Sobre el bien de la muerte
“Que la muerte vaya, pues, actuando en nosotros, para que también se manifieste en nosotros la vida, es decir, para que obtengamos aquella vida buena que sigue a la muerte, vida dichosa después de la victoria, vida feliz, terminado el combate, vida en la que la ley de la carne no se opone ya a la ley del espíritu, vida, finalmente, en la que ya no es necesario luchar contra el cuerpo mortal, porque el mismo cuerpo mortal ha alcanzado ya la victoria” San Ambrosio, Tratado sobre el bien de la muerte 3,9; 4,15
Descubrí a este experto restaurador.
He mirado absorta algunos de sus trabajos que me han hecho pensar en lo que hace la Gracia en el alma que se pone en manos de su Hacedor.
En estos tiempos, si algo nos tendría que llenar de compasión es el sufrimiento debido a la falta de identidad de muchas personas; pero además, el grave daño para todo su ser que resulta de una caótica búsqueda de respuestas en personas y lugares en donde solo puede originarse mayor dolor y confusión.
Muy fácilmente, en poco tiempo, aquella persona adquiriría un aspecto deplorable al que, por lo regular, se habitúa.
Cualquiera que se haya reconocido pecador, aun sin haber caído en grave condición, sabe cuan fácil se corrompe nuestro ser sin ayuda de la gracia, por tanto, cuán cercana se puede llegar a tener la muerte definitiva. Mucho más cercana y real que tan solo tener un aspecto deplorable, que sería lo de menos.
Esa muerte, que es como el óxido para el metal, es la verdadera; en cambio, la muerte a la que el Hacedor nos somete, es muerte que engendra vida. Es el trabajo de la Gracia, hacernos morir a nosotros mismos para darnos la figura con la que Dios Padre nos pensó, semejante al Hijo.
Se puede observar fácilmente en las imágenes.
Bendito Nuestro Señor Jesucristo por el sacramento de la Reconciliación
Benditos los presbíteros que comprendar que deben pedir la gracia para estar disponibles para confesar y que, además, lo hagan por amor.
Los invito a ponerse en manos del Restaurador.
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“Por ello, enseña el Apóstol que los que viven en esta vida deben apetecer que la muerte feliz de Cristo brille en sus propios cuerpos y deshaga nuestra condición física para que nuestro hombre interior se renueve y, si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenga lugar la edificación de una casa eterna en el cielo” San Ambrosio, Tratado sobre el bien de la muerte 3,9; 4,15