InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Signos de esperanza

29.12.23

Los centinelas están despertando

Con agradecimiento y casi sin atrevernos a creer lo que veíamos, hemos contemplado estos días cómo los centinelas, que estaban sumidos en un sopor invencible, han empezado a despertar. Los obispos, los centinelas de la Ciudad de Dios, que parecían dispuestos a callar pasara lo que pasase, se han decidido a hablar. Al menos algunos.

Ha sido una verdadera sorpresa para todos. Lo humanamente previsible era que la publicación repentina de Fiducia supplicans fuera recibida por los obispos con la misma mezcla de elogios de cara a la galería, indiferencia práctica y protestas privadas que otros documentos y declaraciones anteriores. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué empiezan a despertar por fin los centinelas de la Iglesia? No es fácil de entender.

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11.12.23

El tiempo de los signos

Texto de D. Antonio Izquierdo Sebastianes, presbítero

La invitación a interpretar bien los “signos de los tiempos” se ha hecho constante en la Iglesia de las últimas décadas, desde que el propio Papa san Juan XXIII convocó el último concilio ecuménico, con la intención de aggiornare (poner al día, literalmente) la Iglesia, y el propio mensaje evangélico de siempre, de modo que pudieran entenderlo y recibirlo bien los hombres de hoy. Se habló entonces de abrir las ventanas de la Iglesia, para ver lo que pasaba al exterior, y para que el mundo pudiera ver también lo que pasa en el interior de la Iglesia. Tal vez no se calculó bien que, al abrir las ventanas, con tiempo externo tan revuelto, había que asegurar mucho más el interior, pues podría también entrar aire tan mundano que —como lamentaba después san Pablo VI—, el humo de Satanás llegara a colarse en la Casa de Dios.

En virtud de la tan apreciada y urgida interpretación de los signos de los tiempos, comenzó a considerarse que el pensamiento mundano (del que san Juan, en su primera carta, dice que yace en poder del Maligno [IJn 5, 19]) era prácticamente una fuente de inspiración divina. Durante años se escuchaba —y en algunos lugares, se sigue diciendo— que quien bien reza, ha de hacerlo con la Biblia en una mano y el periódico en la otra… Y así, nos encontramos, ya en nuestros días, sinodalmente discutiendo si no sobrará ya la Biblia, tan anticuada e incapaz de dar respuesta a los problemas modernos, pues requiere tanta interpretación para ser aceptada por el espíritu mundano, que casi no merece la pena ni el esfuerzo de hacer que diga lo que nosotros, por nuestra cuenta, ya hemos decidido entender.

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19.09.23

Los buenos curas

Este verano vino a visitarnos un amigo sacerdote, simplemente para estar un rato con nosotros y comprobar cómo estábamos. Pasamos un rato agradable en el jardín, merendando mientras charlábamos de mil y una cosas, desde acontecimientos familiares hasta el estado de la Iglesia.

Mientras le escuchaba hablar, me quedé pensando en lo asombrosos que son los buenos curas. No me refiero a las cualidades humanas, porque unos las tienen y otros no, como todo el mundo, sino a su cualidad sobrenatural de ser milagros andantes. Con su sola presencia, transforman el mundo a su alrededor. Y me refiero a los curas normales, los que simplemente hacen lo que deben hacer: esos son los curas buenos.

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25.05.23

20.03.23

Por un instante, la eternidad

Casi todos los días tengo que hacer treinta o cuarenta kilómetros con el coche muy pronto por la mañana, cuando otros más afortunados aún están durmiendo. El trayecto pasa junto a un edificio de apartamentos aislado, sin otras edificaciones cerca, sobre una colina bastante alta a la vera de un río. A pesar de su ubicación pintoresca, no es nada del otro jueves: debió de construirse en los años setenta u ochenta y es el típico paralelepípedo de cemento, cristal y ladrillo que sobreabunda en las ciudades de hoy.

En otoño e invierno, la oscuridad de la noche echa un caritativo velo sobre el edificio de apartamentos, mejorando bastante el paisaje. Cuando el trayecto es durante el día, en primavera y verano, la vista pasa sin detenerse sobre la construcción insulsa y prescindible o, como mucho, se detiene brevemente en ella y uno refunfuña por lo bajo por la falta de belleza que parece aquejar a nuestra sociedad moderna.

Hay un día al año, sin embargo, o a lo sumo dos, en que todo cambia y el edificio de apartamentos se transfigura, se hace glorioso.

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