Ante el terrorismo de blasfemias
En la segunda mitad del s. VII, en pleno esplendor del Reino Visigodo, San Ildefonso de Toledo, Capellán de la Virgen, cuya fiesta litúrgica se celebra hoy, componía el tratado de La Perpetua virginidad de María. En él defendía la fe de la Iglesia, proclamada siempre por los cristianos, de que la Madre de Dios es Virgen antes, durante y después del parto. Esta verdad había sido rechazada por algunos herejes y contra ellos el santo obispo toledano defiende así la virginidad de María en el parto:
«Acaeció una vez ser madre la que era virgen; ocurrió que engendrase la que permanecería no ajada por el modo de engendrar. Aconteció que pariese con una desconocida forma de parto. Sucedió que se mantendría íntegra con el Hijo la que no había experimentado mengua con el esposo. Pero se trata de algo inapreciable, incomprensible, inenarrable, admirable, de algo jamás oído, visto, conocido y anteriormente ocurrido: que la virginidad brille con la concepción, que la virginidad acompañe al parto, que la gestación selle a la virgen, que la virginidad aprecie a la madre y también que la glorifique; que la preñez de la madre honre a la virgen, que la virginidad alcance el honor materno y el honor virginal se conserve en la fecundidad de la madre»