InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Signos de la fe

1.10.24

Benditas velas

Cuando llego a una iglesia que no conozco y veo que tienen velitas para que las enciendan los fieles al rezar, siempre me alegro. Esas benditas velas están entre los recuerdos preciosos de mi niñez y me conforta mucho pensar que aún no han desaparecido, aunque cada vez sean menos frecuentes.

No son necesarias, por supuesto, pero ayudan mucho a mostrar visiblemente la diferencia entre lo profano y lo sagrado, manifestando de forma inmediata que una iglesia es un lugar especial y requiere una actitud distinta. Es algo que los niños perciben enseguida, con el instinto infalible de la niñez para ir al fondo de las cuestiones.

En una vela, además, se unen algo de misterio y, a la vez, de claridad. Es, por lo tanto, un signo particularmente apropiado para hablarnos del gran misterio de Cristo, que es la luz de los hombres, la luz que brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.

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26.03.21

¿En qué sentido nuestra Señora es Corredentora?

Un lector, con el caballeresco nombre de Feri del Carpio, pregunta cuál es exactamente el contenido del título de Corredentora que se aplica a la Virgen y si tendría sentido proclamarlo como dogma. Como me ha parecido un tema interesante, que además es “de actualidad” por las confusas y, me atrevo a decir, desafortunadas declaraciones del Papa Francisco sobre el tema, he pensado que sería bueno dedicarle un breve artículo, para que los demás lectores puedan discutir sobre la cuestión.

Conviene decir, como señalaba el propio Feri, que todos cooperamos con la redención. Así lo dice San Pablo en la carta a los Colosenses: completo en mi carne lo que le falta a la Pasión de Cristo. Esta misión de completar la Pasión de Cristo tiene dos sentidos. Primariamente la completamos en el sentido de que aceptamos libremente y por la gracia la salvación de Cristo a través de la fe, para que los méritos de esa pasión se nos apliquen a nosotros. Es decir, no porque a la salvación que Cristo nos regala le falte nada, sino porque nosotros nos unimos a ella, la recibimos y así nos beneficiamos de ella. Como decía San Agustín, Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti. Por designio divino, nuestra salvación particular no es automática, sino que depende de nuestra libertad, sanada por la gracia.

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7.12.20

Cuéntame un cuento de Navidad

Supongo que muchos de mis lectores conocerán a Natalia Sanmartín Fenollera y habrán leído su libro El despertar de la Señorita Prim. Y si no lo han leído, lo único que puedo decirles es: ¿a qué esperan? Se trata de una novela entretenida, deliciosa y profundamente cristiana, (aunque, de manera providencial, también resulta atractiva para los que no creen, como muestra el hecho de que haya sido editada por Planeta y traducida ya a cuatro o cinco idiomas, que yo sepa). Una novela, además, muy femenina y romántica (como dice mi esposa), pero que (como añado yo) resulta interesante y encantadora también para los varones. En suma, una novela de esas que uno disfruta leyendo y relee varias veces a lo largo de la vida por el mero placer de su lectura, pero que, por añadidura, elevan el alma y el corazón a Dios.

¡No nos desviemos del tema! No es mi intención hablar de la Srta. Prim y su pueblecillo adoptivo de San Ireneo de Arnois, sino de la alegría que he sentido al enterarme de que, después de siete años, la autora ha publicado un nuevo libro.

Generalmente, los que han disfrutado mucho del libro de un autor esperan que sus nuevas obras sean más o menos similares y dar gusto a esos lectores es una tentación grande para el escritor, porque en cierto modo asegura el éxito de la secuela. En ese sentido, lo primero que hay que decir del nuevo libro es que Natalia Sanmartín ha resistido la tentación y Un cuento de Navidad para Le Barroux no es “El Despertar de la Señorita Prim II” ni “La Señorita Prim contrataca” ni “El retorno de la Señorita Prim", sino algo muy distinto.

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13.07.20

Somos mucho peores de lo que creen

Hace un par de semanas, uno de los ateos residentes en InfoCatólica pasó por Espada de doble filo para dirigirnos un cariñoso saludo a los católicos blogueros, lectores y comentaristas: “¿quién va a querer parecerse a ustedes?”. Por si no quedaba claro, lo aderezó con la simpática idea de que “para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión”.

Confieso que no pude evitar sonreír. Lo cierto es que, por muy enfadados que estén, y parecen estarlo habitualmente, los ateos me resultan siempre tiernos y entrañables. Hay un algo de ingenuidad en sus protestas e infructuosos intentos de cinismo que reconforta el corazón como un cuento de Navidad.

Una de las ideas más tiernas e ingenuas que parecen tener, y lo digo sin ironía alguna, es la de que los cristianos somos muy malos. En consecuencia, no se cansan de señalar esa maldad que detectan en nosotros, con la satisfacción del que ha encontrado un argumento irrefutable contra sus adversarios. ¡Criaturitas! La realidad, la terrible y casi insoportable realidad, es que somos muchísimo peores de lo que creen. Incomparablemente peores. Casi me atrevería a decir que infinitamente peores.

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6.07.20

Nostalgia del cielo 3

Solo es una foto antigua de una mujer arrodillada que reza el rosario por sus difuntos, pero, a poco que uno tenga algo de fe y sensibilidad, podrá vislumbrar en ella la fe católica hecha carne y la nostalgia de un cielo real, necesario y en ocasiones casi tangible, en el que Dios destruirá la muerte para siempre y enjugará las lágrimas de todos los rostros. El rosario de esta mujer, ofrecido por los muertos, es un ancla en medio de las tempestades de la vida, a menudo el único ancla que permanece firme cuando el mundo parece no tener sentido, las preguntas quedan sin respuesta y el dolor no se puede soportar.

Hasta hace muy poco tiempo, casi todo el mundo tenía esa ancla o, al menos, sabía que el ancla existía y que se podía acudir a ella. Si uno lee casi cualquier devocionario o texto espiritual católico de, digamos, los mil años anteriores a la mitad del siglo XX, una de las primeras cosas que saltan a la vista es el empeño universal en rezar por los difuntos, la presencia constante de las almas del purgatorio en la mente de los fieles y la conciencia de que rezar por los que habían muerto era una obra de misericordia y uno de los principales deberes del católico.

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