En la mañana del sábado no estaba únicamente emocionada porque asistiría a la marcha sino porque lo haría convocada por mis hermanos evangélicos y no sabía muy bien qué esperar.
Dudé incluso de llevar el crucifijo por no ofenderlos y, de hecho, no me lo puse de inmediato sino hasta que recorrí buena parte de aquél gentío que caminaba en silencio vestido de blanco en el que se podían distinguir abuelos, padres y madres, hijos y nietos.
No había un solo rostro familiar. De repente, apareció Lorca, mi amiga, cargando montones de cosas y le ofrecí ayuda pero en cambio me entregó una tabla con el formulario para pedir firmas con las que esperamos solicitar el que la Constitución indique que en Costa Rica el matrimonio es concebido como la unión de un hombre y una mujer.
Con tabla en mano y el crucifijo colgando en mi pecho me zambullí entre la gente.
Me quitaban la tabla de la mano cuando se enteraban de qué se trataba. Otros ya lo sabían por lo que me llamaban de lejos para hacer que otros firmaran. Algunos, antes de firmar, miraban extrañados mi crucifijo por lo que aprovechaba para decirles que soy católica y que estaba encantada de estarlos apoyando. Ellos firmaban y sonreían.
Al mismo tiempo que caminaba iba reconociendo cada denominación que iba acompañada de sus líderes y con sus pancartas. De ahí fue que me encontré hacia el final con los católicos quienes ya casi todos habían firmado.
Vi muchos periodistas, personajes de la vida pública, pastores reconocidos y bastantes unidades móviles propiedad de los medios de comunicación.
Me parece que deben haber estado advertidos por el matiz que algunos quisieron darle días atrás a la intención de la marcha en cuanto que la criticaron dura e injustamente como la marcha del odio hacia las personas homosexuales.
Tal parece, por el desenvolvimiento de la misma, que ni de cerca anduvieron acertados en sus juicios.
Claro, cinco mil personas fue una “victoria” visto desde el mero punto de vista humano pero visto más allá fue una victoria espiritual ya que en este país nunca se había visto que cristianos con tan severas diferencias entre ellos se unieran bajo una causa común.
Sobre la tarima principal fue un hecho histórico el ver a diversos pastores evangélicos al lado de predicadores y obispos católicos.
No se puede explicar con palabras lo que allí sucedió pero el Señor hizo posible que, sin asco, dejáramos tantas diferencias de lado.
Toda la actividad fue, sencillamente, estupenda!