InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Pensamiento

10.02.09

Un cuadro algo sombrío

Los aficionados a la pintura sabrán que no existen los colores aislados. Cada pincelada de un cuadro toma su color no sólo del tinte utilizado, sino de todos los demás colores que tiene a su alrededor. Un rojo es mucho más rojo cuando está rodeado de verdes. No es lo mismo utilizar un naranja en una puesta de sol, donde sólo será uno más entre los muchos tonos cálidos presentes, que introducirlo en el entorno gélido y azulado de un campo nevado, donde sobresaldrá de forma llamativa y resaltará con fuerza los demás colores.

Este principio fundamental de la pintura, también nos puede servir para mejorar nuestra comprensión de nuestro mundo, nuestra sociedad y el pensamiento dominante. Algunas veces, las cosas no nos llaman la atención aisladamente, pero, al unirlas con otras, revelan de pronto su importancia fundamental. Voy a contarles dos sucesos recientes, uno bastante conocido y otro no, que espero que nos ayudarán a esbozar un cuadro, algo sombrío de una tendencia actual que me preocupa.

Como se pudo leer en Religión en Libertad hace unos días, una enfermera inglesa, Caroline Petrie, ha sido expedientada por preguntar a un paciente si quería que rezase por él. Es decir, no por evangelizar explícitamente, por presionar o por dar la lata, ni siquiera por poner una cruz en la habitación, sino, simplemente, por preguntarle educadamente al paciente si quería que rezase por él, en ese momento difícil de su vida.

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29.01.09

El peso de la gloria

He traducido hoy unas líneas que, a mi juicio, están entre lo mejor que se ha escrito en el s. XX. Están tomadas de The Weight of Glory, del converso inglés C.S. Lewis. A menudo, los conversos tienen una forma especial de mirar las cosas: con la mirada de un niño para quien todo es nuevo y, precisamente por eso, es capaz de asombrarse ante la belleza y las maravillas de lo cotidiano.

Invito a los lectores a que dejen que este converso les abra los ojos, para que puedan ver lo que tienen ante sus narices y probablemente olvidaron con el paso de la niñez a la edad adulta:

No existe la “gente ordinaria”. Nunca has hablado con un “simple mortal”. Las naciones, las culturas, el arte, las civilizaciones… son cosas mortales y su vida es, para nosotros, como la vida de un insecto. En cambio, bromeamos con inmortales, trabajamos con inmortales, nos casamos con inmortales, despreciamos a inmortales y explotamos a inmortales, horrores inmortales o esplendores eternos.

Esto no significa que siempre debamos comportarnos con solemnidad. Tenemos que jugar. Pero nuestra alegría debe ser del tipo (que es, de hecho, el tipo más alegre de alegría) que existe entre personas que, desde el principio, se han tomado en serio unas a otras: sin frivolidad, sin superioridad y sin arrogancia. Y nuestra caridad debe ser un amor real y costoso, sintiendo profundamente los pecados a pesar de los cuales amamos a los pecadores, y no una simple tolerancia o indulgencia que parodia el amor del mismo modo que la frivolidad parodia la alegría.

Después del propio Santísimo Sacramento, tu prójimo es el objeto más santo que se presenta a tus sentidos. Y si tu prójimo es cristiano, es santo casi en el mismo sentido que el Santísimo Sacramento, porque también en él
vere latitat Cristo: el glorificador y el glorificado, la misma Gloria en persona está escondida en él.

Si tenemos presentes estas líneas, cambiará totalmente nuestra forma de relacionarnos con los que tenemos cerca. También con las personas que pasan totalmente desapercibidas, como el cartero, el conductor del autobús, los ancianos del banco del parque… No hay nadie sin importancia. Cada uno de ellos es inmortal, vivirá para siempre. Cuando las pirámides sean polvo y la Tierra no sea más que un recuerdo lejano, ellos seguirán viviendo. Si ante Las Meninas, el Partenón o un concierto de Mozart nuestra actitud es de admiración humilde, mucho más debería serlo ante la obra de Arte divino que es cada ser humano.

No es nada nuevo, por supuesto. Es una consecuencia de aquello que dijo el Señor: Amaos unos a otros como yo os he amado. Porque Dios nos ha amado, somos inmortales. Porque se prendó de nosotros ya antes de que existiéramos, nos creo para vivir para siempre. Porque nosotros rechazamos la vida que nos regalaba, nos envió a su Hijo para que muriera por nosotros y por rescatar al esclavo, sacrificó al Hijo. Porque el mismo Dios se ha encarnado, nuestros cuerpos resucitarán gloriosos. Porque comemos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, medicina de inmortalidad, nuestra carne mortal está destinada a participar eternamente de la vida divina. Porque Cristo dio primero su vida por nuestro prójimo, también nosotros estamos llamados a dar la vida por él.

Desde que el Dios del cielo y de la tierra se hizo hombre en uno de los oscuros planetas de una insignificante galaxia, cada ser humano es valiosísimo, cada segundo de nuestro tiempo y cada acción cotidiana tienen más valor que todo el universo material. Nuestras vidas están empapadas de eternidad y llevamos sobre nosotros el peso de la gloria. No deberíamos olvidarlo nunca.

26.01.09

Discusión sobre el Vaticano II, “subsistit in” y el ecumenismo

El otro día, en los comentarios del blog de Luis Fernando, se suscitó una interesante discusión sobre el Concilio Vaticano II, la expresión “subsistit in” y el ecumenismo. Como no era realmente el tema del post de Luis Fernando, he considerado oportuno continuarla aquí.

Recuerdo que el contexto de la expresión latina es la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, que afirma:

“Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, la que nuestro Salvador entregó después de su resurrección a Pedro para que la apacentara, confiándole a él y a los demás apóstoles su difusión y gobierno, y la erigió para siempre como “columna y fundamento de la verdad".

Esta Iglesia constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, permanece en (subsistit in) la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, aunque pueden encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica".

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9.01.09

Escándalo a la puerta de una iglesia

Como habrán notado los lectores perspicaces, he estado un tiempo de viaje y no he podido escribir en el blog. No es necesario que me agradezcan todo ese tiempo libre adicional del que han disfrutado al no leer mis artículos. Sin duda, lo habrán empleado sabiamente en nobles y esforzadas empresas, que probablemente han hecho del mundo un lugar mejor. Sin embargo, todo lo bueno se acaba y ya estoy de vuelta, dispuesto a aburrirles de nuevo.

Un lector, Cristhian, me ha pedido que comente una noticia aparecida en los últimos días. Aparentemente, el Reverendo Ewen Souter, un pastor anglicano, ha retirado el crucifijo de la fachada de su Iglesia porque “no era una imagen adecuada para el exterior de una iglesia que quiere dar la bienvenida a los fieles. De hecho, los desanimaba”. También ha afirmado que “Se trata de expresar esperanza, ánimo y la alegría de la fe cristiana. Queremos comunicar buenas noticias, no malas noticias, así que necesitamos un signo que eleve más el espíritu y sea más inspirador que la ejecución en una cruz”.

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12.12.08

Esperanza en tiempo de crisis

Un lector de El Salvador, que ya nos contó la historia de su conversión, Cristhian, me ha enviado estos párrafos sobre la forma que tiene un cristiano de ver la crisis. Desde luego, es un tema actual donde los haya.

Si el cristiano, como dice San Pablo, es una nueva criatura, tiene que ver este acontecimiento de la crisis con ojos nuevos y no como todo el mundo. La Buena Noticia de Cristo también tiene que serlo en estas circunstancias.

Como diría el autor de la carta a Diogneto, los cristianos sufrimos la crisis como los demás, pero no dejamos de compartir con otros de lo que tenemos; trabajamos con el sudor de nuestra frente como los demás, pero no nos pasamos el día renegando y murmurando; perdemos el trabajo como los demás, pero no perdemos la esperanza.

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Vivimos en tiempos de crisis financieras generalizadas, agravadas por la increíble capacidad actual de comunicarnos al instante de un lado del planeta a otro. Es imposible imaginar este nivel de histeria colectiva mundial, si no supiéramos inmediatamente a cuánto cotiza el barril de petróleo o cuánto cayeron las acciones de x ó y compañía al otro lado del planeta. La pregunta es: ¿Como vive un cristiano un tiempo de crisis como el actual? O, aún más apremiante, ¿cómo estamos llamados, en nuestra condición de cristianos, a vivir en un mundo tambaleante?

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