El pontificado de Juan Pablo II fue el tercero más largo de la Historia de la Iglesia. A lo largo de tantos años, el último Papa dejó una huella imborrable en la Iglesia y en muchísimos católicos.
Me ha parecido interesante hablar hoy de ese pontificado, reconociendo las muchas cosas buenas que Dios regaló a su Iglesia gracias a la fe, el amor por la Iglesia y el entusiasmo misionero del primer Papa polaco. Por supuesto, junto con todas esas cosas buenas, el pontificado de Juan Pablo II, como toda obra humana, tuvo también carencias, dificultades y fracasos de los que debemos aprender. Incluso la deseable canonización de este gran Papa no implicaría la ausencia de fallos o carencias en su pontificado.
Quiero empezar con un acto de sana humildad, que aconsejo también realizar a los lectores. Reconozco que no estoy capacitado en absoluto para formarme una opinión global del pontificado del último Papa, ni mucho menos para atreverme a valorarlo. Por lo tanto, me voy a limitar a señalar, de forma casi telegráfica, algunos de los muchos puntos positivos del mismo y, también, algunos aspectos que, a mi juicio, fueron mejorables. Desearía que quede muy claro que estos aspectos positivos y negativos no son necesariamente atribuibles de forma directa y en todos los casos al propio Juan Pablo II, sino que, en algunos casos, pueden deberse a colaboradores, al momento histórico, al ambiente mundial a las acciones de otros, etc. Creo que es evidente que varios aspectos negativos fueron sufridos por el Papa, más que ser responsabilidad suya.
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