Cuando la parroquia se convierte en válvula de escape
Las parroquias van desarrollando su labor pastoral gracias a tantos y tantos voluntarios. Una suerte contar con ellos, pero un peligro si no sabemos mantener las cosas en su justo lugar.
La inmensa mayoría de los voluntarios son gente que echa algún ratillo en una cosa concreta y luego tiene su vida. Más aún, suele ser gente que el tiempo de estar en la parroquia lo mide, lo valora y raciona. Ya podemos imaginarnos: amigos, familia, obligaciones, casa, trabajo.
Pero hay voluntarios que tienen su peligro. Son esas personas, hombres o mujeres que han decidido convertir la parroquia en su segundo hogar, o a veces el primero, de tal forma que a su casa van a comer, dormir y poco más. Cuántas veces no habremos conocido gente de esa. La mayor parte de estos ejemplares suele coincidir con señoras de buena voluntad, solteras, que han hecho del servicio a la iglesia la razón de su vida. Gente muchas veces sin familia o amigos, que ha encontrado en este servicio parroquial la forma de ser útiles, llenar sus horas y sentirse importantes. Si además de trabajadoras y serviciales son discretas, son un tesoro. Si metomentodo, una desgracia.

El final del evangelio de hoy es de los que puede llevar a la demagogia y ponerse en plan cantamañanas: “no podéis servir a Dios y al dinero”. Qué gran tentación la de volver a repetir esa barbaridad de que el dinero es malo, nefasto, una desgracia y volver a lo de los pajaritos del campo, que se alimentan solo de lo que Dios les da (por eso tienen las patitas tan gordas, decía un paisano socarrón).
Para empezar y que no se me pongan quisquillosos, a mí que José María Castillo vaya a misa los domingos, los viernes a la mezquita o prefiera rezar con los Hare Krishna me trae completamente al fresco. José María Castillo, Pepe Pérez, Mari García o Trini dos Santos. Pero si uno de ellos me dice que en misa nunca hay gente y que la media de edad no baja de los setenta, pues les respondo que a misa van poco, simplemente.





