Por qué no entendemos las parábolas (II)
En el artículo anterior sobre este tema, veíamos que una de las razones por las que no entendemos las parábolas es que las confundimos con cuentecillos que ya conocemos y que, por lo tanto, no hay que tomar en serio. Cuando queremos tomárnoslas más en serio, sin embargo, lo que conseguimos es… engañarnos también, pero de forma más seria. Las parábolas no pueden ser meros cuentecillos, nos decimos, porque eso no es serio ni provechoso. Tienen que ser algo más “religioso” y, condicionados por años de considerar que “religioso” equivale a “moral", consideramos que las parábolas son cuentecillos pero con moraleja. Es decir, fábulas, como la de la zorra y las uvas.
Esta tendencia es muy comprensible. A fin de cuentas, la humanidad lleva milenios componiendo fábulas como forma de transmitir enseñanzas morales. El mismo refranero es una expresión minimalista de esta tendencia, reducida a las puras moralejas. Acostumbrados a los cuentos, refranes y fábulas que hemos escuchado desde niños, al escuchar una historia, esperamos que termine con una moraleja, una aplicación moral de la historia. Y si la historia no termina con moraleja, la inventamos.
De este modo, una multitud de cristianos “comprometidos” y respetables, están convencidos de que el significado de las parábolas es su moraleja, el principio moral que revelan. La parábola de los talentos significa que hay que aprovechar los dones que tiene cada uno; la del trigo y la cizaña que no es realista aspirar a la perfección; la del sembrador que cada uno debe hacer todo lo que puede; la de las vírgenes sabias y necias que tenemos que ser previsores, la del deudor que hay que tratar a los demás como queremos que nos traten, la del juez y la viuda que debemos ser persistentes y no desanimarnos y la del pobre Lázaro que hay que cuidar de los pobres.
Recuerdo que, hace años, estaba pasando un verano en Münster (Alemania) para aprender alemán y una profesora usó como ejercicio la parábola del hijo pródigo. La profesora señaló, como quien recuerda algo evidente, que la parábola “significaba” que había que ser misericordiosos. Mis esfuerzos, en alemán entrecortado, para alegar que la parábola no “significaba” eso tuvieron el mismo resultado que si hubiera intentado defender que los burros volaban.
Esta visión de las parábolas es, a primera vista, más profunda que la primera. Sin embargo, tiene un defecto evidente: si fuera cierta, Cristo habría venido a decirnos lo que ya sabíamos. Todo el mundo sabe que hay que ser misericordiosos, que hay que perdonar, que debemos aprovechar nuestros talentos o ser precavidos y persistentes o tratar a otros como queremos que nos traten. Cristo sería, pues, un Esopo o un Sancho Panza, un transmisor lleno de sentido común de la sabiduría inmemorial de la humanidad, pero poco o nada más. De nuevo, si esto fuera cierto, las parábolas que escuchamos en Misa solo serían (como lo son para innumerables fieles) una irritante y fatigosa repetición de nuestras obligaciones o un recuerdo incómodo de lo que hacemos mal, de nuestros fallos y nuestra incapacidad de ser buenos.
Gracias a Dios, sin embargo, las parábolas son mucho más que eso. Es necesario que penetre en nuestra dura mollera que no son fábulas cristianas. El fin de una parábola no es servir de vehículo para una moraleja. Las parábolas son algo infinitamente más grande. No son un consejito, sino una buena noticia; no nos repiten por enésima vez nuestras obligaciones, sino que nos sorprenden con el regalo que Dios nos quiere hacer; no tienen como núcleo el cumplimiento de unas normas, sino que ponen ante nuestros ojos la vida y la muerte, la salvación, la perdición y la gracia que Dios nos regala para que nos parezcamos a Cristo. No debemos escucharlas preguntándonos en qué me va a enseñar la parábola para ser un poco mejor, sino qué milagro quiere Dios hacer en mi vida y dónde está esa Vida que necesito desesperadamente y se me escapa entre los dedos.
Las parábolas sol, literalmente, palabras de Dios, que representan ante nuestros ojos la historia de la salvación y la ponen al alcance de todos, desde los sencillos a (mucho más difícil aún) los inteligentes. Son arte sacro obra del mismo Creador, iconos hablados que nos susurran al oído o trompetas que anuncian que el Reino de Dios ha llegado ya. No nos ofrecen moralejas, nos revelan misterios que el mundo ansía conocer. Las parábolas no son reglas, son anuncios de la salvación, kerygma, buena noticia, evangelio. Una parábola no es el irritante recordatorio de que no cumples esta norma o aquella otra, sino la maravillosa proclamación de que Dios te salva y la invitación a salir del pecado y a seguir a Cristo por el camino. No se repite en las Misas para ponerte una carga más sobre los hombros, sino para lo contrario, para anunciar tu liberación: Clamaste en la aflicción y te libré. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo! En un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.
La parábola del hijo pródigo, por ejemplo, no es una forma enrevesada de repetirnos que tenemos que hacer el propósito de ser un poco más misericordiosos. Ni tampoco, como los cristianos tenemos la mala costumbre de pensar, para regañarnos una vez más por ser como el hijo mayor. Lo que hace es poner ante tus ojos, cansados y soñolientos por el pecado, el asombroso misterio de la Redención: Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por él. Es increíble, pero cierto: te has rebelado contra Dios y su respuesta es salir hoy al camino a buscarte; te has revolcado con los cerdos en tu pecado y Dios, en lugar de rechazarte como mereces, te llama hijo y está deseando que le dejes vestirte de fiesta y poner un anillo en tu dedo. Como al hijo pródigo, Dios te ha abierto los ojos para que veas la Verdad, que es Cristo, te ha dado la gracia de ponerte en Camino, que es Cristo, y te llama a entrar en la Casa de la Vida, que es también Cristo. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
La parábola del hijo pródigo no es una forma de reprochar a los hijos pequeños su pecado ni de reprochar a los mayores su rigidez, sino de anunciarte a ti, que eres ambos, la salvación que has olvidado extraviado en otras cosas, ya fuera la falsa libertad de hacer tu propia voluntad en lugar de la Voluntad de Dios o la farisaica y a la postre inútil seguridad que te dan tus propias obras, como si tuvieras “derechos” ante Dios. Te recuerda, igual que al hijo pequeño destruido por su pecado, que para tener la Vida plena que tanto deseas solo tienes que volver a casa de tu Padre. Junto a los canales de Babilonia, nos sentamos a llorar con nostalgia de Sion. Del mismo modo, con el hijo mayor, recibes la gracia de descubrir que la salvación no está en ti mismo, en lo bien que te portas o en las cuatro normas que cumples, sino en que el Padre te quiere como a su hijo que eres, en que vives en la casa paterna (¡en la casa de Dios!), en que puedes escuchar hoy de los labios del mismo Dios: todo lo mío es tuyo. Dios, que lo ha creado todo, te lo entrega como su hijo y heredero.
Lo mismo podríamos decir de las demás parábolas. La del trigo y la cizaña no es un lugar común sobre la imposibilidad de la perfección, sino justo lo contrario: te anuncia, como una buena noticia, la paciencia de Dios y la urgente, imperiosa y vital necesidad de conversión, poniendo ante tus ojos las consecuencias escatológicas de tus actos. En las historias del sembrador o de los talentos el centro no es la semipelagiana máxima de que cada uno debe hacer todo lo que puede, sino el asombroso milagro que Dios va a hacer contigo si le dejas: lograr que tú que eres estéril des fruto abundante de vida eterna. La de las vírgenes sabias y necias no está escrita para enseñarnos que tenemos que ser previsores, del mismo modo que la del hombre que iba a construir nuevos graneros no significa lo contrario: las dos te obligan a volver la cabeza hacia lo único que importa, lo único que merece la pena, el único que puede salvarte, que está a tu puerta y llama. Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación.
Las parábolas nos ofrecen la salvación y cada vez que se proclaman se está cumpliendo la Escritura: hoy es tiempo de gracia, hoy es día de salvación. Se nos han dado para que, al escucharlas, podamos decir, como Jesús a Zaqueo: hoy ha entrado la salvación en esta casa. Nos devuelven mágicamente al momento de nuestra conversión, poniéndonos frente a Cristo, para que podamos admirarnos de nuevo ante el milagro de la gracia de Dios, llorar sinceramente nuestros pecados y decir otra vez: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. No son consejitos generales que ya nos sabemos de memoria, son las palabras que necesitamos más que nada en este mundo: palabras de vida eterna, que enjugan tus lágrimas, vendan tus heridas, consuelan tus sufrimientos, vencen a tus pecados y te permiten vislumbrar al Salvador del mundo que hoy quiere alojarse en tu casa. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
37 comentarios
Las parábolas son una caricia de Dios; un intentar explicarnos que siendo tan burros como somos, incomprensiblemente Él insiste con perfecta discreción, el transmitir su absoluta y nutriente sabiduría, por ver si pillamos algo.
Los vascos no nos vamos sin pagar una ronda, pero ante tanta generosidad, sólo nos queda una silenciosa gratitud.
Porque si bien es cierto que las parabolas del Evangelio son un serio consejo a tener en cuenta, para los que se sienten comprometidos con el mismo lógicamente; Ciertamente más lo es donde se empieza diciendo: aquello de "en aquel tiempo". Y aquí, puesto que estamos en tiempos de definición, lo siguiente:
Él les dijo: Cierto que Elías, viniendo primero restablecerá todas las cosas; pero ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que padecerá mucho y será despreciado? Yo os digo que Elías ha venido ya y que hicieron con él lo que quisieron, como de él está escrito. (Mc. 9 12, y 13)
Bruno, verdaderamente, sin pasarse por la tangente; en profundidad; según esta parte del Evangelio, sin parabola sino tal cual aquí y hoy, Jesús se confirma en su palabra: -¿Tú crees que Elías ha venido ya?
Y como quien repite y reafirma para que no se olvide queda lo de (S. Mateo17, 11-13)
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Ves ya te estar escapando por la tangente.
Pues estos versículos del trigo y de la cizaña vienen a advertirnos que si bien; en principio origen, todo ser pensante, y aquí tanto la cizaña como el trigo, (tanto el pueblo elegido de Dios, como los otros)tienen un mismo origen de creación que es Dios. Después de este principio origen divino, en parte y en este planeta Tierra, apareció libre y responsablemente la cizaña, que como efecto genéticamente manipulado contra Dios; fue por extraños sembrada junto al trigo de este planeta.
Dicho de otro modo: Solo los que sembrados y en descendencia, saliendo de la tierra de este planeta Tierra como Adán y de Eva; y de Braham y Sara después; por principio origen de creación podemos ser trigo como pueblo elegido a guardar en el granero de Dios.
El resto, que son la mayoría de las gentes dichos sea pensantes, son cizaña que genéticamente manipulada vienen de otro lugar, y que por este motivo no pueden creer en otro dios que no sean sus ídolos temporales del vivir y gozar, o reencarnarse en este e mundo cuanto más y mejor..
Otras son una grave advertencia de tomarse la vida en serio, porque al final seremos juzgados, y la medida con nuestro prójimo será la medida de su juicio -el rey que perdonó la deuda a su siervo-. O una exigencia para que elijamos lo mejor en la vida, que es el camino del reino (el tesoro escondido, el mercader de perlas).
El mismo Dios -siempre irreductible a categorías meramente humanas- se presenta en las parábolas de manera a veces absurda (el dueño de un campo que paga igual a los jornaleros que han trabajado todo el día como a los que lo han hecho caída la noche; o el señor que elogia a un administrador infiel por la estafa que le ha hecho...); a veces como alguien que se deja derrotar por el sentimentalismo, como el padre que se pone a servir excesivamente a un mal hijo que, muerto de hambre, vuelve a él; o un rey, que tras solo contemplar unas lágrimas, perdona íntegramente una deuda descomunal a un pobre siervo (esas nos encantan, porque ante Dios somos siempre unos verdaderos granujas, y continuamente estamos haciéndole chantaje emocional)
Pero Dios también aparece en sus parábolas como un rey que no tolera que sus siervos no lo admitan como gobernante, y los manda ejecutar en su presencia. Esas nos chocan y nos desazonan, quizás porque pensamos en tantos amigos y familiares que abiertamente le han rechazado.
Las parábolas, en definitiva, nos llevan a exclamar: ¡Ante todo eres Padre... pero no eres hombre sino Dios!
en las parábolas de manera a veces absurda (el dueño de un campo que paga igual a los jornaleros que han trabajado todo el día como a los que lo han hecho caída la noche; o el señor que elogia a un administrador infiel por la estafa que le ha hecho...)
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Aquí como en todo el Evangelio,no hay nada de absurdo. Y te diré.
Al día llegado cuando, pronto ya, los dos profetas sean muertos y resucitados ( ver: Ap.11,1-14) como últimos profetas de todo el tiempo pasado, serán ellos los primeros en recibir la paga de profetas. Y después de estos todos aquellos que como coetáneos de estos fueren resucitado.
Hay una razón científica para que esto sea así, tal cuál y cómo Jesús lo dice. Aunque en mucho me temo que si, esto, al principio lo entiendes como absurdo el resto te sería más difícil de entenderlo.
Sobre la cuestión del administrador. ?Qué quieres?: Más vale a un mal administrador que se sirve de los infinitos medios de su amo para hacer inocentes amigos, que sin tener que pagar deuda llegado el caso le avalen ante el amo; Que quien como estúpido administrador se condene él mismo como tal junto a sus deudores mal pagadores.
A saber cuantos, dichos santos interesadamente santificados, al día llegado, invocarán a quien en su días pasados, qué y cómo les perdonaron sus pecados.
"No por ser obvio... quiere decir que todo el mundo se de cuenta de ello..."
En efecto, hay muchísima gente que reduce las parábolas a mera moralina. Por eso, cuando se leen en Misa, ponen cara de aburrimiento y de "ya nos lo sabemos".
"no tanto como la moraleja de una fábula sino como una forma de abrirnos hacia el mensaje que Jesús nos trajo"
Yo diría que es mucho más. No es para abrirnos a un mensaje, sino a la salvación misma que Jesús nos trajo, a su encarnación, muerte y resurrección. Es decir, para que nos dejemos salvar por Él.
"hay muchos sacerdotes que se centran precisamente en el mensaje moral, razón por la cual es bastante normal que los feligreses se queden con esa idea"
En eso estoy de acuerdo. Lo he visto muchas veces. Y, curiosamente, ese mensaje moral puede ser tanto de la moral tradicional como de moralidades progresistas de moda: en lo que coinciden es en presentar el evangelio como centrado en nosotros, en lo buenos, respetables, comprometidos, solidarios y misericordiosos que somos o que tenemos que ser. El resultado siempre es el mismo a la larga: un inmenso hastío.
Me alegro de que os haya gustado. Aunque, por supuesto, lo maravilloso son las parábolas en sí, no mis pobres balbuceos de niño asombrado por lo que tiene delante.
Claro que el concepto de fábula se queda muy corto para las parábolas evangélica. Las parábolas son maravillosas porque contienen alegorías con un gran contraste entre lo que se narra y el gran misterio que están representado. La narración consiste generalmente en asuntos prosaicos de gente que actúa simplemente por su interés -con la gran excepción del Buen Samaritano-, son asuntos de herencias, trabajos, dinero y poder. Y sin embargo el significado nos eleva a los designios divinos, hacia el gran misterio de un Dios de gracia superabundante.
Así, la parábola del hijo pródigo tendría un final injusto si el padre fuera un padre humano: el hijo mayor ve injustamente reducida su herencia si ahora la tiene que compartir con el otro hijo que ya recibió la suya. Nuestro Código Civil ampararía con justicia la pretensión del hijo mayor injustamente perjudicado por la liberalidad de su padre. Pero si ese padre es Dios no hay injusticia, porque en realidad nadie tiene ningún derecho ante él y además la herencia no tiene límites y por lo tanto habrá siempre de sobra para los dos.
Parecido pasa con los jornaleros de la viña: Si el amo fuera humano sería caprichoso y arbitrario, el Juzgado de lo Social estimaría la demanda de los que habiendo trabajado más del doble no reciben salario en proporción. Siendo Dios no lo es, porque él tiene sus razones que no tenemos por qué entender, y además y la paga será inconmensurable para todos.
Es muy hermoso el contraste entre la avaricia y mezquindad con la que se conducen los personajes de las parábolas y la hermosa y elevada verdad que están mostrando: la perla, el tesoro escondido, el administrador infiel, etc
Y es asombrosa y misteriosa la parábola del los arrendatarios de la viña, en la que Cristo invita a los apóstoles a poner el desenlace: "¿Qué hará con estos viñadores? Le respondieron: hará perecer de mala muerte a los malvados...". Y sin embargo con sus hechos Cristo está mostrando otro desenlace: los arrendatarios (o sea, nosotros) hemos matado al hijo del dueño y como retribución heredamos efectivamente la viña... O magnum mysterium.
"Sucede algo parecido cuando desde ciertos pùlpitos se insiste en ubicarnos respecto a "que haría Jesús" en tal o cual circunstancia, cuando el punto no debiera estar allí"
Claro, es que no se trata de lo que Jesús "haría", sino de lo que ha hecho y está haciendo con nosotros, que es salvarnos, redimirnos, dar la vida por nosotros y perdonarnos. Por eso la respuesta no es ante todo un esfuerzo moral, sino la fe que acoge humildemente esa salvación, esa gracia, esa misericordia que se nos ofrece al escuchar la Palabra de Dios.
"Las parábolas son una caricia de Dios"
Muy bueno. Daría para un poema. Ejem, ejem.
"El mismo Dios -siempre irreductible a categorías meramente humanas- se presenta en las parábolas"
Esa es la clave. En las parábolas no se nos presenta una norma moral; es Dios mismo quien se nos presenta: vivo, real, dispuesto a hacer milagros en nuestra vida.
"O magnum mysterium"
Bien dicho. Debemos acercarnos a las parábolas como quien se acerca a un misterio sagrado. Descalzándonos, como hizo Moisés ante la zarza ardiente. Por eso son Palabra de Dios y no simples palabras humanas, por muy sabias que puedan ser.
Sorprende comprobar cómo por vía de una "inocente" devaluación del misterio a la moralina, los católicos píos pueden llegar a alinearse en la práctica con los ateos, quienes afirman que el Evangelio es literatura propagandística, mera obra de hombres sin inspiración divina.
muy agradecido por el artículo, desde la primera entrega lo he esperado con mucho interés. No defraudó en nada mis expectativas.
Personalmente distingo con facilidad que las parábolas no son fábulas, ya que estas últimas usan la prosopopeya, darle características humanas a personas y animales. Me parece que están mas relacionados con los midrashim, ¿Es esto cierto?
¿Existe alguna relación entre las parábolas y los midrashim?
"Personalmente distingo con facilidad que las parábolas no son fábulas, ya que estas últimas usan la prosopopeya, darle características humanas a personas y animales"
Ciertamente, los antiguos judíos no eran muy dados a los animales antropomórficos, principalmente porque muchos ídolos de los pueblos circundantes eran precisamente animales antropomórficos. La diferencia principal, sin embargo, es que la esencia de las fábulas es una enseñanza moral y las parábolas revelan (¡y hacen presente!) un acontecimiento de salvación. Por eso las fábulas hablan a la inteligencia y las parábolas a la fe.
"Me parece que están mas relacionados con los midrashim, ¿Es esto cierto?"
Es una buena pregunta. La diferencia fundamental entre midrashim y parábolas está en lo que se dice en el Evangelio sobre Cristo: habla con autoridad, no como los escribas y fariseos. Las parábolas son Palabra de Dios, los midrash son comentarios sobre la Palabra de Dios; las parábolas revelan algo nuevo que ha hecho Dios (la encarnación de su Hijo para la salvación del mundo, la Nueva Alianza), los midrashim simplemente intentan aplicar el Antiguo Testamento a realidades nuevas o explicar pasajes oscuros del mismo.
A mi entender, los midrashim estarían en un punto medio entre los evangelios apócrifos (por lo imaginativo), los textos exegéticos de los Padres (como tradición oral que interpreta la Escritura para los judíos) y las leyendas piadosas (que relacionan acontecimientos cotidianos con la Escritura; por ejemplo, hay un midrash que dice que las flores nos recuerdan la entrega de la Torah en el Sinaí, porque en el Éxodo se dice que, cuando Moisés subió a la montaña, los israelitas no debían permitir que su ganado paciese en las laderas, lo que implica que no se comerían las flores).
Dicho eso, sin duda, como dices, hay claras semejanzas entre las parábolas y los midrashim en cuanto a las figuras literarias y a la forma de expresión. En particular, ambos muestran la preferencia por lo concreto sobre lo abstracto característica del judaísmo clásico, en contraste, por ejemplo, con el helenismo. Lo mismo se puede decir de las técnicas mnemotécnicas que se utilizaban para la enseñanza oral en Israel. Cristo hablaba de forma que le pudieran entender sus oyentes, con las herramientas literarias y lingüísticas a las que estaban acostumbrados.
Pero no soy ni mucho menos experto en el tema, así que probablemente habrá lectores que puedan esclarecerlo más.
Dijo la Zorra al Busto,
Después de olerlo:
«Tu cabeza es hermosa,
Pero sin seso»
Como éste hay muchos,
Que aunque parecen hombres,
Sólo son bustos.
Los que crecimos leyendo fábulas de todo tipo, incluyendo a mis abuelos, las captábamos muy bien, pero en mi larga experiencia profesional pude constatar que, en el último tercio del siglo XX, los niños ya no distinguían un cuento de una fábula y no sabían captar la moraleja sin la cual ésta no tiene sentido. Y no me refiero a "La zorra y el busto", que puede ser más para adultos, sino a otras mucho más sencillas. Eso me preocupó porque tuve la sensación de que si la inteligencia no captaba la moraleja de una fábula pudiera ser que las parábolas, mucho más difíciles y de carácter más oriental, serían también cada vez más difíciles de llegar a la sensibilidad del hombre moderno. Hay que tener en cuenta que el potencial comunicativo del lenguaje está disminuyendo.
Muchas gracias, Bruno. Que Dios te bendiga. Me has abierto los ojos, la mollera y el corazón.
Como todos, o casi, los ataques hacia la Iglesia empiezan con la semántica, estoy tratando de entender a cabalidad lo que significa parábola.
Existen parábolas divinas enseñadas por Jesucristo. También existen parábolas humanas, como la que compartiste en la primera entrega, donde el profeta Natán increpa al rey David por su perfidia para poseer a Betsabé, pero con seguridad la inspiración es Divina.
¿Podemos hablar de parábolas solamente humanas, esto es, sin inspiración divina? Me imagino que si pero muchas veces nos abstenemos de clasificarlas como tal, porque son solo enseñanzas morales, quizás los relatos del "Conde Lucanor" pudieran serlo. Entonces la pregunta concreta es
¿Las parábolas necesitan tener inspiración divina? Yo entiendo que la respuesta es técnicamente no, que existe el género literario "Parábola", pero, por haber sido usado por Jesucristo, tendemos a considerarla que deben serlo.
También se puede ver allí su obra El Evangelio de Jesucristo, etc.
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