La dispersión de los negocios
Traigo hoy al blog la tercera y última parte del artículo de José Alberto Ferrari, “Desventura del hombre de negocios —entre el consuelo y la dispersión—”. En estas reflexiones sobre el riesgo de ser como Judas en la administración del dinero, consideramos ahora la segunda causa de ese riesgo: la dispersión o distracción.
Vivimos en la época de las distracciones, del ruido y de las prisas. Ni siquiera hace falta que el mundo moderno nos persiga por ser cristianos o apruebe leyes inmorales: nos hace mucho más daño distrayéndonos de lo que de verdad importa y convenciéndonos de que es más importante la acción que la contemplación.
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En cuanto al segundo peligro, el de la dispersión, quizás sea más sutil y no por eso menos nocivo. Negocio, bien sabemos, significa negación-del-ocio, de la contemplación de Dios en vistas de la cual trabajamos infatigablemente.
Circunstancias de la vida pueden enredarnos en estos trances y, entonces, es cuando más claridad necesitamos para juzgar correctamente; porque el hombre capaz en los negocios suele dispersarse —dispergo—, desparramarse en el ajetreo de sus múltiples actividades y cuidados terrenos. Es de notar la disipación de las cosas espirituales que produce el tratar con dinero: sus maneras y ritmos, sus constantes exigencias parecen socavar el hábito y gusto que debemos tener por el ocio, la contemplación silente, la oración reposada.
El ocio es manantial de sabiduría; no el negocio. Así nos lo indica la Sagrada Escritura —encomiando uno, rebajando otro—: “La sabiduría la aprende el escriba en el tiempo que está libre de negocios; y el que tiene pocas ocupaciones la adquirirá, y se llenará de ella. Pero, ¿qué sabiduría podrá adquirir el que está asido del arado y pone su gloria en picar bueyes con la aguijada, y se ocupa en sus labores, y no habla de otra cosa que de los toros?” (Ecclo XXVIII, 25-26. Los versículos siguientes (y las notas de Straubinger) muestran cuánto obstaculizan las ocupaciones temporales y la dificultad de quienes viven aferrados a sus negocios). Descripción de una lamentable realidad para muchos católicos de hoy: siempre asidos a sus emprendimientos, poniendo allí su gloria y no hablando de otra cosa más que de sus afanes laborales. Es por eso que los negocios no solo son malos para el que se pierde en ellos por amor a las riquezas, sino también por distracción de los bienes de arriba… ¿hasta dónde puede decir que desea la eternidad quien la desdeña o ningunea en pos de los negocios?
Santo Tomás nos enseña que la pobreza es un instrumento de perfección, “en cuanto por el apartamiento de las riquezas se quitan ciertos obstáculos a la caridad, que son tres principalmente…” El primero de ellos y que atañe a todos, hayan o no hecho fortuna, es “la solicitud que llevan consigo las riquezas” (Suma Teológica, II-II, q. 188, a. 7.). Es un obstáculo por cuanto nos dispersa de lo esencial, nos exige un tiempo y una atención desmesurados, nos agita por dentro y nos desliga, casi subrepticiamente, de Dios… es decir, puede hacernos contrarios a la Religión, la re-ligación con Dios (tal vez por eso escasean los grandes hombres en el mundo de los negocios… porque es un mundo pequeño sobre el que hay que saber sobreponerse).
Es imposible coordinar estas dos realidades en el hombre –negocio y religión–; lo posible y necesario, es el arte peliagudo de subordinar el diario quehacer a la vocación humana. De esa manera, nuestra solicitud se volcará a la plena realización de nuestro destino, y no a la labor secundaria de obtener el pan de cada día. Porque la solicitud de las riquezas, en definitiva, es opuesta a esa añadidura que nos enseña el Evangelio. De esto se trata, de buscar el Reino; y a lo que viene por añadidura saber darle el valor que tiene: el de mera añadidura.
Que se entiendan bien estas reflexiones: la intención ha sido procurar herramientas para quienes nos hallamos en apuros, para quienes deseamos vivir auténticamente la Fe, en aras de santidad, y se nos hace cada vez más arduo lidiar con los trajines de un mundo que nos amenaza constantemente. Dios quiera que no nos pase lo que a la semilla caída entre espinos, eso que Jesús les explicó a sus discípulos hace dos mil años; y es la síntesis divina y verdadera a la que quisimos arrimarnos: “El sembrado entre abrojos, éste es el hombre que oye la palabra, pero la preocupación de este siglo y el engaño de las riquezas sofocan la palabra, y ella queda sin fruto” (Mt XIII, 22.).
José Alberto Ferrari
Parte I: Cuidado con Judas
Parte II: El consuelo de las riquezas
18 comentarios
La cuestión está en preguntarse qué es para mí la añadidura y qué es lo principal. Si Dios es la añadidura, entonces es que no es Dios, porque Dios no se deja colocar en segundo lugar.
La gente tiene miedo al tiempo libre, al tiempo que no esté reglado por la actividad misma, al despertarse por la mañana y tener todo el día por delante, día que tendrá que organizar él mismo entre la adoración, la lectura o cualquier "actividad pasiva", llamémosla así.
¿Y cuáles son las actividades pasivas? Rezar, leer, oír música, dibujar o pintar (todas las que van de dentro a afuera). Es decir el ser y el estar abruman y todos damos prioridad al hacer, así que cuando cesa la actividad laboral hay que seguir enredada en multitud de actividades inventadas sin preguntarse demasiado el interés de las mismas y simulando que la actividad en si misma rejuvenece, es decir: hay que moverse como un joven aunque ya no sean negocios.
Muchos jóvenes me dicen sus sueños para cuando se jubilen: pintarán, leerán, rezarán, pero lo único que suelen hacer los jubilados, si están sanos, es pilates, clases de inglés sin ningún tipo de objetivo, cursillos de cualquier cosa y, sobre todo viajar. Todo menos estar quietos.
Nadie va a pintar si en el transcurso de su vida no ha sentido la necesidad de hacerlo, nadie va a leer si nunca ha leído, tampoco rezará si no es para él una necesidad de siempre...
Para que el ocio sea el manantial de la sabiduría ha tenido que ocupar algún tiempo durante toda nuestra vida, si no ha sido así un cuerpo en movimiento seguirá en movimiento hasta que no haya algo que lo detenga: la enfermedad o la muerte. Si es la enfermedad las personas consideradas como más pasivas tienen más facilidad para sobrellevarla por tener hábitos adquiridos: saber estar con uno mismo, que al fin y al cabo es estar con Dios, no es tan fácil como parece.
Para que Dios esté presente tenemos que estar atentos, si no lo estamos no percibiremos su presencia, para que Dios esté presente se necesita estar ocioso, quizás fuera posible cantar (como le pareció a Chesterton que hacían las imágenes grabadas en una catedral francesa), rezar, como el famoso cuadro de "El Ángelus" de Millet, en el trabajo de los campesinos que paraban a determinadas horas del día o tenían largos inviernos en los que sus trabajos eran compatibles con la oración. En estos momentos ningún trabajo se puede compatibilizar con
ese tipo de ocio cotidiano que pueda dedicarse a Dios.
Chesterton observó que las imágenes de pastores, labradores, etc...tenían la boca abierta y dedujo que cantaban mientras trabajaban, pero sus esfuerzos para que cantaran los empleados de banca, los de seguros y los periodistas fracasaron. Ya sabemos cómo era Chesterton: siempre dando qué pensar.
Si tienen tiempo y ganas, les recomiendo dos artículos: La primacía de la contemplación, de J. Bofill, y Teoría y praxis en la perspectiva de la dignidad personal, de Francisco Canals. Son breves.
Quise decir: "la contemplación (theoria) era principal sobre la acción".
¡Qué gran verdad, Bruno!. Gracias. Yo, que viví mucho tiempo dándole la espalda a lo que de verdad importa, no me convertí hasta que por diversas circunstancias me llegó la hora de la contemplación.
Palas, gracias por tu excelente reflexión sobre ocio y negocio, y sobre el tipo de vida de muchos jubilados en la actualidad. Siempre en una noria en movimiento, creen que, si se paran, se pierden "algo" o se van a morir antes. Hay que aprender a estar con uno mismo que, "al fin y al cabo, es estar con Dios", como bien dices. Yo estoy en ello, gracias a Dios, y espero que el Señor me ayude a perseverar y no volver a distraerme.
Muy agradecida a Bruno y Palas, siempre tan sabios y oportunos.
Para los griegos incluso la tekné implicaba habilidad manual y hoy en día ésta ya no es necesaria. Todas las actividades humanas en el Medievo estaban al servicio del hombre lo que implicaba que se pudiera parar a toque de campana, si la campana de la iglesia tocaba a difuntos podían parar para orar por él, si tocaba el Ángelus paraban para rezarlo, etc...
El ritmo del trabajo era distinto.
No solo consiste en cómo generar más dinero, sino también en cómo medrar en la empresa, cómo ser apreciado por el mundo, en cómo por ligar con una chica o ser presidente de un colectivo pintoresco era capaz de traicionar a su conciencia.
Yo sé de uno que incurrió con mucho éxito en lo supradicho indicado, y ahora, aun minado por la enfermedad, tiene los sacramentos, una maravillosa familia, excelentes amigos e incluso una generosa biblioteca para sus soledades. Se considera el más rico del mundo.
Dice que después de su legendaria locuacidad, ha descubierto el silencio preconizado por el Cardenal Sarah y que frente al Santísimo expuesto, no necesita nada.
Es gente rara.
De aquí que el negocio, como tal negación el ocio, no exista; pues o se está negociando con quien no fue es y no será, sea el limitado mundo; o se está negociando con quien fue, es y será, sea el infinito Dios.
De aquí que: O se está ocupado en asuntos de este tiempo limitado; o se está ocupado en asuntos del otro tiempo, sea del futuro tiempo, en vida que no muere, sea del que fue es y será el Dios del infinito espacio.
A mi me gusta, aunque no siempre lo consigo, me siento más justificado en el vivir voluntaria o reflexivamente cuando sin verme, me veo ocupado en asuntos del más allá, sea del futuro tiempo.
A mi el comentario no se me ha hecho largo, me parece interesante, porque además da la impresión de que no es solo una deducción, sino que es algo comprobado en la vida misma.
Comparto la reflexión primera de Palas. El ocio no depende solamente de factores externos sino, y sobre todo, de una disposición interna. Es decir, el ocio necesita de la virtud y el cultivo del alma.
Muchos desean tener tiempo y luego no saben qué hacer con él... es como el querer llevar la delantera sin importar el destino, esa "huida hacia adelante" de la que habló Chauvin.
El ocio es como una forma de vida, me parece, pues el hombre ocioso vive en su permanente búsqueda y en él encuentra su asilo y oración. Vive tensionado hacia el cielo, con esa tensión de la que nos hablan los Padres, tan necesaria para la vida de la Fe.
Saludos cordiales,
José.-
Estimado José Alberto, voy de pasada -y no por los negocios que te corren; al contrario, por el ocio real (no virtual) que reclama y convoca- dejando otra frase evangélica que puede sintetizar la idea de fondo de tus pertinentes y atinadas reflexiones; no obstante, abriendo la misma perícopla nuevos abismos de verdades esenciales y, por lo mismo, urgentes. También le dejo mi gratitud por tomarse el tiempo, entre el negocio alienante, de pensar los venenos y los antídotos de semejante tema actual para el católico común. El único negocio del cristiano en este siglo pasajero es la conquista y el cultivo del ocio ascensional.
Sin más, suyo affmo.
Pablo+
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