Hay que tener mucha fe
Hace algún tiempo, pasé por Manresa y fui a Misa al santuario que allí tienen los jesuitas, junto a la famosa cueva en la que San Ignacio vivió un tiempo como ermitaño después de su conversión. Me encanta ir a rezar en lugares en los que ha habido personas que han amado a Dios sin reservarse nada. En la iglesia grande, me resultó curioso el detalle de que los responsables habían arrancado los reclinatorios de los bancos, sin razón aparente más que impedir arrodillarse a los fieles. También me sorprendió que, en lugar de textos de San Ignacio o de otros santos jesuitas, el material gratuito que se ofrecía para la oración eran folletos repletos de diatribas contra las malvadas empresas farmacéuticas y otros cocos de la sociedad moderna.
Hubo algo, sin embargo, que me llamó mucho más la atención: la homilía pronunciada en la Misa. Se trataba del Evangelio que relata una de las multiplicaciones de los panes y los peces y el sacerdote dedicó su homilía a explicarlo. Este sacerdote debía de ser un hombre con una enorme fe, a juzgar por lo que dijo en su homilía.