InfoCatólica / Deo Omnis Gloria / Categoría: Celebrando la vida

30.10.18

La oración del ególatra redimido

Pocos parecen notarlo pero entre más egolatría, menos racionalidad, menos justicia y menos paz.
Quién podrá poner remedio?
Solo Dios que cambia el corazón humano.
Cómo lo hará?
Poniendo al ególatra a tomar responsabilidad por las consecuencias.

Dos caminos pondrá el Señor ante el ególatra: a. el camino del arrepentimiento o, b. el camino de su propia condena.

De acuerdo, habrá casos patológicos que serán eximidos de culpa por el hecho de la misma enfermedad, pero igual, la gracia tiene el poder de sanar hasta al mayor psicópata si es que buscara la salud de cuerpo y alma.

Yo misma tengo cercano a un narcisista que por cuidar su imagen de hombre de fe batalla contra la frustración y la ira, pide perdón, se enmienda, se confiesa, comulga, reza el rosario, frecuenta la santa misa y, poco a poco, aquél narcisismo que hacía tanto daño, la gracia lo ha moldeado como a un trampolín que, muy probablemente, lo llevará al cielo.

Así que, es cierto que el Señor puede cambiar el corazón de piedra por uno de carne. A un trastornado en un hombre que se conduce por la vida como quien conoce, ama y sirve a Dios.

De tal forma que, si nos ha tocado vivir en un mundo en el que, poco a poco, la filosofía y la antropología, moldeándonos como a perfectos ególatras, nos apartan de Dios, Dios –a pesar de nuestra rotunda miseria- se las ingenia para continuar salvando almas que buscan salvarse pese a sus graves defectos y enfermedades.

Mi propia vida serviría de ejemplo.

Pocos parecen notarlo pero, si, lo que sobreabunda es la egolatría la que, en muchísimos casos, raya en simple locura tal como la que resulta fácil observar en los gobernantes a todo nivel, en los clérigos de igual forma. Muchísimos andan como cabras locas: híper-excitados, confusos, aturdidos… contagiando de su desenfreno a quienes se lo permiten.

Saben? Viene a ser como meterse voluntariamente a uno de esos recintos para niños que contienen muchísimas pelotas de plástico sobre las que saltan, se hunden o sumergen, se lanzan, caen y del que, con mucha dificultad, tratan de levantarse para salir de allí.   

Cómo salen los niños? Híper-excitados, confundidos, aturdidos, frustrados, cansados, mareados; muchas veces llorando o con ganas de hacerlo. Por los resultados, claramente, es un juego absurdo al que muchos ven como lo más normal.

Más o menos así estamos hoy en día. Uno puede decidir meterse en el recinto o puede decidir no hacerlo. Un niño razonable no lo haría, por qué habría de hacerlo un adulto?

En fin… que, si eso que llaman “la vida real”, resulta ser una lucha de ególatras que batallan dentro de un ridículo cajón de pelotas plásticas, a los redimidos les quedan dos opciones: 1. Meterse, a sabiendas del resultado, o 2. Mirar desde fuera, orar, rezar muchísimos rosarios y, (¿por qué no?) sonreír a ratos.

“Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu [ ]
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame en tu espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti [ ]
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza”


Por eso digo que el salmo 50 viene a ser la oración del ególatra redimido.
Mi propia oración, dicho sea de paso.

 

21.10.18

Conviviendo con mi voz

Para cuando conocí a Stella me superaba en edad en más de una década.

Fue una alegría para mí conocerla por varias razones: tenía una gran sabiduría para las cosas de Dios pese a que desde hace años se había venido formando en la fe incluso con sacerdotes heterodoxos. Ella sabía distinguir la verdad donde estuviese y, además, conservar la caridad para todos sin dejar nunca de sacar a la luz el error. Un gran don del cielo le había sido dado.

Otra razón era que tenía muchísima experiencia en un apostolado al que dedicó buena parte de su vida como fue la dirección de un centro para la atención de ancianos. Muy buena razón también fue el que la tuve de condiscípulo los años en que estuve en la Universidad Católica de lo que cosechamos una linda amistad.

Yo le decía que me recordaba a mamá en lo que a Dios dedicaba alma, vida y corazón y también porque, su voz, me recordaba a una hermana de mamá.

Cuando mi tía hablaba y Stellita también, daba la impresión de que nunca le había faltado nada, que nunca había sufrido, que todo lo esperaba de alguien que la socorriera.

Cosa que no era cierto en absoluto pero, sucede que, cuando se tiene voz de niña mimada es sin querer y/o porque, muy probablemente, uno lo sea pero no en el sentido que juzgan los que son dados a juzgar por las apariencias.

Stellita, jamás podría no haber sufrido ya que fue esposa, madre y abuela y debido a que, en su apostolado, no solo debió haber sufrido sino porque ha de haber visto muy de cerca sufrir a los ancianos y a sus familias.

En fin, la cosa es que llegué a amarla entrañablemente por estas y muchas otras razones por lo que, para cuando su hija me informó que habia muerto, sentí una gran ausencia en el mundo de personas buenas. Ahorita mismo la echo en gran falta.

El caso es que también yo, lo confieso públicamente, tengo voz de niña mimada.

No lo supe sino hasta este año en que escuché un audio que grabé en el whatsapp para alguien.

Cielo bendito! Con razón le he caído mal a tantos desde niña. Ha sido parte de mi cruz sufrir rechazo de muchos con solo verme, escucharme, la primera vez. Nunca lo entendí pero ahora lo entiendo: mi voz, la forma en que modulo los sonidos, aunque no suena así en mi cabeza, es de niña mimada. Absolutamente.

Dice mi hermano que no lo hago todo el tiempo pero con una o dos veces que se me escuche hablando así, basta para que las personas duden de mí.

Quién me creería? Por amor a Dios. Nadie o muy pocos, quizá, solo aquellos que no vivan de las apariencias, tal como yo.

Esa es la razón por la que amé a Stellita casi desde el primer momento. 

No pude más que amarla dado que vi en ella sabiduría de Dios, amor al prójimo, servicio, abnegación por su familia. Tantas cosas bellas y buenas que vi en ella, ¡por favor! Cómo a nadie se le ocurriría privarse de una compañía tan llena de gracia solo porque su voz, de primera impresión, da una idea equivocada?

Ni loca me habría privado yo de Stellita. Yo no soy así, nunca lo he sido. Nunca he sido dada a juzgar a las personas sin conocerlas y mucho menos juzgarlas por su apariencia.

Claro, mientras no sea uno que con rotunda actitud y apariencia de asaltante se me pusiera por delante; aun así, como pasó el otro día que, uno con ese aspecto, pretendió acercárseme por detrás con alguna excusa mientras iba yo por una calle solitaria. Le dije en voz alta y enfadada: - “Haga el favor usted de no dar un paso más. No lo intente siquiera. Aléjese de mí. Siga su camino”

El hombre se detuvo en seco, abrió unos ojotes que daban risa, de seguido se echó una risa sarcástica y se alejó. Claro, con esa risa de malvado, me dejó claro que yo no me había equivocado.

En fin, todo esto para hacerles ver que, a sabiendas o no de nuestros defectos o lo que, para los demás parecen serlo, todos convivimos con algo que nos  hace sufrir.

Sufrir es parte de la vida y, digo yo que, si los santos pidieron a Dios sufrir, ha de ser por algo que vieron y que nosotros no; tal como vi cosas grandes en Stellita, a diferencia de la mayoría.

18.10.18

¡Qué loca vida la de la gracia!

Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, un día –sufriendo por algo muy poco razonable- me paré en seco ante mí misma para decirme que aquello era absurdo ya que, en principio, sufrir era natural en aquél caso pero de ninguna manera llevarlo al punto en que lo había llevado que era llorar día y noche.

Fue, como les digo, hace muchísimos años, cuando apenas salía de la adolescencia.

Como no soy filósofo, ni teólogo, ni nada que se le parezca, si no –nada más- una mujer casi de sesenta años, ahora ama de casa, casera de profesión, debería decir, no estoy en capacidad de explicar el por qué sufrimos, si no, nada más, compartir con ustedes algunas de mis experiencias por si les sirve de ayuda.

Mis entradas al blog, en realidad, son como esas partes de la clase de catecismo en las que narraba la manera en que aplicaba el conocimiento que iba adquiriendo sobre mi amado Dios y Señor, sobre María, los santos y la santa Iglesia.

De tal manera que, es muy escaso saber el que ustedes hallarán aquí; sin embargo, para quienes me lean de seguido, se los agradezco ya que, es muy poco lo puedo hacer por los demás por lo que, lo poquito que haga aquí, no solo  me hace sentir útil sino que con ello espero estar dando gloria a Dios.

Pues, bien, tiempo atrás, algún tiempo atrás, he venido  pensando hacer una serie titulada “Conviviendo con… (todo tipo de sufrimiento)” tal como el de mi “pata chueca” que les narré anteriormente.

Y, le llamo “sufrimiento” solo para llamar su atención ya que, aunque una serie de sucesos y personas me hacen sufrir, gustosa paso por todo eso ya que, al final diviso una luz la que, se me revele o no claramente, permanece resplandeciendo e iluminando todo al punto de que, no sé ni cómo conservo la paz, la alegría y la esperanza. Siempre.

No se cómo ni por qué, pero ahí está y ha de ser obra de la gracia la que, dicho sea de paso, no sé ni por qué se me da, si sigo siendo la misma tonta pecadora de siempre.

Al respecto me “hago la loca” ya que, si me pongo a pensarlo mucho, empiezo a sentirme culpable por ser regalada con dones del cielo y, si no, me empiezo a vanagloriar. Así es.

Como les digo, mejor ni mucho lo pienso ya que en un “tris”, empiezo a pecar como si este cuerpo bendito fuera una maquinita de pecados automáticos. 

Qué loca vida la de la gracia! Viéndose uno sufriendo, por lo que sea que se sufre y, encima, sabiéndose entrañablemente amado. Muy infinitamente amado tal como un potencial candidato al cielo. Muy, pero muy deseo, de vivir en gracia. 

Supongo yo que, muy avanzado por este camino iba el seminarista de Camerún que murió postrado mientras rezaba el rosario.   

A nivel humano, es una atrocidad lo que hicieron con ese muchacho pero, detrás del dolor que nos produce su muerte, hemos de reconocer que el martirio es un acto que crea una belleza inenarrable.

Quiera Dios permitirnos participar de tanta belleza!. 

El martirio no es un acto heroico de las propias fuerzas, sino “una gracia concedida a personas heridas por la belleza de Cristo, por la hermosura infinita de su rostro”.
Menéndez Ros

Deo omnis gloria!

16.10.18

Conviviendo con mi pata chueca

“Me uno a todos los santos del cielo, a todas las almas justas de la tierra, a todos los fieles que rezan el rosario en la presente hora. Me uno a ti, Jesús mío, para alabar dignamente a tu madre; a ella en Ti y a Ti por ella”

No es poco lo que invoca esta oración.

Sentada en mi sillita con ambas piernas en alto para descansar, diariamente la digo con tanto gusto como preparación para rezar el rosario. .

Saben? Es que, esta pata mía me duele hace muchísimos años y, aunque el descanso nocturno y el medicamento me alivian, sin embargo, para la hora en que me siento a rezar ya me está doliendo mucho de nuevo y, aunque fuera poco el dolor, también, para esa hora empiezo sentirme muy sola ya que sola vivo. 

Como, de seguro, al dolor de la soledad y de la pata, le tengo que sumar el dolor moral por lo propio y ajeno que haya traído el día así como el cansancio en general, pues, que no existe nada mejor que unirme gustosa a los santos del cielo, muchos de ellos, mártires, ¡mártires!, no como yo que solo me duele el alma y un poco la pata.

Unirme también a las almas justas de la tierra y a los fieles que rezan el rosario a esa hora… 

Unirme en Jesús a María y a la multitud que hace lo mismo que yo para que todo lo nuestro sea administrado por Ella para mayor gloria de Dios.

¡Qué tremenda unión! ¡Qué tremenda obra de la gracia!
¡Tan grande es estar unidos al sufrimiento redentor de Cristo!

Como les digo, muy bien resulta que se me haya dado ese dolor; me queda perfecto, como guante, como anillo al dedo, tal como si –de antemano- el Señor hubiera sabido (porque no lo sabía) lo que haría yo con ese dolor.

Y cuanta falta hace, ¡cielos!, ¡cuán necesaria es esta unión! ¡Cuán necesaria es siempre!

Para mí, que sufro, es necesaria porque da sentido al sufrimiento; es también necesaria para quien, además del propio dolor, sufre por el dolor ajeno pero, sobre todo, para quien no sabe qué hacer con el propio sufrimiento, tal como cuando lo padece por haber sido abandonado, traicionado, tratado injustamente y, para peores males, cuando no acepta que sufre, que necesita de Dios y de cuanta ayuda que María y muchas almas generosas en el cielo y en la tierra le quieran regalar.


En fin, ya ustedes saben cuánto dolor y sufrimiento existe y saben también lo que se puede hacer: convivir con la pata chueca que cada uno pudiera tener.

17.08.18

Así es como vivía la Virgen

Mis hermanos y yo tenemos tierra con la que, por el momento, no podemos hacer mucho más que cuidarla un poco o prestarla para cultivar. 
Digo “prestarla” porque, quienes la piden, ¡vaya!, no son -por lo regular- personas adineradas, más bien, son personas muy necesitadas.
Sin mucho pensarlo, la he prestado con la condición de que, quien la haga rendir fruto, mantenga limpio el terreno, seguro ante la invasión de alimañas y malhechores pero, además, que me reporte alguna lechuga o ayotito, aunque sea de vez en cuando.
No puedo pensar en obtener mayor ganancia.
Con este pensamiento es que, hace unos meses, presté un terreno al lado de la ventana desde donde escribo. 
Tener a Francisco, un buen hombre que no goza de buena salud, trabajando de sol a sol limpiando el terreno, arándolo, sembrando y cosechando tanto cuando viene solo, cuando trae a su esposita y adorables hijitos de día de campo o como cuando viene con sus amigos, todos hombres pensionados, que llegan a trabajar y tomar sopa (preparan unas sopas deliciosas a las que me convidan) ha sido para mi escuela de sencillez, humildad y deber cumplido. 
Los miro y, en seguida, pienso en Dios y, por supuesto, se me colma el alma. 
Francisco llega y se va con una sonrisa en la boca.
Ayer me contó que ha montado una verdulería en su casa. Le ha de estar yendo bien ya que, casi a diario, viene a cosechar lo sembrado y no se va sin dejarme alguna verdura en el marco de la ventana. 

Llega y se va contento y, así estoy yo.

“Este conocimiento de la acción divina en todo lo que pasa en cada momento es la sabiduría más sutil que en esta vida puede tenerse de las cosas de Dios. Es una revelación continua, es un diálogo con Dios que se renueva incesantemente, es gozar del Esposo no en lo oculto, a escondidas, en la bodega o en la viña, sino al descubierto y en público, sin miedo a nadie. Es un océano de paz, gozo, amor y de conformidad con un Dios visto, conocido o, mejor aún, creído, viviendo y operando siempre lo más perfecto, en cuanto se presenta en todos los instantes. Es el paraíso eterno que, verdaderamente, se hace presente en las cosas pequeñas, cubiertas de tinieblas. Pero el Espíritu de Dios, que en esta vida compone secretamente todos estos fragmentos con su acción continua y fecunda, dirá en el día de la muerte: «hágase la luz» [Gén 1,3], y se verán entonces los tesoros que encerraba la fe en ese abismo de paz y de conformidad con Dios, que se encuentra a cada momento en todo lo que hay que sufrir o hacer.

Cuando Dios quiere darse al alma de este modo, todo lo común se hace extraordinario, y por serlo verdaderamente, no lo parece. Y es que este camino es por sí mismo extraordinario, y por eso mismo no es necesario adornarlo con maravillas prestadas. Es un milagro, una revelación y un gozo permanente, con algunas pequeñas imperfecciones. Su condición propia, sin embargo, no es poseer apariencias sensibles y maravillosas, sino hacer maravillosas todas las cosas comunes y sensibles. Así es como vivía la Virgen
Jean Pierre de Caussade, SJ de su libro “El abandono en la divina providencia”.