—Me habría gustado poder despedirme de Tony —dijo el Sr. Crouchback—. No sabía que se iría tan pronto. El otro día busqué una cosa para él y quería dársela. Sé que le habría gustado tenerla: la medalla de Nuestra Señora de Lourdes que llevaba Gervase. La compró estando de vacaciones en Francia el año que estalló la guerra y siempre la llevaba. Me la enviaron después de que muriera [en la guerra], con su reloj y otras cosas. Tony debería tenerla ahora.
—No creo que haya tiempo ya para hacérsela llegar.
—Me gustaría haber podido dársela en persona. Enviarla por correo no es lo mismo. Es más difícil explicar.
—Bueno, a Gervase no le protegió mucho, ¿no?
—Claro que sí —respondió el Sr. Crouchback—, mucho más de lo que podría parecer. Me lo contó al venir a despedirse, antes de marchar otra vez al frente. El ejército está lleno de tentaciones para un muchacho. Una vez, en Londres, en la época en la que todavía estaba haciendo la instrucción, se emborrachó con algunos compañeros de su regimiento y, al final, terminó solo con una chica que habían encontrado en algún sitio. Ella empezó a tontear, le quitó la corbata y entonces encontró la medalla. En un instante, los dos se serenaron y ella empezó a hablar del convento donde había ido al colegio y después se marcharon cada uno por su lado, como amigos y sin que pasara nada. Yo diría que eso es estar protegido. He llevado una medalla toda mi vida. ¿Y tú?
—A veces. En este momento no tengo ninguna.
—Pues deberías, ahora que están cayendo bombas y todas esas cosas. Si te hieren y te llevan a un hospital, sabrán que eres católico y llamarán a un sacerdote. Me lo dijo una enfermera. ¿Te gustaría llevar la medalla de Gervase si Tony no puede hacerlo?
Evelyn Waugh, Hombres en armas, 1952
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