¡Ay, niña Maricruz! ¡Usted habla más que perdido cuando lo encuentran!
A ver. Ahora sí. De vuelta con un tema edificante.
Resulta que, para cuando Tamuga (es el apodo que le pusieron a mi mejor amigo Esteban en el seminario) llegó de trabajo pastoral a San Jerónimo yo tenía aproximadamente 35 años y estaba hecha una viejita. Me vestía como tal y me comportaba como si mi vida estuviera pre-destinada a vestir santos. Para mi, aquél estado de vida sería con el que moriría. Estaba resignada. ¡Cuanto han cambiado las cosas desde entonces!