Como indica mi breve presentación, he tenido la dicha de ser misionero fidei donum durante seis años. Normalmente no indico que pertenezco a la Archidiócesis de Toledo, porque no quiero que mis posturas personales se confundan con las de la Archidiócesis. Es una precaución que en otros tiempos resultaría absurda, pero no en la situación actual. Hoy, sin embargo, tengo que decir que, efectivamente, como sacerdote diocesano de Toledo pasé mis seis años como misionero en una de las dos misiones diocesanas de Toledo.
Hay que explicarlo un poco. En 1994, el Cardenal D. Marcelo González Martín, verdadera luz de la Iglesia en los oscuros momentos del inmediato posconcilio, tomó la iniciativa de abrir una misión diocesana en la que, como opción preferencial, ni exclusiva ni excluyente, los sacerdotes de Toledo pudieran vivir la dimensión universal de la Iglesia. La iniciativa cristalizó en una colaboración permanente entre las Archidiócesis de Toledo y de Lima, con una presencia de sacerdotes diocesanos de Toledo en una parroquia de Villa el Salvador, uno de los inmensos pueblos jóvenes de los conos de la capital peruana. Cuando partieron los primeros sacerdotes, D. Marcelo escribió una carta pastoral hermosísima titulada Toledo y Lima, diócesis hermanas. Me gustaría mucho poder compartir el texto, pero lamentablemente, aunque estoy haciendo lo posible, soy incapaz de encontrarlo.
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