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23.12.19

Whatsapp, mi párroco y yo (IV) La Suprema Bondad

Tanta cosa que se nos ha venido encima que podría opacar la Navidad pero, no; no sucede.

No solo nos ha caído la gravísima y muy dolorosa firma de la norma terapéutica para el aborto sino que, mi párroco cayó gravemente enfermo justo del 8 de diciembre, día en que celebra su aniversario de ordenación sacerdotal. Tan grave fue que los médicos no daban mucha esperanza; sin embargo, sobrevivió.

Como muestra de gratitud por un librito que le regalé durante su convalecencia (es loco por los libros), me hizo llegar por WhatsApp un audio con el que he quedado conmovida ya que, no solo agradece el libro sino que me informa sobre el estado de salud a la vez que comparte un poquito de su dolor y temor pero también sobre su confianza y esperanza.

Le respondí de esta manera:

“Padre, me conmueven sus palabras ya que me confirman que no estoy equivocada cuando digo que usted es un sacerdote que nos enseña a ser realmente católicos.

Ayer que estuve en la misa con la que el padre Guido Villalobos [uno de mis párrocos] celebraba tantas cosas como las que usted celebraba al momento de caer enfermo. 

Tuve que llorar pero fue porque no me cabía en el cuerpo la gratitud hacia Dios por la certeza de que he conocido a dos sacerdotes que son auténticos discípulos, tanto como lo pudieron haber sido Pedro, Santiago, Juan o cualquiera de sus sucesores. En ustedes veo la línea directa con las palabras y acciones de Nuestro Señor que me llegan como de su propia boca y manos.

Sí, Dios los ha elegido y lo ha hecho bien al llamarlos por su nombre.

Sufrir? Sí, que grandes sufrimientos han pasado!. Sabe usted que padre Guido estuvo también en un hilito de vida hace algunos años? Sufrir? Sí, pero “¿Por qué debemos sufrir? -se preguntaba Santa Bernardette quien, de seguido, decía: “Porque aquí abajo el amor puro no puede existir sin sufrimiento

 Así que, en ustedes compruebo que no solo han sido elegidos como sacerdotes el Rey de Reyes sino para probar el amor de su propia fuente, como quien dice, en su propia carne y sangre; es por eso que la santa terminó diciendo: “Oh Jesús, Jesús ya no siento mi cruz cuando pienso en la tuya".

Con mis palabras lo diría así: “ya no siento mi cruz porque me tienes en la tuya y es con tu poder y majestad que mi cuerpo sirvw para que, generación tras generación, cantemos glorias y alabanzas a nuestro Dios”

De esta manera el Señor le concede probar el amor puro que, con sus palabras y acciones, usted no da a conocer.

No tema, padre, Nuestra Señora nos tiene “en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos”  aun cuando estamos en agonía pendiendo de la Cruz”


Para Navidad el mal que Dios ha permitido nos sobrevenga podría habernos robado la alegría, la confianza y la esperanza, pero no, “cuánto más intenso ha sido su poder mayor ha sido el de la Suprema Bondad” [1] algo así dijo hace tiempo Monseñor Fulton Sheen

La Suprema Bondad que vino a nosotros siendo un niño.

Bajo el calor y abrazo de tan suprema y reconfortante certeza que nos da Dios es que, ahora si que vale la pena llenarse la boca deseando a todos ¡Feliz Navidad!

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[1] “Cuanto más intenso es el mal, mayor es el temor a la bondad. Es por eso que la Suprema Bondad está clavada en una cruz” Mons. Fulton Sheen

21.10.19

Whatsapp, mi párroco y yo (III)

Nueva entrega de un mensaje que le he dejado hace unos minutos a mi querido párroco por quien no dejo de dar gracias a Dios y no sacaré nunca de mis intenciones del rosario. 
Dios lo guarde porque, desde mi forma de ver la situación de mi país, es un sacerdote de quien se puede uno fiar lo quiere guiar al cielo. 
 
“Hola
 
Meditando en su homilía recordé que mamá, el domingo antes del jueves que murió, sin razón alguna, pidió permiso al padre para decir unas palabras al finalizar la misa. Liliam Marín la escuchó y fue la primera que, al enterarse de la súbita muerte de mamá, llegó a mi casa diciendo que ella se había despedido ese domingo. 
 
Qué fue lo que dijo? No hizo otra cosa sino dar gracias a Dios por haberla traido a vivir a este lugar donde encontró a tanta gente tan buena, asidua a la oración y fáciles a la caridad. 
Mamá era un católico comprometido, de esos como doña Ana. 
 
De mamá fue que aprendí a ver en los vecinos la gracia que Dios les regala y que, pese a sus defectos y carencias, los hace ser personas de oración y fáciles a la caridad. 

Por ejemplo, uno no los ve yendo a orar al templo a esas sesiones de oración largas y algo bulliciosas pero los ve reunirse en los velorios, en las misas de requiem, en las novenas y aniversarios. 

Hay que ver el montón de señoras, señores y algunos jóvenes que se reunen a rezar por los difuntos y el seguimiento que dan a los enfermitos y luego a los deudos. No se si los ha visto salir en carrera a ayudar cuando alguno sufre alguna tragedia. Se pasan yendo a sus casas, pendientes de cualquier cosa que necesiten. 
 
Yo no lo vivo en carne propia porque a mi nadie me invita a nada ni me comunican rezos ni velorios ni nada, me tiene al margen pero ya lo acepté;  pero igual me entero de todo lo que hacen por los demás y de cuánto rezan u oran. 

Uno se da cuenta que oran mucho cuando habla con cada uno sobre ese tema. Yo lo hago porque es algo que de lo que me gusta hablar ya que soy un poco rara. 
 
Si, padre, es como se lo digo. 
 
También es como le digo que tengo 40 años de escuchar a los párrocos quejarse de nuestra forma de ser y a muy pocos o ninguno, hacer como mamá, es decir, reconocer la gracia que nos regala Dios pese a nuestros defectos y carencias, solo porque nos ama y nos ve ávidos de amar al prójimo. . 
 
Mucha gente muy santa tiene usted en su parroquia, padre. 
Demos gracias a Dios".
 
 
 

21.08.19

Allá en el fondo del sufrimiento... ¿es o no es, así?

Hablando por correo con un apreciado sacerdote, le he hecho la siguiente pregunta:  

“Fíjese, padre, una cosa que pensé el otro día. Pensé que, me parece, que allá -en el fondo del sufrimiento- donde uno, finalmente sufre, y sufre, y sufre sin ver que nada ni nadie puede ayudar o rescatarle; allí donde uno -aparentemente solo- no tiene otra opción que dar gracias a Dios, rendido, alabarle y glorificarle continuamente y con todas las fuerzas que le quedan. Allí, en ese lugar vacío, donde parece que no hay nada más que tu alma. Allí, uno, como que escucha el mandato de ser feliz. Y sale de ahí, siéndolo y ya parece que nunca se le quita. Es o no es así?”

La verdad, le hice la pregunta más que por la respuesta para darle aviso de que voy por buen camino y alegrarle. Saben? A ese sacerdote, pienso, le debe dar mucha felicidad escuchar estas cosas. Digo, les debe dar alegría saber que hay almas que siguen a Dios, lo aman, adoran y glorifican en todo momento. Cierto? Es que, para qué más se haría uno sacerdote y perseveraría en el servicio de Dios?

Eso, pienso, viene a ser como un toque de gloria del tipo que habla Bruno Moreno en su último post y del que le compartí como comentario cuando le conté que en mi parroquia sucede lo mismo pero, además, cosas como la que observé apenas hace unos días cuando la viejecita más vieja, gran servidora que ha adornado el presbiterio desde hace 20 años y  llevado la Santa Comunión a los enfermos durante 40,  ha empezado a comulgar de rodillas.

No realmente extrañada (en ella era algo de esperar) sino por mera curiosidad, este domingo le pregunté: “¡Diay, Doña Ana! ¿Qué fue eso? ¡Usted comulgado de rodillas! ¿Qué se le metió?” 

Lo pregunté de ese modo porque somos amigas y porque muchas veces hemos conversado sobre la necesidad de hacerlo aunque ella nunca quiso profundizar debido a que respeta mucho lo que ordenan los sacerdotes y como ellos nunca ordenan, piden o sugieren comulgar de esa forma, ella, poco o nada habla de cosas que, aparentemente, suenan a desobediencia o rebeldía.

El caso es que me respondió: “Mire, lo hago como acción de gracias por tantos años que el Señor me ha permitido servirle en los enfermos. Como acción de gracias. Solo por eso y no para que me vean” (Se ve que ha luchado con este asunto).

“¡Acción de gracias!” Haría falta alguna otra cosa para tirarse al suelo aun teniendo las coyunturas oxidadas, los huesos viejos y cansados? Nada. Nada más hace falta más que un corazón agradecido que alegre, reboza de gozo y paz. 

Tal como a Doña Ana, a muchos les toma años decidirse pero a la “santita", como con cariño le decía mamá hablando de ella entre nosotras, al fin le llegó el momento.  

Este fue mi toque de gloria que en el fondo, allá muy en el fondo del sufrimiento que sufro, lo escucho como aquél mandato de ser feliz. 

Sí, esos pequeños toques de gloria, me mandan ser feliz.

¿Es o no es, así?

14.02.19

La alegría de sufrir por lo que sabemos solo puede ser cosa de Dios

Cuando sea retirado el poder de los milagros, la gracia de las curaciones, de la profecía y disminuya la abstinencia; cuando callen las enseñanzas doctrinales y cesen los prodigios… “será la ocasión propicia para realizar un maravilloso discernimiento. En ese estado humillado de la Iglesia [y del ser humano] crecerá la recompensa de los buenos, que se aferrarán a ella [a Cristo] únicamente con miras a los bienes celestiales [ ]“ San Gregorio Magno (540-604 d.C)

“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Filipenses 4)

Pregonar alegría en medio de cruenta lucha parecerá estupidez o, por lo mínimo, un sin-sentido pero no lo es en cuanto que, con cada herida, muere el hombre viejo por lo que el hombre nuevo es capacitado para alegrarse por la victoria del Señor sobre su persona y sobre el mundo.  

Cierto, en los últimos años hemos visto caer a muchos de quienes conservamos la certeza de que guerrearon como hombres y mujeres de Dios. Me refiero a algunos teólogos, varios de los cardenales que presentaron la dubia y a cristianos perseguidos pero también amigos y gente muy cercana que, por cosa de Dios, murió guerreando para Dios.
Muchos de nosotros, en este momento, podríamos estar siendo pasados por altas temperaturas o cocidos a fuego lento.  
Si, las circunstancias son abrumadoras pero no se debe dejar pasar por el alto el hecho que el hombre viejo, por ser finito, muere a manos de asuntos temporales solo para que el hombre nuevo, hecho para la vida sobrenatural, se levante capacitado por la gracia para, desde ahora, degustar de los bienes celestiales.

Sí, ese que -por ejemplo- recibe fortaleza para la batalla contra la enfermedad propia o de un ser querido es el hombre nuevo quien, mientras lucha, sufre y de a poco muere, es transformado por la recepción de la Eucaristía en otro Cristo; tan semejante a la segunda persona de la Trinidad que a la vez que comprende que su fin se aproxima es capaz de alegrarse, reír y bromear con su madre, parientes y amigos.
No recuerdo si existe registro de un Pablo de Tarso alegre pero, bien que sabía el santo de estas cosas y bien que lo sabían los santos, muchos de los que, como santa Teresita, pedían a Dios sufrir; cosa que, cuando lo supe, me hizo estremecer ya que no se sufrir de tanto miedo que le tengo; es decir, sufro de solo pensar que sufriré y cuando sufro, sufro el doble, por sufro por verme sufrir pero, además, sufro el sufrimiento de cualquier cosa que me hace sufrir. Soy una calamidad sufriendo. Nadie podría ponerme como ejemplo de “fortaleza", a decir verdad. 
La menos adecuada para hablar de sufrir soy yo pero me ha puesto Dios en Infocatólica y ha de ser quizá, solo para que refresque en tu memoria la certeza de que es el hombre nuevo quien, verdadera y realmente, mira a Dios.
El dolor, la sangre, el sudor y el llanto podrían no dejártelo ver claramente pero, en verdad, lo estás mirando y lo mirarás más frecuentemente y mejor; y lo mirarás plena y perfectamente más adelante con lo que tu gozo será eterno e inefable.
Por eso, aunque ahora mismo “camines por valle de sombra de muerte” (Sal 23), no temas ni te inquietes “por cosa alguna [no por la enfermedad ni la muerte, no por el dolor, no por la ruina financiera, no por la devastación moral, no por el sufrimiento propio o ajeno]; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones [por todos y también por ti], mediante la oración y la súplica [suplica, gime, implora, grita porque serás escuchado], acompañadas de la acción de gracias [mucha, mucha gratitud se desprenda de tus labios a toda hora] Y la paz de Dios [porque habrá paz instalada en tu alma como aire en tus pulmones], que supera todo conocimiento [cierto, será incomprensible], custodiará [bajo cualquier circunstancia] vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4)

Algunos han muerto, otros morirán pero nos habrán hecho testigos de la capacidad que Dios confiere al hombre nuevo: la alegría de sufrir por lo que sabemos solo puede ser cosa de Dios.

8.12.18

Yo si quiero vivir con María en Nazareth

Mamá contaba que a la abuela Merceditas, su madre, las señoras le encargaban la crianza de sus hijas. Mamá nos contaba que abuela las recibía y las presentaba como hermanitas.

Una vez llegó a vivir con ellas “una muy pequeña y bien feita”, decía mamá. La tomaron con cariño, le desenmarañaron el pelito, la metieron en un palanga para bañarla bien y quitarle los piojos. “Quedó hecha un primor” nos contaba mamá. “Abuela, hasta le puso uno de esos lazos enormes que hacía para mi tan bonitos”, narraba enternecida.

Mamá, aun cuando éramos grandes nos contaba estas cosas y se emocionaba como una chiquilla. 

De hecho, solo conocía la historia por vía oral pero hace poco la conocí de manera gráfica cuando una de mis primas me hizo llegar una foto en la que, un poco mayores, aparecen las niñas en el día de su Primera Comunión junto a abuelita Merce y mamá. 

En la carita se les ve lo complacidas que estaban. 

Qué bendición tan grande para todas!

(Ya vieron a la “feíta"? Si, esa misma, la más pequeña, jeje)

Abuela las alimentaba, las vestía y educaba. Les enseñaba a coser y tejer tal como a mamá y las dejaba ir para cuando estaban listas para casarse. Todas aprendieron a cocinar al lado de mi abuela. Probar la comida de Estercita, quien sigue viva, es comer la comida de abuelita. 

Conocí a tres o cinco siendo niña porque la visitaban en nuestra casa o nosotros las visitábamos. Mujeres buenas y agradecidas. 

Pues, bien, hoy es la Solemnidad de la Inmaculada Concepción y estoy muy contenta porque renovaré mi consagración.

“La consagración es comparada con una alianza” decía la Madre Teresa de Calcuta. “Dar tu palabra es darte a ti mismo” y por eso, “de acuerdo con la Biblia, una alianza, te hace miembro de la familia. Imagínate viviendo en Nazareth con María”.

Pues, lo que digo, para imaginarlo basta con preguntarse cómo habrá sido para las hermanitas de mamá ser recibidas como hijas en la casa de la abuela.

Lo puedes imaginar? No te da un vuelco el corazón igual que a mí lo que pudo haber sido para ellas? Lo que podría ser para ti de vivir con María en Nazareth?

De qué hablarían las pequeñas con abuela? De qué hablarías con María de ser tú?
Cómo hablarías con Jesús, su hijo? Cómo le hablarían a mi mamá, su hermana mayor?

Puedes imaginar cuánto habrá cambiado su forma de conducirse y sus pensamientos por tan solo el trato con una madre solícita, firme y cariñosa como mi abuela y una hermana mayor como debe haber sido mi madre?

No te da un vuelco el corazón de imaginar cuánto cambiarías siendo que María te recibiera en su casa?

Si puedes imaginártelo, magnífico, pero si desearas vivirlo, mucho mejor.

Yo, sí, yo sí quiero vivir en Nazareth con María.

Quiero ser la nueva hermanita de mi Señor Jesús y conocer muy bien a san José a quien, de lejos, he admirado y por quien tengo tanto respeto.
Yo si quiero.
Se lo diré hoy en misa a la Virgencita.

Mejor se lo digo ya! Que no me aguanto!. 
Y que nos tomen una fotito como esa de mi abuelita con mamá y sus hermanitas.

 

Madre del Redentor.

Virgen fecunda.

Puerta del cielo siempre abierta.

Estrella del mar.

Mira al pueblo que tropieza y se quiere levantar.

Ante el estupor de cielo y tierra engendraste a tu santo Creador
y permaneces siempre Virgen.

Recibe el saludo del ángel Gabriel
y, ten piedad, de nosotros pecadores.