta por tierras galaicas. Visitamos por primera vez Mondoñedo, una preciosa ciudad en miniatura, agrupada en torno a su catedral y rodeada de montañas, bosques y espesura. Vista de lejos, se diría casi una ciudad francesa de los Pirineos transplantada por encantamiento al noroeste de España.

Ya más de cerca, salta a la vista el inequívoco carácter español y gallego de la ciudad, desde el escudo imperial de Carlos V, tallado en piedra en la fuente construida por un obispo del lugar, a los hórreos que se encuentran por toda la zona. En las cercanías del Seminario de Santa Catalina, nos cruzamos con varios curas vestidos de sotana y un cierto aire intemporal, que podrían haber salido de una postal de hace cien o doscientos años, a la vez que caminaban con una energía juvenil y decidida.

La Catedral de la ciudad es una de esas basílicas rodeadas por edificios muy cercanos casi por todos sus lados y que se descubren de pronto, levantándose majestuosas al final de una estrecha calle. En mi caso, recorrer angostas callejuelas para contemplar así, de golpe, una catedral magnífica me produjo una alegría que, mutatis mutandis, debe ser similar a la emoción de los conversos cuando descubren la Iglesia después de un largo recorrido vital, como algo sorprendente que sale a su encuentro, llena de la belleza de Dios, de la compañía de los Santos y de la apacible amistad de siglos pasados.

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24.07.08

La Trinidad y la gente sencilla

En torno al artículo de ayer, un lector habitual de este blog, Juan Antonio, escribió un comentario que me pareció muy interesante y, que, a su vez, suscitó muchos otros comentarios. Juan Antonio es físico y tiene bastantes artículos publicados sobre temas físicos en diversas revistas científicas.

Hablando de lo difícil que es entender el amor al enemigo, hizo alusión a la doctrina de la Trinidad y recordó que hay gente que dice que “en la Iglesia a las contradicciones se les llama misterios y todo resuelto”. En realidad, esa actitud es una muestra de la gran ignorancia que tiene nuestra sociedad en lo relativo a los misterios cristianos, que no son ni pueden ser algo contradictorio.

Un claro ejemplo es el desconocimiento que tiene la gente del dogma fundamental de la fe cristiana: la Trinidad. Los cristianos no creemos en un Dios que es uno y tres a la vez en el mismo sentido, ya que eso sería un absurdo. Los cristianos creemos en un Dios que es tres personas y una sola naturaleza, es decir, que es tres y uno en sentidos diferentes: tres “quiénes” en un sólo “qué”.

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22.07.08

Al que te quite la cartera, dale también el móvil

Quaestio Quodlibetalis 10. Hace dos domingos, fui a misa a la Catedral de Luxemburgo. Es una antigua iglesia de los jesuitas, muy bonita pero también muy reconstruida, supongo que por los destrozos que ocasionaran las guerras mundiales. La homilía fue en dialecto luxemburgués, así que, como imaginarán, no me enteré de nada y empleé el tiempo en contemplar las pinturas y relieves de la catedral.

Me gustó especialmente una representación, de estilo renacentista, de las Bodas de Caná. Cristo y los apóstoles estaban representados con las habituales ropas que asociamos con su tiempo, un manto y una túnica o una simple camisola larga y un cinturón. Sin embargo, los novios de la boda estaban vestidos con las ropas propias del Renacimiento, es decir, del momento en que se pintó el cuadro. Quizá incluso fueran unos novios reales de esa época los que hicieron de modelos para la pintura.

Me encantó ese detalle, porque, para mí, fue un signo de que los hombres de aquella época estaban convencidos de que el Evangelio se cumplía en sus vidas. Les parecía lo más normal del mundo dibujar a Cristo como presente en una boda normal de aquel momento, porque eran conscientes de que realmente estaba presente.

Cuento todo esto porque creo que es un buen prólogo para la cuestión que voy a intentar responder hoy.

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