La oscuridad de Phillip Pullman
Los tres volúmenes de la trilogía La materia oscura.
“Ay de aquellos que llaman al mal ‘bueno’ y al bien ‘malo’….”
Isaías 5, 20“El mismo Satanás se disfraza de ángel de luz”.
Corintios, 11, 14
La “ansiedad de la influencia” es un término acuñado por el conocido crítico literario Harold Bloom. Bloom define este concepto como la angustia que sufren los autores noveles ante las grandes obras literarias y los problemas que enfrentan al intentar sobreponerse a ese sentimiento. En suma, se trataría de la clásica problemática del “estar a la altura” trasladada al ámbito artístico; de hecho, Bloom relaciona ese estado con el freudiano complejo de Edipo. Creo que en este caso el crítico estadounidense acierta en su diagnóstico: a lo largo de toda la historia de la literatura (probablemente podría extrapolarse esta teoría a cualquier expresión artística), puede observarse una influencia ––casi siempre perniciosa–– del maestro o del precursor sobre sus seguidores (sean estos voluntarios o no). La ansiedad que ese fenómeno produce puede enfrentarse de tres maneras: bien oponiéndose a esa obra precedente y magistral, bien tratando desesperadamente de escapar de su influencia o bien siguiéndola (alargándola o desarrollando secuelas). No obstante la intención secreta y no confesada de unos y otros es siempre la misma: superar al original.
Pues bien, tanto J. R. R. Tolkien como C. S. Lewis produjeron un tipo de obra primigenia que conformó el concepto mismo de fantasía épica y mística, y que por su propia originalidad trajo consigo imitadores y afectados que quisieron ––o no pudieron evitar–– seguir su estela, aquejados todos ellos, sin excepción, de la mencionada ansiedad.
El número de obras que deben tributo a uno u otro son legión. No obstante, Tolkien tiene en el ciclo de La espada de Shannara (1977-2005) de Terry Brooks y en el de Las crónicas de Thomas Covenat (1977-1983) de Stephen Donaldson, las obras en las que se percibe más claramente su influencia. Lewis, por su parte, tiene en Lev Grossman y su serie Los magos (2009-14), o en la de El País Secreto (1985-89) de Pamela Dean, o incluso en Stardust (1997) de Neil Gaiman, sus más destacados influjos.
Sin embargo, no voy a hablar aquí de los resultados encomiásticos de estas influencias (en su mayoría mediocres, y en todo caso nunca superiores). No. Me interesa hablar de los autores que trataron de superar la obra de Tolkien y/o de Lewis, tratando de destruirla.
Quizá recuerden que en un post anterior les prometí que hablaría sobre ciertas obras de fantasía que no gozaban de mis simpatías, es más, que me parecían perniciosas. Una de ellas es la serie La Materia Oscura, del autor británico Phillip Pullman, compuesta por los libros Luces del norte (1995), La daga (1997) y El catalejo lacado (2000) y completada con otras obras menores como El Oxford de Lyra (2003), Había una vez en el Norte (2008), y El libro del polvo (2017), que al parecer constituyen una nueva serie relacionada con la anterior.
Y nada mejor que comenzar este análisis con lo que el propio autor nos cuenta, porque lo cierto es que Pullman no engaña a nadie que no quiera ser engañado. Sus declaraciones al respecto son exquisitamente claras. Así, ha declarado que su objetivo al escribir su trilogía fue construir una antítesis de El Paraíso perdido (1667) de John Milton, en la que Satán desempeñase el papel del héroe y Dios el del villano. Y no solo eso; no es raro encontrar entrevistas suyas en las que proclama, con una inquina sorprendente, que sus libros tratan de matar a Dios, o que su intención es “socavar los cimientos de la fe cristiana". Y no crean que se trata de frases grandilocuentes para captar titulares. Pullman habla muy en serio y quien haya leído su obra lo constatará. Lo cierto es que en esta serie el autor británico busca que sus lectores crean en esa verdad suya (“matar a Dios”) tanto como él. Es más, en la introducción de su primer libro adapta una conocida frase de William Blake referida a Milton (“Milton era del partido del diablo sin saberlo”) para, medio en broma medio en serio, decir que está en el bando del diablo y que, a diferencia de Milton, él lo sabe.
La obra literaria que Pullman trata de superar intentando su aniquilación son Las Crónicas de Narnia (1950-56) de C. S. Lewis, a la que odia especialmente y a la que descalifica con frecuencia, adornándola con adjetivos la mar de elogiosos como “sucia”, “racista”, “malvada”, “que odia la vida”, “detestable” o “basura propagandística”. Es evidente que no puede soportar la obra de Lewis. Y no la soporta porque es manifiestamente cristiana y él un ateo fanático y furibundo. La trilogía de La Materia Oscura es por tanto la respuesta atea de Philip Pullman a la “ansiedad de la influencia” causada en él por Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis. Quizá por eso las dos series guardan ciertas similitudes: ambas tienen lugar en la tierra y en un mundo paralelo al que se llega atravesando un armario; ambas se inician en Oxford, ambas tienen como protagonistas a niños extraordinarios, y el sustrato de ambas es religioso. Pero si en los libros de Lewis los niños buscan lo divino para trascender a una felicidad y a un amor perfecto en su seno, en la trilogía de Pullman lo buscan para destruirlo.
En coherencia con esta postura, en La materia oscura se nos presenta una parodia de la Iglesia bajo una luz maligna, practicando la adivinación y enseñando doctrinas erróneas:
“Queda claro que el autor tiene una implacable animosidad hacia Dios, la iglesia, la religión en general, y especialmente el cristianismo. Cada diálogo, cada momento de revelación, cada discurso de un personaje sabio y cada representación de un personaje malvado se convierte en otra oportunidad para que Pullman ataque y predique contra los males de la Iglesia. Todo lo que ha ido mal en cualquiera de los universos, al parecer, es culpa de la Iglesia o de aquellos que creen en Dios.” (Dickerson y O’Hara, 2006).
Con razón, críticos como Tony Watkins han señalado que la teología de La Materia Oscura es una especie de gnosticismo postmoderno que presenta el pecado original y la actuación tentadora de los ángeles infernales como el inicio y la señalización del camino hacia el conocimiento y la plenitud del ser humano. Otros nombres prestigiosos como Stratdford Caldecott han señalado que Pullman, habiendo inmunizado a sus jóvenes lectores contra la cosmovisión cristiana e invertido el mito del Génesis, nos deja con una selección de virtudes cristianas ––libertad, benevolencia, bondad, coraje y, sobre todo, amor–– flotando sin fundamento aparente. Esa falta de apoyo, ese fluir descompensado y errático de las virtudes que deambulan sin rumbo por la serie lleva a donde sin duda nos vamos acercando, aunque no deseemos llegar, un lugar ya señalado por Chesterton como aquel en el que “quedan sueltas las virtudes, y estas vagan con mayor desorden y causan todavía mayores daños [que los vicios]. Podríamos decir que el mundo moderno está lleno de viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas. Y se han vuelto locas porque fueron aisladas unas de otras y vagan por el mundo solitarias”.
En todo caso las novelas (ciertamente bien escritas y de una notable complejidad, pues se trata de un escritor talentoso) son demasiado francas en su aversión, lo que afecta a su credibilidad y a la solidez de una trama que en ocasiones deviene grotesca. Pullman siempre está a la contra, y queda claro que su obra tiene su fundamento (aunque sea en negativo) en el cristianismo que tanto odia, que en último termino es lo que la sostiene en pie.
Todo lo dicho no parece una buena tarjeta de presentación. Ese cúmulo de circunstancias enumeradas, juntas o individualmente consideradas, supondrían ya de por sí motivación suficiente para alejar a los chicos de estas novelas y de este autor. Pero hay algo más. Porque estas lecturas consumen un tiempo precioso en un momento vital especialmente sensible, un tiempo que los adolescentes necesitan para adquirir los pilares básicos de su formación, pues ideas como las que Phillip Pullman defiende y propaga son las que se encontrarán a lo largo de sus vidas, y ¿cómo podrán sortearlas y combatirlas si carecen de una base sólida? Ahora no es el momento para que los jóvenes se topen con ellas, sino para que se preparen para hacerles frente. Así que alejen a Pullman y a su oscuridad de ellos y acérquenlos a quienes parecen ser los némesis de este ateo escritor británico, Tolkien y Lewis y a la obra que estos nos han legado.