Quaestio Quodlibetalis XXII. Esta mañana, un lector del blog, Gallizo, dudaba de la importancia de la oración. Por supuesto, dudaba de forma teórica, porque él confiesa ser ateo, pero sus objeciones me han parecido muy interesantes. Contestaba Gallizo a los que le animaban a intentar rezar que, si Dios existiese “no haría falta que le hablase, él sabría lo que pienso y siento y por qué, de tal modo que con mis oraciones o a falta de ellas, el resultado sería el mismo”. Es decir, si Dios lo sabe todo, ¿para qué puede servir la oración?
Esta objeción de Gallizo a la oración en general, me ha recordado que Jung, el conocido psicoanalista discípulo de Freud, tenía grabada una inscripción en latín sobre el dintel de su casa en Kusnacht, Suiza. La frase grabada en la piedra, con esa sonoridad inimitable del latín, decía: Vocatus atque non vocatus, Deus aderit. Traducido al castellano, significa algo así como: “se le llame o no se le llame, Dios estará presente”. Jung la tomó de una edición original que poseía del libro de Erasmo, Collectaneas adagiorum. En él se recogían proverbios clásicos y, entre ellos, se encontraba esta frase, que procedía del oráculo de Delfos, en una respuesta que había dado a los espartanos con ocasión de la Guerra del Peloponeso.
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