25.10.08

Toledo, una puerta entreabierta

Un lector dejó en el blog, el otro día, un largo comentario en el artículo “Astorga, con la puerta en las narices”, que trataba sobre las catedrales cerradas para quien quiere rezar en ellas y que sólo se abren a los turistas de pago. Me ha parecido interesante reproducirlo como artículo independiente.

Este lector nos cuenta la solución a la que ha llegado Toledo, intentando resolver el problema. Existe acceso libre a la capilla del Santísimo, donde se celebran las Eucaristías de diario, y se puede acceder al resto de la Catedral para visitarla pagando la entrada. Sin duda, esta solución salva lo esencial del tema: nunca se cierra la puerta a nadie que quiera ir a rezar ante el Santísimo, que es lo que distingue esencialmente una iglesia católica de un templo protestante.

Yo preferiría, la verdad, que la Catedral estuviese abierta totalmente de forma gratuita, pero eso lleva a este lector a plantear un tema que me parece importante, el quinto mandamiento de la Iglesia, que recordaré para los desmemoriados: ayudar a la Iglesia en sus necesidades.

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24.10.08

Un santo quemado

Como el otro día hablábamos de cajas de cerillas, me alegra celebrar hoy la memoria de San Antonio María Claret. Me explico: si las cajas de cerillas anunciaban que “la única iglesia que ilumina es la que arde”, San Antonio vivió toda su vida obsesionado por la necesidad de arder en el amor de Cristo y prender fuego a la tierra con ese amor.

Este santo es, sin duda alguna, el ejemplo que necesita nuestra Iglesia hoy, porque, si en algo destacó, fue en celo misionero. Predicó sin descanso, en todas partes. Predicó a los campesinos pobres de Cataluña en catalán, porque no entendían otra lengua, predicó hasta en los últimos rincones de las Canarias, predicó y protegió a los esclavos y a los indígenas en Cuba, predicó y confesó en la Corte de Madrid a la Reina Isabel II y a la aristocracia. Como el mismo San Pablo, se hizo todo a todos, para ganar, sea como fuere, a algunos.

Pueden leer, en Internet, algunas de sus obras, como su Autobiografía. Para empezar, lean estas líneas escritas por él, que he tomado de esta estupenda página, y podrán vislumbrar el entusiasmo que llenaba el corazón de un verdadero apóstol de Cristo.


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23.10.08

A todo hay quien gane, por desgracia

Al oír hablar, estos días, del barco abortista que ha venido a España, es difícil no sorprenderse de los extremos a los que puede llegar el ser humano: animar a las mujeres a dar muerte a sus hijos, haciendo terribles esfuerzos para saltarse los pocos obstáculos que pone la ley, incluso ayudando a las menores de edad a hacerlo sin permiso de sus padres. Desgraciadamente, a todo hay quien gane.

Pregunta: ¿Qué puede ser más terrible que hacer todo lo posible por conseguir que las mujeres acaben con la vida de sus niños?
Respuesta: Hacer eso mismo y pretender que ésa es la Voluntad de Dios y que hay que darle gracias por cada aborto cometido.

He encontrado en Internet este ritual” para tener una celebración litúrgica con mujeres que se han deshecho de sus hijos antes de nacer. Voy a incluir algunos párrafos (aunque aconsejo seriamente un periodo de ayuno antes de leerlos, porque son realmente vomitivos):

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21.10.08

La única Iglesia que ilumina es la que arde

Todos los lectores conocerán ya, supongo, la noticia de que varias organizaciones proabortistas han estado repartiendo unas cajas de cerillas con la imagen de una iglesia católica ardiendo y el lema: la única iglesia que ilumina es la que arde. Como es lógico, la inmensa mayoría de las reacciones ante esta barbaridad han sido de rechazo, incluso pidiendo legítimamente que se tomen acciones legales contra ella.

Entiendo perfectamente esta actitud y, de hecho, la comparto, pero mi reacción instintiva al conocer la noticia fue algo distinta. Lo primero que me vino a la cabeza al oír esta frase fue: “totalmente de acuerdo”. Aunque yo escribiría la frase con una mayúscula más. No tanto la única iglesia que ilumina es la que arde, sino la única Iglesia que ilumina es la que arde. Es la Iglesia entera la que está llamada a arder y a consumirse en amor a Cristo y en preocupación por la evangelización de todos los hombres.

El mayor problema que tiene la Iglesia hoy, a mi juicio, es precisamente que no arde, que la mayoría de sus miembros vivimos en una tibieza permanente. Unos cristianos aburguesados, bien acomodados en su sillón no atraen ni entusiasman a nadie.

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20.10.08

Santa y feliz

Acabo de leer las curiosas declaraciones de Jesús Cotta, autor de una nueva antología de textos de Santa Teresa de Jesús titulada “Teresa, mon amour". Este escritor malagueño ha afirmado que intentaba “demostrar que Santa Teresa es natural y cercana, como una vecina; que es una mujer, no una santa”.

El propio Jesús Cotta me ha aclarado que considera que la frase no fue muy afortunada, pero me ha hecho pensar en lo increíblemente desconocida que es la doctrina católica sobre la santidad, sobre lo que son los santos. A menudo, la gente piensa que la santidad es algo raro o extraño que viene de otro planeta o que al menos está reservada a personas con cualidades excepcionales. Lejos de ser así, la santidad es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos y Dios no se conforma con ninguna otra cosa, porque sólo los santos son plenamente humanos. Santa Teresa fue una Mujer, así, con mayúsculas, porque fue una gran Santa, también con mayúsculas.

Quien piensa que un santo no es humano, no conoce, por ejemplo, el sólido sentido común de una mística como Santa Teresa, la simplicidad de un grandísimo teólogo como Santo Tomás, las meteduras de pata del Apóstol Felipe o las dudas del Apóstol Tomás, la dulzura de un obispo perseguido en su propia diócesis como San Francisco de Sales, la alegría constante de San Felipe Neri o incluso el mal genio de San Jerónimo. En una de las lecturas de la Misa de ayer, el Señor decía a Ciro: Te he llamado por tu nombre. Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre. No nos convierte en autómatas, ni nos considera simples números en una gran lista.

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