Una gloriosa batalla
Acabo de terminar un libro muy interesante, titulado The Glorious Battle, sobre los anglocatólicos que, a diferencia de Newman, permanecieron en el Anglicanismo. Una de las anécdotas que cuenta el libro me pareció tan divertida y, a la vez, tan interesante, que inmediatamente la marqué para hablar de ella en el blog. No son más que un par de frases, pero me parecieron espléndidas.
En cierta ocasión, Lord Halifax, el anglocatólico laico más conocido, le dijo a su amigo y en algunas ocasiones adversario, el Arzobispo de Canterbury: “Lo único que puede salvar a la Iglesia de Inglaterra es el martirio de un Arzobispo. Deseo con todas mis fuerzas ese honor para usted y también estar vivo cuando suceda, para así poder empapar mi pañuelo en su sangre y dejárselo a mis descendientes… como el más preciado de mis legados". Algo parecido le espetó al Arzobispo el presidente de la asociación anglocatólica, la English Church Union: “No se me ocurre nada más espléndido que la posibilidad de que, un día, su Gracia [el Arzobispo] sea ejecutado junto a la Torre de Londres”.

Una de las cosas que más me han gustado del viaje que he realizado este verano por los Países Bálticos ha sido la posibilidad de conocer a algunos católicos estonios. En Tallin, tuve la oportunidad de participar en una Eucaristía católica de rito oriental ucraniano. Fue algo estupendo.
La revista The Economist está haciendo una
Curiosamente, la frase de Benedicto XVI que me pareció más importante del famoso Motu Proprio Summorum Pontificum no formaba parte del mismo. Estaba incluida en la Carta que el Papa dirigió a los obispos como acompañamiento del Motu Proprio: “las dos formas del uso del Rito romano pueden enriquecerse mutuamente“.
Winston me envía este testimonio, recientísimo, de una velada contra el aborto, celebrada ante una clínica abortista.



