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7.05.23

Amar mucho a Cristo

“El que no arde de amor por la Iglesia que no piense que ama mucho a Cristo”
Catalina de Siena

 

Cuando llegamos a este lugar, poco después llegó doña Ana con su esposo y familia. Llegó viéndose, justamente, como ahora se ve: viejita. Mi hermano y yo lo mencionábamos el otro día: doña Ana se ve la misma desde que la conocimos, solo que ahora tiene 80 años.


Cuando mamá se refería a ella hablando entre nosotros, la llamaba “la santita” porque toda ella siempre ha dado la impresión de caminar entre nubes, muy cerca de Dios, pero también de la gente, porque se ve que los quiere: ha sido ministro de la comunión todo este tiempo y me parece que más, desde antes de venir aquí.

Aparte de realizar su apostolado diligentemente, con prudencia y mucho amor por Cristo y los enfermitos, por décadas fue la encargada de las flores en el templo. Más de una vez la llevé a comprarlas o la traje a casa para que cortara del jardín lo que necesitaba.

De misa diaria, de flores y de rosario, de Hora Santa, de Legión de María, de su familia y esposo, de la Eucaristía, de sus semejantes; en fin, mamá no se equivocaba al llamarla con cariño de esa manera.

Y ella lo hacía todo con total sencillez y humildad, con verdadera humildad y, aunque tenía sus fallos, eran tan de poca importancia que mejor ni pensar en ello.

En más de una ocasión la recogí en la parada de bus frente a su casa porque se la veía esperando el transporte para ir a sus diligencias que hacía para el Señor. Caminando o en bus, con frío o calor, se la veía en lo suyo, caminando tranquila, en silencio, tras las cosas de Dios.

El caso es que su esposo ha caído muy enfermo y me he enterado cuando me los encontré en las afueras del templo de los Heraldos del Evangelio que hace poco han llegado a vivir frente a su casa.

Cuando me contó lo duro que ha sido tener a su esposo enfermo caí en la cuenta de que, por lo mismo, habría tenido que dejar los asuntos de Jesús en segundo plano. Lo que debe haber sido dolorosísimo; sin embargo, me pareció milagroso que, viendo Jesús que por amor había tenido que privarse, se hubiese ido a vivir frente de doña Ana, así, como si cualquier cosa. 

Así se lo hice ver y fue cuando me dijo que no pensara que no se había dado cuenta. Dijo que en cuanto lo supo, lloró, y que ha llorado mucho desde entonces. Dijo, además, que -en cuanto vio que la hermosa propiedad se puso en venta- le pidió a Dios que la comprara una congregación religiosa. 

Lloró más todavía cuando, efectivamente, sucedió. Ahora podrá cuidar de su esposito y tener el Señor cerquita para lo que se ofrezca.

Con su gracia, Dios pone en nuestro ser el deseo de aquello conveniente a su proyecto; por eso nos parece que nos escucha, pero -más bien- es que, primero, nos dio el deseo de aquél bien.

Cuando -por gracia- pedimos lo que conviene, Dios lo realiza; por ejemplo, doña Ana pidió una congregación frente a su casa, yo pido muchos santos sacerdotes; se que me los dará.

De modo que, nunca dudemos de que será efectiva la oración que hagamos pidiendo a Dios lo que sabemos sirve a su mayor gloria y santificación nuestra. Mientras nuestra oración reúna esas condiciones, veremos milagros, tal como doña Ana (y yo).

 

Jesús, dame amarte más cada día
Amen

23.07.22

Correspondencia (II)

Querido padre:

Hoy es viernes y hace una tarde lluviosa de encanto. Le escribo desde mi escritorio desde donde veo la lluvia y la escucho caer. 

Del libro sobre la humildad [1] que estoy leyendo llamó mi atención que tenemos pecados de soberbia que desconocemos y que, por su causa, no estamos en condición de recibir las gracias que Dios nos daría si no los tuviéramos; de tal forma que, el autor presenta con urgencia el asunto de suplicar a Dios para que nos descubra dichos pecados.

¡Dios mío, Dios mío, que no me domine la injusticia (Sal 118)!
No permitas que me domine la soberbia, que es la suma de todas las injusticias.
Límpiame de lo que se me oculta (Sal 18).
Purifícame de los pecados de soberbia que yo mismo no conozco y así no tendré mancha (Sal 18)

Supongo que una gracia relacionada con la humildad es el deseo de ser corregido al ser hallado en pecado que uno mismo desconoce. No se si el autor lo menciona pero lo menciono yo ya que, siempre he tenido ese deseo. No hace falta que mencione la gran ventaja que es para la salud de cuerpo y alma no solo desear sino, no temer la corrección.

Corrección fraterna, la única verdadera, la que se hace por amor pero, igual, si quien corrige lo hace movido por sus propios pecados, se recibe también ya que ser corregido de esa forma también es una gracia que contribuye a la humildad.

Ahora bien, vengo a tocar el asunto de los pecados ocultos porque, si bien reconozco sin problema que debo tener un montón, no se muy bien qué hacer cuando los veo en otros, sobre todo cuando esa persona tiene responsabilidad de transmitir asuntos de fe y la moral.

Es sumamente difícil saber qué hacer y por eso, lo que -en principio- prefiero es orar por la persona aunque, la “espinita no me deja” y de ahí sospecho que, la dichosa espinita podría ser “ese pecadito de soberbia” que no quiero ver.

En fin, que si fuera así, el Señor me lo descubra y que, si no, me ayude a actuar conforme a su Voluntad. Sobre todo si ello implica nada más guardar silencio, hacer penitencia y orar.

En ese sentido, el otro día en el autobús, la querida Yaya, la tia-abuela de mi sobrino mayor me dejó muy bien aleccionada. Deo omnis gloria!

Cada vez que recuerdo lo que me dijo, que no lo recuerdo todo ni podré transmitirlo tal cual, quedo asombrada ante la forma poco habitual en que el Señor nos dice lo que necesitamos escuchar.

Infinidad de razones tengo para el afecto entrañable que guardo hacia Yaya y su querida familia pero en esta ocasión en que -entre otros- íbamos recordando su aparatosa caída en un tremendo agujero que había en la calle, la subsecuente cirugía y rehabilitación, lo prolongado y difícil que fue cuidar a su mamá durante tantos años, la vida dura que tuvieron de pequeños, lo impenetrablemente doloroso que es tener a su cuñada en gravísimo estado de salud. En fin, Yaya conmigo, recapitulábamos sobre el sufrimiento y el dolor que se supera solo con ayuda de Dios pero, sobre todo, reconocíamos una en la otra y cada una respectivamente, las gracias recibidas. Así nos despedimos ese día. Fueron las últimas palabras.

Ahora bien, volviendo a la gracia que no se recibe por los pecados ocultos, me pregunto cómo será que Yaya, el día que le toque, se tomará lo de la “sinodalidad”; esa vez o alguna en que alguno consiguiera comprenderlo y se atreviera a mostrarle la finalidad y lo que de ella se espera?

Supongo que habrá alguno a quien le tocará hacerlo.

Aunque, a decir verdad, me parece que como Mireya, nuestra Yaya, es de la periferia ha de estar más que entrenada por el Espíritu Santo en asuntos sinodales y todo tipo de cuestiones y que, por eso, para cualquier otra cosa de la fe le basta el trabajo diario, su misa y sus oraciones.

El Señor tenga piedad y nos deje tan claro como el agua lo que pasa por nuestra cabeza nos enturbia el alma ya que, solo así, sabremos que estamos tras sus pasos y no solo, caminando en círculos, tras de nuestro rabo.

Amen

-o-

Padrecito, por favor, pónganos a Yaya y a mi, en sus oraciones.
Recibo su bendición. 

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[1] La humildad del corazón, FRAY CAYETANO MARÍA DE BÉRGAMO, Editorial Vita Brevis, 2022

16.07.22

Correspondencia (I)

Hola, padre!

Espero se encuentre bien.

El otro día llegué a la conclusión de que, siempre que Dios me ha quitado algo que me gusta o con lo que suponía le estaba sirviendo, ha sido porque el ser humano que tuvo pensado para mí no se me revelaría en ese gusto o servicio sino en, precisamente, al carecer del mismo.  

En Job se aprecia perfectamente lo que estoy diciendo ya que fue hombre justo antes de la desgracia pero fue mucho mejor, después.

Durante sus padecimientos tuvo mucho tiempo para buscarles sentido, volcándose a lo interno.

Del resultado, me parece que Dios no prefiere tanto a la persona satisfecha si no la sufrida que encuentra su plenitud en el.

Esa es la persona que quisiera ser.

Y es que, el vacío que queda cuando Dios nos quita algo que nos gusta y en lo que pensábamos estarlo honrando, tarde o temprano tenemos que entender que es un vacío que solo El puede llenar. Ese espacio está hecho a su medida. Somos ese espacio.

Mientras haya algo propio, por mínimo que sea, ocupándonos, no nos podrá colmar.

A quien Dios ama le pide el desasimiento total que podría llegar a ser de muy intensos sufrimiento y dolor a los que, naturalmente tememos. El desasimiento pasa por la humillación.  

“Existen algunos que son humillados por las burlas humanas y, sin embargo, no son escuchados por el cielo. Pues cuando la burla es motivada por una falta, no se deriva ningún mérito por la burla” [1]

Nos escuche el cielo para que, cuando seamos humillados sea por la sencillez antes que por una falta.

Y que, de ser por una falta, se compadezca el Señor y nos la haga ver. 

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[1] De los Comentarios morales sobre Job, de San Gregorio Magno, papa. Testigo interior

12.06.22

"Querido Chocoleta"

“Para que el futuro no sea un tiempo de desolación, sino de construcción y de esperanza”

Por leída esta frase comprendí que había sonado el largo tiempo esperado clic que serviría para decidirme a escribir (o no) sobre algún tema que me interesara.

El autor de la frase, tal como yo, fue invitado a escribir en un diario y de cierta forma que le despertaba temor; por esa razón (lo mismo que yo) lo postergó hasta no escuchar el clic

Que por haberlo escuchado, heme aquí, para mayor gloria de Dios.

Este encabezado estará presente en las publicaciones que haré en este estilo.
Tendrán solo fecha y estará dirigido a un personaje ficticio o no a quien mencionaré con su “querido apodo o nombre” al final.

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11.06.2022

No tenía idea de mi cuando te conocí así que, en una que va y otra que viene, sobre todo porque me lo había buscado, fuiste irrespetuoso y te pagué con crueldad.

Eras apenas un niño comparado con esta personita que recién estrenaba sus veinte años. 

Aquella era una buena edad para haber aprendido algunas cosas pero no, no había aprendido casi nada ni contaba con la inteligencia y tacto para hacer frente a la situación.

Desde aquel día dejamos de cruzar palabra. 

En retrospectiva, no se cuánto afecto hubo entre nosotros pero me parece que fue suficiente. De mi parte, suficiente como para no acercarme y, de tu parte, para  hacerlo.

Treinta años he tenido para entrenarme en el hábito de que, cuando te veía a lo lejos, disimular no haberte visto; no solo por pudor sino por vergüenza.

Hoy te vi caminando muy decidido en dirección a mi. 

“Cielo, bendito! Aquí viene después de tantos años! Qué tendrá para decir?”, pensé.

No recuerdo las palabras precisas pero como dicen los que saben que no aprendemos por lo que nos dicen sino por lo que nos hacen sentir. Debo decirte que fuiste un maestro y conservo un recuedo de bienestar. 

Tenías mucho que decir de tal forma que, con alguna dificultad, sostuve tu mirada hasta que diste por concluido el discurso. . 

Me di cuenta de inmediato que habías llegado a ser un señor inteligente de corazón sincero. De esos que tanto agradan. 

Caray! Fue espectacular escuchar cuanto habías reflexionado y la conclusión a la que llegaste por lo que, fue apoteósico, cuando arribaste a la parte donde me pediste perdón. 

Me pregunto ahora, durante cuántos años te habrás preparado? Cuántas veces me habrás visto por la calle e indeciso pasaste a mi lado, arrepentido y avergonzado, al igual que yo? Cuánto habrás tenido que examinarte y cuánto habrás tenido que corregir para llegar a este día? Estoy segura que no fue tanto por la cantidad de años sino por lo que tuvo que haber sido llorado y enmendado.

Quién en el mundo se toma el tiempo para elaborar un discurso con el que pedir perdón a una persona con la fue irrespetuoso cuando tenía 14 años?

En algún punto hablaste de Dios, dijiste haberte encontrado con El; debe haber sucedido ya que, no es común una historia como la nuestra; me corrijo, más bien, como la tuya de la que nunca sabremos cuándo y cómo fue que reanudó la vida tu corazón de carne; o de chocolate, debería decir. (Quién te habrá puesto así?)

Querido Chocoleta (*):

Aquel día acepté tus disculpas y te perdoné. Me disculpé y pedí perdón también ya que, durante tantos años, no fui capaz de sonreírte cuando pasabas a mi lado, tal como -de ahora en adelante- podré hacer.
Gracias. 

 

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(*) Chocoleta es un helado de vainilla con cubierta de chocolate.

24.07.21