22.10.09

Viene del norte

No sabría expresar la alegría que ha sido para mí leer la noticia del brazo tendido de la Santa Sede a los anglocatólicos, que siempre me recuerdan a Newman, Froude, Baring, Knox y a la esposa de Chesterton.

Durante mucho tiempo, leí el blog de un pastor anglocatólico que terminó por convertirse individualmente al catolicismo, junto con su familia, hace unos meses. Una cosa que siempre me conmovía de este anglocatólico era su angustia al pensar que, si se convertía, tendría que abandonar a sus fieles parroquianos.

La creación de una estructura que permita a los anglocatólicos volver a la Iglesia sin por ello perder su identidad y sus comunidades ya formadas es, a mi juicio, una muestra del amor cariñoso de madre que tiene la Iglesia por sus hijos y que es un fiel reflejo de la misericordia de Dios Padre. Así ha sido la Iglesia siempre conmigo: paciente, cariñosa y acogedora, a pesar de mis debilidades y pecados. Así que no me extraña nada que también lo sea con los anglocatólicos.

Para celebrar esta ocasión, he escrito un pobre soneto sobre la Traditional Anglican Communion y los demás anglocatólicos a los que, Dios mediante, pronto podremos recibir con los brazos abiertos, porque están ya a las puertas de casa:

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21.10.09

Derecho al pataleo

A continuación, transcribo, junto con mis comentarios, el comunicado del obispo anglicano de Madrid, Carlos López Lozano sobre la creación de los nuevos ordinariatos para los conversos del anglicanismo.

Da la impresión de que la cosa ha escocido bastante entre los anglicanos. Lo cual no es extraño. Hace tiempo que la Comunión Anglicana es como un barco que se hunde rápidamente… mientras la tripulación se dedica a discutir si hay que pintar el casco de rosa o de morado, a jugar con el timón y a agujerear los botes salvavidas. Ver que la barca de Pedro, a pesar de las tempestades, se mantiene a flote no debe de ser agradable para quien no está en esa barca.

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19.10.09

Juan Pablo II y su pontificado

El pontificado de Juan Pablo II fue el tercero más largo de la Historia de la Iglesia. A lo largo de tantos años, el último Papa dejó una huella imborrable en la Iglesia y en muchísimos católicos.

Me ha parecido interesante hablar hoy de ese pontificado, reconociendo las muchas cosas buenas que Dios regaló a su Iglesia gracias a la fe, el amor por la Iglesia y el entusiasmo misionero del primer Papa polaco. Por supuesto, junto con todas esas cosas buenas, el pontificado de Juan Pablo II, como toda obra humana, tuvo también carencias, dificultades y fracasos de los que debemos aprender. Incluso la deseable canonización de este gran Papa no implicaría la ausencia de fallos o carencias en su pontificado.

Quiero empezar con un acto de sana humildad, que aconsejo también realizar a los lectores. Reconozco que no estoy capacitado en absoluto para formarme una opinión global del pontificado del último Papa, ni mucho menos para atreverme a valorarlo. Por lo tanto, me voy a limitar a señalar, de forma casi telegráfica, algunos de los muchos puntos positivos del mismo y, también, algunos aspectos que, a mi juicio, fueron mejorables. Desearía que quede muy claro que estos aspectos positivos y negativos no son necesariamente atribuibles de forma directa y en todos los casos al propio Juan Pablo II, sino que, en algunos casos, pueden deberse a colaboradores, al momento histórico, al ambiente mundial a las acciones de otros, etc. Creo que es evidente que varios aspectos negativos fueron sufridos por el Papa, más que ser responsabilidad suya.

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10.10.09

Lingua latina facebookiensis

Ayer me enteré de que facebook puede configurarse para que todos los títulos, avisos e instrucciones aparezcan en latín. Enseguida he latinizado el mío y resulta muy divertido leer, por ejemplo, “Mihi placet”, en lugar de “Me gusta” o “Epistulae” en lugar de “Mensajes”. Es una forma fácil y simpática de refrescar esta lengua.

Todo lo que se haga para promocionar el latín me parece, en principio, estupendo. No se trata, simplemente, de que sea una lengua preciosa. Que, en efecto, lo es. Tampoco me refiero al placer que puede suponer leer a los clásicos latinos en su lengua. Que es enorme. Hablo de algo que nos toca más de cerca a los católicos. Estoy convencido de que los problemas de identidad que sufren la Iglesia y los católicos en la actualidad provienen en parte del abandono del latín.

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9.10.09

El día del nacimiento de Santa Inés

Santa Inés de Domenichino

Como ya sabrán algunos lectores, el martes pasado nació mi hija Inés. Para señalar tan fausto acontecimiento, he traducido los versos que compuso San Ambrosio, en el siglo IV, en honor del martirio de Santa Inés. Aunque mi rápida traducción no les haga justicia, son unos versos preciosos y harán estremecerse a cualquiera que tenga sangre en las venas.

Conviene recordar que, para la Iglesia, el día del verdadero nacimiento de los mártires, su dies natalis, era el día en que sufrían el martirio y, así, eran engendrados a la Vida que no tiene fin. Generalmente, la fiesta de un santo se celebra en el aniversario de ese día en que se abrieron para él las puertas del cielo.

Inés, una adolescente, casi una niña, estaba consagrada a Cristo como virgen cuando llegó la terrible persecución de Diocleciano. Quisieron obligarla a sacrificar a los ídolos y, después, a que renunciara a su virginidad, forzándola a vivir con prostitutas. Ella, sin embargo, a pesar de sus pocos años, se mantuvo firme en la fe, como una auténtica virgen cristiana y fue ejecutada en lo que hoy es la Piazza Navona.

Es enternecedor ver cómo San Ambrosio, obispo de Milán y Doctor de la Iglesia, canta humildemente con estos versos la fortaleza en la fe de una chiquilla romana que, con su martirio, mostró que su debilidad podía más que la fuerza de los hombres. Espero tener algún día tiempo para escribir una traducción en verso, que ayude a vislumbrar la belleza del original.

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Es el día del nacimiento de Santa Inés,
que, consagrada con su piadosa sangre,
devolvió al cielo el espíritu
que había recibido en préstamo.

Ella, que aún no tenía edad para el matrimonio,
tuvo edad suficiente para el martirio,
mientras vacilaba la fe de los varones
y se rendían los fatigados ancianos.

Por el miedo, sus padres, aterrados,
quisieron mantenerla oculta,
pero la fe incontenible
rompió las puertas que la encerraban.

Por la alegría de su rostro
parecía que fuera a su boda,
llevando nuevas riquezas a su Esposo,
pues era su dote su propia sangre.

Pensaron que sacrificaría con antorchas
en el altar de la abominable deidad,
pero respondió: “Las vírgenes de Cristo
no tocan con sus manos esas antorchas”.

“Este fuego apaga la fe;
estas llamas se llevan la luz.
Heridme aquí y el torrente de mi sangre
apagará los fuegos”.

La golpearon, pero no perdió su dignidad,
se cubría con su vestido,
conservando así su modestia,
para que no la observaran.

Aun en la muerte mantenía el pudor,
cubriendo el rostro con las manos,
y, así, modestamente,
cayó a tierra de rodillas.