Aprendamos de Dios a no ser víctimas ni victimarios
Anoche recordé un suceso con mi padre que nos marcó para siempre.
Tenía yo un poco más de tres años y alguien me regaló un enorme chocolate.
Como era alérgica me habían prohibido comerlos; el mismo papá, cuando me vio con el chocolate en la mano, me advirtió que si llegaba a comerlo, me daría un par de nalgadas.
En su vida me había castigado de esa forma así que no le creí, por lo que apenas llegué a la casa, busqué el chocolate y sentadita tras un trastero me escondí para comerlo.
Recuerdo que no había comido ni la mitad cuando frente a mí aparecieron las largas piernas de mi padre. Alzando la mirada me encontré con la suya.
Papá se inclinó hacia mí para, con firmeza pero sin enfado, recordarme la advertencia que me había hecho; tras lo cual me pidió que me pusiera de pie, tomó lo que quedaba del chocolate y con su mano derecha me palmeo las nalguitas un par de veces.
No me dolió pero lloré desconsolada debido a la vergüenza y el arrepentimiento.
Tiempo después papá se llegó hasta mí para decirme que esperaba que hubiese aprendido la lección y que, como también había sufrido castigándome, me prometía que no volvería a darme de nalgadas. Cosa que cumplió.
Ahora bien, he dicho que este suceso nos marcó porque desde temprana edad me quedó claro el papel de un padre en relación a su hijita amada pero desobediente y con ello, muy claramente trazado el camino de mi conversión.
Yo tendría que colaborar con la gracia para dejarme moldear en mi relación con Dios como Padre, con Dios como Hijo y con Dios como Espíritu Santo.
Hoy día, cerca de cincuenta años después, he comprendido que para conocer a Dios en sus tres personas es necesario tener una relación con cada una de ellas.
Una relación con el Padre, otra con el Hijo y también con Espíritu Santo.
El conjunto arrojará no solo una equilibrada y completa relación con Dios sino con nuestros semejantes. .
Cuando falta o falla una de ellas nos exponemos a desconocer a Dios en algún aspecto y a sufrir las consecuencias.
Yo, en principio, si alguno advirtiera que falta equilibrio afectivo en su vida, le pediría que revisara su relación con las tres divinas personas.
Con la Gracia de su lado, descubrirá de Dios Uno y Trino, aspectos que le ayudarán a descubrir en qué falla o falta en relación con su esposa o esposo, con sus hijos o con sus padres.
Un bautizado que en este sentido colaborara con la Gracia difícilmente sería que víctima de violencia doméstica o de cualquier abuso de autoridad ni tampoco haría víctima de violencia a sus seres queridos u otras personas.
El mayor problema que cada uno tiene entre manos es desconocer, en mayor o menor medida, el sentido de la paternidad de Dios.
Yo lo aprendí de niña, muchos de ustedes lo han de haber aprendido también aunque no lo recuerden. Traten de recordarlo.
A partir de ahí y, con el auxilio de la Gracia, empiecen a restaurar su relación con Dios y con sus semejantes.
Aprendamos de Dios a no ser víctimas ni victimarios.
NOTA: En la próxima entrada les hablaré de cómo, a partir de esta reflexión, entendí qué falta y falla en mi relación con el papa Francisco.