Cuidado, que nos lo estamos creyendo
Al volver, hace unos días, de las vacaciones de invierno, los alumnos y profesores de una universidad norteamericana de los Jesuitas, el Boston College, se encontraron con un curioso cambio en la decoración. El Presidente de la Universidad, el padre William P. Leahy, S.J., decidió que ya era hora de que todas las aulas de esta universidad católica tuviesen un crucifijo o un icono. Así que, dicho y hecho, durante las vacaciones se colocó una imagen de Cristo en cada una de las clases.
En primer lugar, quiero decir que ¡bien por los jesuitas del Boston College! Me parece una medida estupenda. En cierto modo, la sensación es agridulce, porque resulta triste que uno se tenga que alegrar por algo que debería ser lo más normal del mundo, pero, en cualquier caso, es un paso en la buena dirección.
No creo que sorprenda a nadie si cuento que, como suele suceder con las buenas ideas, esta decisión del Boston College ha sido duramente criticada. Es posible, sin embargo, que les sorprenda la identidad de los críticos. Las protestas no vienen del nuevo Presidente norteamericano, ni de las asociaciones musulmanas, judías o budistas, ni de grupos ecologistas que denuncien la tala de árboles para fabricar crucifijos de madera. Aparentemente, la crítica más dura proviene de una parte de los profesores de la propia universidad católica.

He decidido colocar como artículo independiente este comentario que Francisco José Soler dejó en el post anterior, porque su anécdota me ha parecido muy ilustrativa y, sobre todo, porque coincido plenamente con su análisis de la situación y sus conclusiones.
Los aficionados a la pintura sabrán que no existen los colores aislados. Cada pincelada de un cuadro toma su color no sólo del tinte utilizado, sino de todos los demás colores que tiene a su alrededor. Un rojo es mucho más rojo cuando está rodeado de verdes. No es lo mismo utilizar un naranja en una puesta de sol, donde sólo será uno más entre los muchos tonos cálidos presentes, que introducirlo en el entorno gélido y azulado de un campo nevado, donde sobresaldrá de forma llamativa y resaltará con fuerza los demás colores.
Incluí ya en el blog, hace tiempo, la
Juan Carlos, lector de este blog, relató su conversión hace unos días en un comentario. Como su relato es largo y sustancioso, he creído oportuno convertirlo en un artículo independiente y publicarlo hoy.



