“Resulta impresionante que el auxilio divino se dé antes de que la persona lo necesite. ¿Será que Dios pone a su Hijo siempre delante? Sólo puede ser eso, que Dios todo lo hace pensando en su Hijo, hasta preparar nuestra voluntad para la buena obra. Y esto sobrecoge” Alonso Gracián
Efectivamente, Alonso, sobrecoge.
La gracia se nos adelanta no solo para inspirarnos sino para reconocerla; de esta forma es que somos capacitados para identificar la paternidad de Dios y su Misericordia encarnada en el Hijo a quien conseguimos contemplar en el prójimo y a la vez en nosotros mismos.
Así es como nos humaniza Cristo.
A la luz de estas consideraciones, deseo que conozcan a Máma Nela, la bisabuela de mi sobrino mayor.
El año pasado asistí a la misa y fiesta con las que la familia Milanés celebró su centenario; eso quiere decir que esta fotografía corresponde al cumpleaños 101 de “Abelita”, como cariñosamente la llamo.
La historia de Máma Nela ha sido tan magníficamente labrada alrededor del Señor que ha dado como resultado una familia de seres humanos extraordinariamente simples y maravillosos.
Solo observen los colores, las flores, la sonrisa… Acaso toda ella no les habla del amor que la rodea, de la dimensión y calidad de su corazón así como del corazón de su familia?
Esto es gracia en vivo y en directo.
De esta familia adorada, todo lo que recibo es de la calidad que mi corazón anhela lo que me hace concluir que me llega directamente de Dios quien, a través de varios de sus miembros, sin que lo mencione o solicite, me llega de forma desproporcionada e totalmente inmerecida la ayuda, cariño, comprensión, esperanza y alegría que mi corazón necesita.
Esto es Misericordia en ejercicio.
Ahora bien, papa Francisco insiste en que vayamos a las periferias y resulta que, en este caso, la periferia soy yo. Cosa que es la santa verdad ya que soy la mujer un tanto mayor, soltera, sin hijos, sola, enferma y de muchas maneras necesitada a la que prestaría atención un corazón amante como es el de la familia Milanés.
Esto es reconocerse pequeño y necesitado.
Ayer, cuando venía de pasear alrededor del parque con mis perros me encontré con dos personas.
La primera fue Mireya, una de las hijas de Máma Nela quien, como su mamá, estaba de cumpleaños y a quien debo inmensa gratitud por los cuidados que me ha prodigado.
Mireya, caminaba hacia su casa vestida elegantemente, un poco apurada pero aun así, se detuvo para que pudiera darle su beso de cumpleaños.
De seguido, cerca de mi casa, se acercaba caminando un señor un poco más joven para quien fui mala influencia en nuestra juventud. Teníamos décadas de no cruzar palabra y, aunque –por años- he sentido la necesidad de pedirle perdón, nunca lo hice.
Ayer, parece ser que el Señor estaba determinado a venir en mi auxilio ya que el hombre en cuestión se detuvo a conversar con la excusa de platicar sobre mis perros; conversación en medio de la cual hizo una pausa para pedirme perdón por el mal que me provocó en sus años de juventud.
Obviamente, aproveché la oportunidad para, con corazón contrito, pedirle perdón pero también para hacerle notar que aquél momento estuvo preparado por el Señor para nosotros. Ante lo que ambos Le bendijimos y glorificamos.
Sobrecogida llegué a casa de mi hermano para narrarle lo sucedido tras lo que, preocupada exclamé: - “Será que me voy a morir?”, enseguida reímos a carcajadas.
Esto es recibir la gracia del arrepentimiento, la necesidad de pedir perdón y de ser perdonado; así como la de enmendar la vida con el propósito de no volver a pecar más.
Es cierto, amigos, a veces la desolación por lo desamparados que nos sentimos dentro de la Iglesia de la que, recientemente no recibimos el afecto y cuidado paternal al que estábamos acostumbrados, nos hace olvidar o ni siquiera considerar que sigue vivo el mayor y más profundo anhelo de nuestro corazón que reside en la persona del Hijo, a quien el Padre pone por delante, ya que, cuando en El piensa, piensa en nosotros y obra a través nuestro.
Esto es lo que se denomina la vida sobrenatural de la gracia.
En efecto, papa Francisco, provoca no solo el crecimiento exponencial del ansia por la paternidad de Dios sino por la vida sobrenatural de la gracia; lo que, indudablemente, constituye el mayor don de la Providencia Divina que estuviese reservado para cualquiera durante el Jubileo de la Misericordia.