A la señora Rafaela la pierden las formas
Rafaela no salía de su asombro. La tarde anterior había recibido una llamada de don Jesús que le había pedido hablar con ella tranquilamente para aclarar malentendidos y quitar toda sensación de malas relaciones entre los dos. Donde quiera, Rafaela, si le viene bien que me pase por su casa, o en la parroquia, o donde mejor le venga. Pues en mi casa mismo, don Jesús. Pues en tu casa. En mi casa y se queda a comer con nosotros.
La verdad es que el bueno de don Jesús no sabía muy bien por dónde llevar la conversación porque lo cierto es que Rafaela no decía las cosas por decir. Tenía su formación y no era fácil pescarla en un renuncio. Por eso decidió llevar la cosa por las formas.