Santas varices
Este domingo a media tarde, caminaba por la acera con los niños hacia nuestro coche aparcado, cuando vi que iba por delante de nosotros una monja anciana. Entre que yo llevaba un carrito de niño y que la acera era estrecha, no era posible adelantar, así que fuimos un buen trecho detrás de ella.
Caminaba muy despacio, con las piernas hinchadas y llenas de varices. Apenas podía avanzar lentamente y renqueando un poco, apoyándose siempre en un bastón. Mientras la miraba caminar, sentí por un momento el impulso de tirarme al suelo y besar esos pies cansados y doloridos. No lo hice, como es lógico. Por vergüenza y porque el resultado más probable habría sido que la monja me golpease con el bastón y llamase a la policía. Además, fui consciente de que no era digno de hacerlo.