¿Necesitamos tener padre y madre?
Como muchos han de saber no soy experta en nada pero, igual, propongo ideas de vez en cuando ya que, si no estuvieran a vista de todos, no debería conservarlas solo para mí.
Primero, lanzo la pregunta: ¿Jesús necesitaba la experiencia de tener padre y madre?
La respuesta se halla en la Santísima Trinidad: de la unidad de tres personas en un solo Dios llegamos a obtenerla. Les ofrezco mi perspectiva con lo que dice este simple cartel el que traduzco de la siguiente manera: “La ausencia del padre y/o la madre la llena Dios pero la ausencia de Dios no la llena nadie".
Ahora bien, sabemos que la biología nos dice que nacemos de la unión entre hombre y mujer y que, el dato de fe dice que nacemos del amor entre hombre y mujer.
Cuando el amor y la biología, unidas, colaboran a favor de la nueva vida, la misma crece y se desarrolla según el plan de Dios. Lo demuestran las familias cuyos hijos nacen, crecen y de desarrollan dentro de un vínculo de amor, así como tantas personas que, careciendo de la figura materna y/o paterna o poseyéndola de manera fragmentada, la obtienen o la ven restaurada.
Todo lo que hace pensar que Dios tuvo previsto que amor y biología colaboraran para dar lugar a que un hombre y una mujer, mediante el amor, produjeran una nueva vida. O es que, acaso no nació la familia según Dios, cuando el Amor engendró a Hijo en el vientre virginal de María Santísima?
En efecto, el Amor, propio de la naturaleza divina y, la biología, propia de naturaleza humana de María, unidas colaboraron para dar lugar a la nueva vida que es el Hijo quien es Dios y hombre verdadero, Nuestro Señor Jesucristo.
Ahora bien, sucede que en el caso de los seres humanos -por lo regular- amor y biología no se funden por lo que el destino del hijo es carecer de uno o ambos progenitores. La unidad del amor y la biología que Dios tuvo previsto que el hijo conociera a través del vínculo de su padre y madre, le es negada.
Aquí es donde nuestro Creador tuvo previsto la necesidad de revelarse: la persona del Padre quien, mediante el Amor personificado, engendra a la persona del Hijo. Esta unidad de la Trinidad la tuvo prevista el Creador para nuestra salvación; salvación a la que tenemos acceso cuando damos nuestra adhesión total al Hijo. Accedemos al camino de la salvación mediante el Bautismo con el auxilio de la gracia que nos configura al Hijo desde quien conocemos la unidad de amor de la Trinidad.
Una vez introducidos en el camino de configuración al Hijo, entramos a conocer el único y verdadero vínculo de amor filial que jamás necesitaremos conocer, así sea que “nuestro padre y madre nos abandonen”.
Desde el Hijo llegamos a comprender que necesitamos de la experiencia de un padre y una madre.
También comprendemos que, cuando no se tiene dicha experiencia, el ser humano vaga dando tropiezos en la búsqueda desesperada de ambas figuras que jamás hallará de no tomar el único y verdadero camino posible que es la total adhesión a Jesucristo. Por Jesucristo y en El, obtenemos la experiencia de un padre, en Dios Padre (y en san José) y, de una madre, en María Santísima.
Jesucristo nos hace hijos que poseen padre y madre de cuyo amor entrañable tuvo lugar mi existencia.
De dicha adhesión también se comprende el sagrado valor de la familia y del vínculo fraternal.
De tal manera, querido lector, si descubres que tu vida carece del conocimiento de la figura del padre, de la madre (o de ambos) o, si detectas que tu vínculo con una o ambas figuras está incompleto o gravemente fragmentado, te invito a adherirte a Jesucristo quien, mediante los sacramentos, la Eucaristía y la oración, te ofrece la oportunidad de conocer a través suyo la experiencia de ser un hijo que crece y se desarrolla bajo la figura de un padre y una madre.
De lo que obtendrás la salud afectiva, física y espiritual que anhelas.
De la que, finalmente, recibirás la paz que solo Dios puede dar.