Confusión sobre la ciencia en el Museo de Ciencias Naturales
El fin de semana pasado estuve con mis hijos en el Museo de Ciencias Naturales. Es una visita divertida para los niños, porque el museo tiene multitud de animales disecados, desde minúsculos escarabajos hasta elefantes y rinocerontes. Los esqueletos también añaden emoción a la visita, especialmente el de la gran ballena azul colgada del techo, cuyo tamaño, como el de las pirámides, siempre asombra a los que lo ven por primera vez.
La reacción de los niños depende, lógicamente, de su edad. La mayor, a sus seis años, escucha con gusto algunos conceptos científicos básicos, sobre la forma del cuerpo de cada animal adaptada a los alimentos que ingiere o al entorno o clima en los que habita. Al mediano le gusta que los animales sean lo más grandes y más fieros posibles y la emoción de actuar como explorador, descubriendo siempre los animales que hay más lejos y gritando “¡mirad allí, un león!” (bueno, más bien “titad atí, un teón”). La pequeña, por su parte, clasifica a los animales por su posible participación en un cuento: “ete e bueno” (un conejo) o “ete e malo” (un buitre), “mi guta” (un pájaro de colores) o “no mi guta” (un mono con cara de pocos amigos).