Creo por la Ley Ocho Veintiocho
El otro día, hablábamos de la Ley de Murphy, que dice que “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Veíamos que esto no es más que la forma que tiene el mundo de demostrarnos que Dios es Dios y nosotros no lo somos. Es decir, nos recuerda una verdad fundamental de nuestra vida, que necesitamos conocer para comprender lo que somos y el sentido de nuestra existencia: somos criaturas y no el centro del universo. Entender lo que hay detrás de la Ley de Murphy nos lleva a una concepción natural y racional de Dios que, en esencia, es común a Aristóteles, Platón, Rousseau o el Islam.
No se trata, sin embargo, de todo lo que se puede decir sobre este tema. Es algo real y verdadero, pero incompleto, como sucede muchas veces con las leyes de la naturaleza. De vez en cuando, en Física, se descubre que una ley, aunque describa fielmente la realidad de su objeto, no describe toda la realidad sobre ese asunto. El ejemplo más conocido es, quizá, el de las Leyes de Newton. Estas tres leyes fueron enunciadas en el siglo XVII y describen estupendamente la realidad cotidiana desde el punto de vista de la Física: el movimiento de una bola de billar, la caída de una manzana o el deslizamiento por un plano inclinado. Sin embargo, la Teoría de la Relatividad de Einstein, en el siglo XX, mostró que las Leyes de Newton sólo son válidas para objetos y sistemas de referencia cuya velocidad no se acerque a la de la luz, ya que en estos últimos no se cumplen. En consecuencia, cuando las velocidades son muy grandes, las leyes de Newton dejan de ser una aproximación válida, porque sólo describen una pequeña parte de lo real.