Me ha llamado la atención leer, en distintos blogs de este mismo portal, cómo a veces se critica durísimamente al feminismo y otras se ensalza al mismo como un gran logro de nuestro tiempo. Es una contradicción curiosa y creo que conviene analizarla un poco.
Bien, como es lógico, las palabras sólo son palabras, aunque algunas arrastren una historia accidentada. En sí no son buenas ni malas. Las nueve letras de esta palabra no son mejores ni peores que las demás. Lo que importa es el significado que se da al término en cuestión. Y creo que es evidente que la palabra “feminismo” no significa lo mismo para todo el mundo. Bajo el paraguas del término feminismo, coexisten multitud de interpretaciones de la vida, del ser humano, de lo que es la mujer y de su relación con Dios y con los varones. Algunas de esas interpretaciones son compatibles con la fe católica, mientras que otras muchas son claramente inadmisibles para un católico, lo cual crea una gran confusión.
Precisamente por esa confusión, hacen falta criterios sencillos para distinguir lo que es católico de lo que no puede serlo nunca. He recogido brevemente diez características que hacen que una determinada postura feminista sea contraria a la visión católica del mundo. Quizá los lectores puedan aportar otras. A mi juicio, si una postura que se autodenomina “feminista” rechaza estas características será en principio aceptable para un católico, al margen de que nos guste más o menos el término en sí.
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