InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Nueva Evangelización

7.12.20

Cuéntame un cuento de Navidad

Supongo que muchos de mis lectores conocerán a Natalia Sanmartín Fenollera y habrán leído su libro El despertar de la Señorita Prim. Y si no lo han leído, lo único que puedo decirles es: ¿a qué esperan? Se trata de una novela entretenida, deliciosa y profundamente cristiana, (aunque, de manera providencial, también resulta atractiva para los que no creen, como muestra el hecho de que haya sido editada por Planeta y traducida ya a cuatro o cinco idiomas, que yo sepa). Una novela, además, muy femenina y romántica (como dice mi esposa), pero que (como añado yo) resulta interesante y encantadora también para los varones. En suma, una novela de esas que uno disfruta leyendo y relee varias veces a lo largo de la vida por el mero placer de su lectura, pero que, por añadidura, elevan el alma y el corazón a Dios.

¡No nos desviemos del tema! No es mi intención hablar de la Srta. Prim y su pueblecillo adoptivo de San Ireneo de Arnois, sino de la alegría que he sentido al enterarme de que, después de siete años, la autora ha publicado un nuevo libro.

Generalmente, los que han disfrutado mucho del libro de un autor esperan que sus nuevas obras sean más o menos similares y dar gusto a esos lectores es una tentación grande para el escritor, porque en cierto modo asegura el éxito de la secuela. En ese sentido, lo primero que hay que decir del nuevo libro es que Natalia Sanmartín ha resistido la tentación y Un cuento de Navidad para Le Barroux no es “El Despertar de la Señorita Prim II” ni “La Señorita Prim contrataca” ni “El retorno de la Señorita Prim", sino algo muy distinto.

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16.05.20

La historia y los colegios católicos

El otro día hablábamos de la historia deformada que se enseña a los niños y que, generalmente, está basada en presupuestos anticristianos (y, a menudo, precisamente por eso, también antiespañoles). Pues bien, ayer tuve oportunidad de leer el material que, en estos tiempos de cuarentena, le habían dado a un niño de doce años para que estudiara el Renacimiento en un colegio católico.

Casi me echo a llorar. Era un cúmulo de gruesos errores que, casualmente, siempre se inclinaban del lado de denigrar a la Iglesia y negar todas sus cosas buenas, exaltar lo moderno/científico/agnóstico como contrario a lo anterior y verdaderamente humano y libre, y en general repetir todos los tópicos anticatólicos de los últimos cinco siglos. Veamos algunas de las barbaridades más evidentes del material.

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8.04.20

Vive peligrosamente

Para celebrar la absolución del Cardenal Pell de los cargos que pesaban contra él y su liberación, vuelvo a traer al blog un artículo que escribí hace más de diez años y que, visto lo visto, no dejaba de tener un cierto tono profético:

Me ha encantado leer que el Cardenal Pell, de Sydney, va a participar en el Primer Festival de Ideas Peligrosas en Australia. Me ha parecido extrañamente apropiado, porque no hay nada más peligroso que el cristianismo. La fe católica puede ser odiada, despreciada, rechazada, amada o admirada, pero quien la considere algo aburrido, intrascendente o rutinario no tiene ni la más mínima idea de lo que es el cristianismo o sólo se ha encontrado con cristianos de pega. Será como el que dice que una víbora es muy mona o que un león es hogareño: o habla por hablar o lo que él llama víbora y león son, en realidad, muñecos de peluche.

No hay idea más peligrosa que la Encarnación, porque coloca al mundo cabeza abajo. En lugar de un Dios o, más bien, una Fuerza absoluta e impersonal en lo alto, que lo fundamenta todo pero a la que no le importa nada, y unos insignificantes seres humanos en la tierra, que hoy están vivos y mañana vuelven al polvo, en lugar de un universo que evoluciona sin saber muy bien hacia dónde o de un eterno retorno por el que todo es siempre lo mismo, los cristianos nos encontramos con un universo trastocado. Dios se hace pequeño, lo inmortal se hace mortal, lo Abstracto resulta ser Alguien. Y, de la misma forma, los insignificantes seres humanos están llamados a ser hijos de Dios, los mortales reciben la inmortalidad, los hombres falibles se atreven a decir que conocen la Verdad y el sinsentido de la vida se desvela como parte del Plan de Dios. Hasta el más mínimo aspecto de la vida queda transformado.

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26.02.20

No puedo dar testimonio de lo que no he visto

Hace poco, un lector de nombre arcangélico me hizo la siguiente pregunta, que me pareció interesantísima:

“La realidad es que la gran mayoría de los cristianos/católicos creemos por fe, no por evidencia. Es decir, existirá algún Tomás que crea por haber visto signos milagrosos o eventos similares. Personalmente, yo jamás he visto nada sobrenatural, mi creencia se basa exclusivamente en la fe. El problema es ¿cómo puedo yo dar testimonio de la verdad si no la he visto? Claro que creo firmemente en ella, pero no soy testigo; luego, no puedo dar testimonio de la verdad. Puedo tratar de transmitir mi fe, pero no puedo dar testimonio de que esa fe es verdadera. En síntesis ¿no es deshonesto (exagerando un poco el término) decir que doy testimonio de la verdad cuando no he sido testigo de esa verdad? En cierto sentido, aquellos bienaventurados que creen sin haber visto, tienen la desventura de no poder dar testimonio de algo que, precisamente, no han visto.

No sé si logro transmitir esta dicotomía. Tengo la esperanza de que en algunos minutos puedas “rumiarla” un poco y decirme si ves algo. Creo que debe haber un error de planteamiento, es solo que no alcanzo a ver dónde está".

Supongo que cada lector podrá dar su propia respuesta a esta pregunta, pero aquí tienen lo que yo, torpemente, alcancé a responder:

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10.02.20

Si el sábado 15 pasan por Segovia…

Visiten la Dama de las Catedrales, admiren el acueducto (sin olvidar un avemaría a la Virgen del Carmen que lo preside) y disfruten del magnífico Alcázar de Alfonso X el Sabio y los Reyes Católicos, con su sobrecogedora leyenda de la pobre aya que dejó caer al infantito al vacío y, desesperada, se lanzó tras él.

No, no he cambiado el tema del blog al turismo. Lo digo porque la belleza, cualquier belleza, ya sea de una catedral, de un acueducto bimilenario o de una brizna de hierba, tiende de por sí a llevarnos hacia Dios. Esto sucede por dos razones. La primera es que la contemplación de algo hermoso suscita en nosotros la humildad y el agradecimiento, por encontrarnos ante una hermosura que nosotros no hemos creado, sino que recibimos como un don. Esta actitud natural es análoga a la actitud sobrenatural de la fe y, por ello, la contemplación de lo bello es una de las mejores formas de praeparatio fidei, de preparación para la fe. Todo lo bello es nuestro aliado.

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