InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: General

26.03.19

400 poemas para explicar la fe

Todas las generaciones de la Iglesia han estado llamadas a evangelizar, catequizar y transmitir la fe, y todas lo han hecho, porque de otro modo no estaríamos aquí los católicos actuales. Ahora nos toca a nosotros y no tenemos excusa ni justificación ninguna para no hacerlo, ya que, en los dos milenios de existencia de la Iglesia, se han acumulado inmensas riquezas catequéticas.

Son riquezas que no se limitan a los catecismos, manuales y tratados teológicos. Tanto en la pintura como en la escultura, la arquitectura o la literatura, los católicos que nos precedieron nos han dejado también herramientas utilísimas para transmitir la fe de forma atractiva y visual, aprovechando la vía de la Belleza para hablar de Dios. Solo hay que tomarse la molestia de conocer y aprovechar esas herramientas, que están a nuestra disposición.

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21.03.19

El consuelo de las riquezas

¿Las riquezas consuelan? Por supuesto que sí. De ahí su atractivo y su peligro, porque podemos terminar prefiriendo ese consuelo, real pero efímero y superficial, al único que realmente puede consolar nuestro corazón, que es Jesucristo.

¿Qué podemos hacer para evitar ese peligro? De eso nos habla José Alberto Ferrari en esta segunda parte de su artículo “Desventura del hombre de negocios —entre el consuelo y la dispersión—”. Si el otro día hablábamos del riesgo de ser como Judas en la administración del dinero, hoy consideramos una de sus dos causas: el consuelo de las riquezas.

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12.03.19

Desventura del hombre de negocios: cuidado con Judas

Un amigo que ya ha aparecido alguna vez en este blog, José Alberto Ferrari, argentino, poeta y hombre de bien, ha escrito un interesante artículo sobre un tema fundamental: el amor al dinero. Todas las tonterías de liberacionistas, progremarxistas y demás fauna disparatada no deben ser óbice para reconocer que las riquezas son un peligro sobre el que Cristo no dejó de advertirnos.

Como riquezas tenemos todos y no solo Soros, Bill Gates o Trump, creo que nos conviene meditar de vez en cuando sobre este asunto, no sea que nos estemos engañando a nosotros mismos y terminemos por tener problemillas de camellos, agujas y tinieblas exteriores. Les dejo, para ir abriendo boca, los primeros párrafos del artículo, provocadoramente titulado “Desventura del hombre de negocios —entre el consuelo y la dispersión—”.

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26.02.19

Por un instante, deja ver su rostro

Normalmente, el mal se presenta escondido, vestido de ángel de luz o agazapado tras justificaciones, excusas y engaños. En ocasiones, sin embargo, revela durante un instante su verdadero rostro, que es escalofriante.

En Estados Unidos, durante las últimas semanas ese rostro escalofriante se ha revelado en varias ocasiones. Hace un mes, el Gobernador de Virginia, Ralph Northam, declaró que estaba a favor de que los abortos se realizaran hasta el momento mismo del nacimiento y que, si en esas circunstancias un niño nacía vivo, se le dejaría morir a no ser que la madre quisiera conservarlo. Posteriormente, como preparación para un posible cambio de postura del Tribunal Supremo sobre el aborto, el Estado de Nueva York aprobó una ley que blindaba el aborto durante todo el embarazo, hasta su último día, con las justificaciones habituales de grave enfermedad del niño y la salud de la madre, y los estadounidenses contemplaron estupefactos las grandes sonrisas, alegrías y aplausos de los políticos que aprobaban la nueva ley. Otros estados han imitado ya o se preparan para imitar la ley neoyorquina.

Hoy, en el Senado norteamericano se ha rechazado un proyecto de ley que exigía algo que a cualquier persona decente del universo debería parecerle obvio: que a un niño nacido vivo se le proporcionaran los cuidados médicos que necesitase.

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18.02.19

Pequeñas medallas y grandes milagros

—Me habría gustado poder despedirme de Tony —dijo el Sr. Crouchback—. No sabía que se iría tan pronto. El otro día busqué una cosa para él y quería dársela. Sé que le habría gustado tenerla: la medalla de Nuestra Señora de Lourdes que llevaba Gervase. La compró estando de vacaciones en Francia el año que estalló la guerra y siempre la llevaba. Me la enviaron después de que muriera [en la guerra], con su reloj y otras cosas. Tony debería tenerla ahora.

—No creo que haya tiempo ya para hacérsela llegar.

—Me gustaría haber podido dársela en persona. Enviarla por correo no es lo mismo. Es más difícil explicar.

—Bueno, a Gervase no le protegió mucho, ¿no?

—Claro que sí —respondió el Sr. Crouchback—, mucho más de lo que podría parecer. Me lo contó al venir a despedirse, antes de marchar otra vez al frente. El ejército está lleno de tentaciones para un muchacho. Una vez, en Londres, en la época en la que todavía estaba haciendo la instrucción, se emborrachó con algunos compañeros de su regimiento y, al final, terminó solo con una chica que habían encontrado en algún sitio. Ella empezó a tontear, le quitó la corbata y entonces encontró la medalla. En un instante, los dos se serenaron y ella empezó a hablar del convento donde había ido al colegio y después se marcharon cada uno por su lado, como amigos y sin que pasara nada. Yo diría que eso es estar protegido. He llevado una medalla toda mi vida. ¿Y tú?

—A veces. En este momento no tengo ninguna.

—Pues deberías, ahora que están cayendo bombas y todas esas cosas. Si te hieren y te llevan a un hospital, sabrán que eres católico y llamarán a un sacerdote. Me lo dijo una enfermera. ¿Te gustaría llevar la medalla de Gervase si Tony no puede hacerlo?

Evelyn Waugh, Hombres en armas, 1952

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