Besar el anillo de casados
Hablábamos el otro día del anillo de casados, como un magnífico signo visible de realidades invisibles. Un shemá que nos recuerda que Dios es Dios en nuestro matrimonio, que nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo y que hemos contraído una Alianza santa que nadie puede romper.
Un amable lector me ha enviado el texto de un decreto de 1959 concedido por Juan XXIII, en el que se promovía una costumbre con respecto a los anillos de los esposos que me ha parecido preciosa y que quiero contar a los lectores. A fin de cuentas, para eso es el blog: para que autor y lectores podamos hablar y disfrutar juntos de las cosas de Dios.
En el decreto, el Papa recomendaba la práctica de besar el anillo de casados (en aquella época, sólo el de la esposa, porque la liturgia antigua sólo preveía la bendición del anillo de la mujer, a diferencia de la liturgia actual). El beso debía darse “piadosamente” y esta costumbre podía llevarse a la práctica “individualmente o en común” entre los dos esposos. A la vez que se besaba, se pronunciaba esta oración u otra semejante: “Concédenos, Señor, que amándote, nos amemos el uno al otro y vivamos según tu santa ley“. Según el decreto, cuando se besaba el anillo y se rezaba la oración en el aniversario de bodas, se recibía una indulgencia parcial.
La costumbre me ha encantado por su sencillez y su profundidad. Me recuerda, además, a la costumbre de besar el anillo de los obispos: igual que se venera a Cristo Sacerdote en el obispo, al besar el anillo de casados podemos venerar a Cristo Esposo que ama a su Esposa la Iglesia y da su vida por ella. También me ha recordado al sacerdote besando el altar antes de la Eucaristía, porque los esposos son los ministros del sacramento del matrimonio y es bueno que haya signos sensibles de ello, como pequeñas liturgias de la iglesia doméstica que es su familia. Además, como los anillos suelen llevar grabados los nombres de los esposos, al besarlos se está besando el nombre del esposo o la esposa. Difícilmente podría pensarse en algo más bello.
La petición de aprobación del decreto de Juan XXIII vino del Cardenal Gran Penitenciario, un cargo de nombre sonoro y algo inquietante, que hace pensar en mazmorras y disciplinas. El Gran Penitenciario, sin embargo, sólo se ocupa de perdones: indulgencias, dispensas (como la que necesita una persona que haya realizado un aborto y, posteriormente, desee ser sacerdote), levantamiento de excomuniones y el perdón de pecados especialmente graves, cuya absolución está reservada a la Santa Sede, como la profanación de la Eucaristía o la violación del secreto sacramental. Actualmente, el Gran Penitenciario es el Cardenal Monteiro de Castro, antiguo nuncio en España.
Según el texto del decreto, el papa quiso promover la práctica de besar el anillo “para favorecer el amor y la fidelidad conyugal, sobre todo en este tiempo, en el que los derechos naturales y divinos del matrimonio tan indigna y frecuentemente son despreciados”. Como lo mismo podría haberse escrito hoy, quizá sea una buena idea que los matrimonios cristianos adoptemos esta costumbre de besar el anillo y recitar una oración. Sería un signo estupendo para nosotros mismos como esposos, que necesitamos recordar a menudo lo bueno que ha sido Dios con nosotros, regalándonos un esposo o una esposa mucho mejores de lo que merecemos, comprometiéndose con nosotros en una alianza firme hasta la muerte, creando en nuestro hogar una pequeña iglesia doméstica y bendiciéndonos a nosotros y a nuestros hijos con el don de la fe.
También, como decía el Papa, sería un signo estupendo para un mundo que está triste porque ha perdido uno de sus grandes tesoros: el matrimonio indisoluble. Hoy en día, aparentemente, sólo los católicos están dispuestos a contraer un matrimonio que no se rompe y a decir “te querré pase lo que pase, venga lo que venga y hagas lo que hagas, hasta que la muerte nos separe, con la ayuda de Dios”. Hasta donde puedo recordar, protestantes, ortodoxos, musulmanes, judíos, mormones, budistas, agnósticos, ateos y todos los grupos que se me ocurren, aunque siguen deseando como todo ser humano ese amor firme hasta la muerte, ya no creen en él y todos admiten el divorcio, casándose “mientras nos vaya bien”. Sólo la Iglesia mantiene el matrimonio indisoluble como una luz en medio de las tinieblas de la desesperanza. Los esposos católicos, a pesar de nuestra debilidad y por la misericordia de Dios, hemos recibido esa luz que no se apaga y cuyo brillo se refleja como un destello en nuestro anillo de casados. ¿Cómo no besarlo con lágrimas de gratitud en los ojos y una oración en nuestros labios? Laus Deo.
14 comentarios
Ya son varios los sacerdotes que, al final de la Misa y de forma privada, me han preguntado el significado de ese beso mientras digo amen y justo antes de abrir la boca para recibir a Cristo. La explicación les parece a todos preciosa.
Muchas gracias por compartirlo con nosotros. Me ha encantado leerlo.
Nuestro mundo está sediendo de signos sensibles que le hagan pensar en Dios.
Se da demasiada importancia a obtener una carrera, tener un buen trabajo, hijos sanos y hermosos, colegios de primera; pero se descuidan los treinta segundos dedicados al cónyuge (y a Dios) sólo para decirle "te amo y le pido a Dios que nos podamos aguantar el resto de la vida".
Creo que hasta la pareja más desavenida encontraría en el gesto razón suficiente para decir "dejemos el divorcio para mañana" si hicieran eso hoy.
Bruno, aunque no te conozco ye me caes muy bien por tu frescura y sensibilidad. Dios te siga inspirando.
Me encanta la idea de sor Flavia para repetirla yo, besando mi alianza matrimonial en acción de gracias a Dios por mostrarnos tantas veces su misericordia en este matrimonio.
¡Dios sea bendito!
Gracias
Aquí lo tienes:
DECRETO DE LA SAGRADA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA
(A. A. S. 10-17 de diciembre de 1959; pág. 921)
Para favorecer el amor y la fidelidad conyugal, sobre todo en este tiempo, en el que los derechos naturales y divinos del matrimonio tan indigna y frecuentemente son despreciados, Su Santidad Juan XXIII, Papa por la Divina Providencia, en la audiencia del 21 de noviembre, acogiendo de buen agrado la petición que le fue hecha por el Cardenal Gran penitenciario, abajo firmante, se ha dignado conceder a los cónyuges que piadosamente besaren, individualmente o en común, el anillo nupcial de la esposa (1), y recitaren con devoción y contrición la invocación. "concédenos, Señor, que amándote, nos amemo, el uno al otro y vivamos según vuestra santa ley", u otra semejante, el poder beneficiarse una vez en el día del aniversario de la boda (2), de una indulgencia parcial de 300 días. Sin que obste nada en contrario.
Dado en Roma y por la Sagrada Penitenciaría Apostólica, el día 23 de noviembre de 1959.
N. Card. Canal¡
Gran Penitenciario
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(1) El Ritual Romano sólo prevé la bendición del anillo de la esposa.
(2) Una notificación de la Sagrada Penitenciaría Apostólica de 22 de diciembre de 1959 (A. A. S., 30 de enero de 1960, pág. 62), ha hecho notar que en el Decreto de 23 de noviembre de 1959, por error tipográfico, fueron omitidas las palabras "del aniversario de la boda", que deben, en consecuencia, incorporarse al texto del citado decreto, como nosotros hemos hecho.
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