Despierta, Francia
Estos días estoy de viaje por Francia, visitando a mi hermano. Es un país precioso. Para alguien acostumbrado al espartano paisaje castellano, resulta especialmente agradable contemplar su tierra fértil y sus bosques espesos y frondosos. A mi juicio, sin embargo, lo más interesante de Francia es su Historia, plasmada en la piedra de catedrales, castillos e iglesias o en las modestas casas de sus paysans. La herencia católica de la “hija primogénita de la Iglesia” llena el país y habría que ser ciego para no toparse con ella.
Al pensar en esa herencia católica o al recordar la muchedumbre de santos franceses de otras épocas, resulta aún más triste notar lo descristianizada que está Francia. Y eso que lo que estoy visitando es la Lorena y sus alrededores, que deben de ser algunas de las zonas más religiosas del país. Es verdaderamente desolador visitar magníficas catedrales que apenas tienen vida, contemplar cómo surgen mezquitas como setas y se cierran las iglesias. Se le cae a uno el alma a los pies. Y aún resulta más desolador ver que, en muchos casos, el clero pierde el tiempo en modas, tonterías y luchas internas, en defender cansinamente un evangelio reducido a lo social o meramente cultural o incluso en un diálogo interreligioso entre dialogantes que ya no consiguen atraer a nadie. Y lo más increíble es que muchos de esos sacerdotes o incluso obispos siguen pensando que todo va bien, que hay que seguir por el mismo camino.