Ni siquiera es una mujer sobre un burrito, a punto de dar a luz y con su marido
Nadie debería. Nadie debería vivir en una habitación de cuatro paredes, en medio de ratones y el humo de una cocina de leña, sin agua potable, sin fluido eléctrico, sin inodoro ni ducha. Nadie.

El sábado asistí a una actividad de académicos y estudiantes universitarios de la cual salí intelectualmente muy enriquecida pero también profundamente humillada y nada más que para encontrarme inmediatamente al salir de edificio con Jaime Reyes el hombre de la sierra que llega a casa a rajar tablas de los árboles que se caen en nuestro bosque por causa de las ventoleras.
Venía pensando en escribir sobre cuánto me ha cambiado la agricultura pero además creo que hablaré sobre cuánto podría estar cambiándonos el trabajo cuando es realizado como medio para alcanzar una meta sobrenatural y con amor como respuesta al amor de Dios.
Hace pocos años se me presentó la oportunidad de ofrecer hospitalidad a uno de los hermanos de mi padre, un tío que -tan solo un año menor que él- era viudo, estaba muy enfermo y completamente arruinado.
Existen, en realidad, pocas cosas que pueda enseñar a alguien. De lo poquito que puedo transmitir que me parece tiene algún valor es sobre la mirada que echo sobre la realidad bajo la luz de mi amor por Dios, por su creación, por mis hermanos.