InfoCatólica / Más duro que el pedernal / Etiquetas: jerarquia

19.02.18

Decálogo para católicos perplejos

David y Saúl

Doy gracias a Dios por haber seguido Infocatólica desde el inicio. Y ahora por la confianza que se me da de poder escribir en esta página. Una de las cosas que caracterizan a todos los que escriben aquí, creo yo, es el moverse en el difícil equilibrio entre el respeto a los pastores de la Iglesia, por un lado, y la exigencia de la verdad, por otro. No pretendo que haya que elegir entre una cosa o la otra, o llegar a un punto intermedio en el que ni se sirva a una cosa o a la otra (como algunos pretenden que se tenga que hacer entre ortodoxia y misericordia), sino que la defensa de la verdad exige un respeto y un cuidado a la jerarquía de la Iglesia, semejante a aquel que David tenía con Saúl, incluso cuando aquél estaba en la verdad y éste se movía conducido por un odio asesino.

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23.11.17

Juan de Mariana y la monarquía en la Iglesia

El P. José de Mariana (Wikipedia)Ne quid nimis (μηδὲν ἄγαν): «nada en exceso». Estas palabras completaban las dos famosas sentencias esculpidas en el templo de Apolo en Delfos, de las cuales la primera («conócete a ti mismo») es mucho más conocida. La huida del exceso estaba tan presente en la cultura griega que cuando Aristóteles tiene que definir la virtud en el segundo libro de su Ética Nicomaquea, dará por supuesto que ella tiene que constituir un medio, porque tanto el exceso como el defecto destruyen necesariamente el bien. Esto no supone un elogio de la mediocridad, pues el mismo Aristóteles aclarará que «de acuerdo con su entidad y con la definición que establece su esencia, la virtud es un término medio, pero, con respecto a lo mejor y al bien, es un extremo». La falta de virtud, en cambio, se manifiesta en el desorden, en la falta de razón, que hará que la acción tienda al defecto o al exceso, apartándose del bien que está en el medio apropiado al sujeto prudente.

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5.10.17

Los sacerdotes, el matrimonio y el celibato

MatrimonioEn mis dos primeros años de ministerio recibí el encargo de ser profesor de religión en el instituto público. De entre las muchas experiencias desagradables que tuve, una que suelo recordar con frecuencia es la furibunda agresión verbal que me propinó un profesor de filosofía ante una atónita y repleta sala de profesores. Este compañero debió considerar que algo de lo que dije en una conversación de la que él no formaba parte era tan intolerable que ameritaba una reprensión pública. Entre gritos y tartamudeos expresó su odio hacia la Iglesia, los sacerdotes en general y hacia mí en particular, haciendo énfasis en lo detestable que consideraba la sotana que vestía. Una de las cosas en las que incidió fue en lo ofensivo que consideraba que personas célibes hablen sobre el matrimonio.

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